Señor del Barro y de las Arenas; Lord del Rayo; Rey de Flores (Sur); La Estrella Primera; El Viajero Rugiente. La argentinidad se agita con este nuevo y tremendo viaje de Palo. La gente no entiende; nadie de nadie entiende nada de nada. Este segundo fin de semana de agosto, ahora no más, Palo Pandolfo iba a presentar en el Centro Cultural Morán su nuevo single con Santiago Motorizado: “Tu amor”, tema disponible desde el pasado 9 de julio en todas las plataformas. “El saco cerrado no dejaba ver que tenía en el pecho un agujero de luz”, dice la canción. Eso.


Al principio, en la secundaria, fue el grupete Sempiterno –“siempre eterno”-… pero Palo creció.
Al egresar de la escuela técnica Nº 17 “Cornelio Saavedra” -y existe casi todo un culto acerca de esta anécdota breve- el pibe decidió marcar durante cinco años (como pis de gato) su Zona propia, para generar escalofríos en el mismísimo fantasma del brigadier general Don Cornelio. Y creció, y creció (“Una vitrola a-go-gó/ tocando y tocando/ pozo guerrillero irascible/ bombardeando, bombardeando”). En Don Cornelio y La Zona bullían, además de la guitarra y el canto y las letras de Palo, la guitarra visionaria de Alejandro Varela; el bajo de Federico Gahzarossian; la batería de Claudio Fernández; el saxo de Fernando Colombo y los teclados de Daniel Gorostegui. Y entonces Palo siguió creciendo, hasta hacerse cargo de Los Visitantes.


Pandolfo hizo una carrera -de postas- tan intensa e inspiradora que recibió una punta de galardones (entre ellos, el diploma de los Premios Konex 1995 a uno de los Cinco Mejores Compositores de Rock argentinos de la por entonces más reciente década); cifras a fuego en ránkings (“Ella vendrá” sigue siendo una de las cien mejores canciones de los 80 para MTV y la revista Rolling Stone, entre otros medios) … pero Palo siguió creciendo. Cuando Patria o muerte (1988) había superado aquélla, su punkitud imprescindible del momento, Pandolfo disolvió Don Cornelio, juntó a Los Visitantes y empezó a explorar la música de sus “ancestros”: una resistencia cultural propia que incluyó folklore, candombe, pop, “espiritango” y, claro, rock. Los cuatro discos con esta nueva formación, cuyos visitantes fueron mutando (pasaron por ella sus antiguos cumpas Daniel Gorostegui y Federico Gahzarossian; el saxofonista y clarinetista –ya fallecido- Horacio Duboscq; el guitarrista Marcelo Montolivo y los bateristas Jorge Albornoz y Marcelo Belén, además de la por entonces pareja de Pandolfo, la cantante y percusionista Karina Cohen) siguen en la pinaco-videoteca de todo argento que se precie. Y se revisitan una vez y todas las veces que haga falta.
Y entonces Palo creció otra vez, a través de sus sueños. Con justeza, A través de los sueños (2001) fue aquello con Fito Páez, Federico Gil Solá, Liliana Herrero, Peteco Carabajal, el ex Manal Alejandro Medina y los marplatenses Súper Ratones, entre tantos otros. Algunos años después, esta misma música estuvo nominada como Mejor Banda de Sonido para los premios Cóndor de Plata, por su inclusión en el film de Pablo Trapero: “Nacido y criado”.
(Y crecido.)


Pandolfo no había parado de crecer, aun solito, cuando fue encontrando benditas compañías en sus bandas La Fuerza Suave (Intuición; 2002); en El Ritual (Ritual criollo, 2008) y, luego, en La Hermandad (Esto es un abrazo, 2013). Y el hombre siguió creciendo; cuando en 2016 editó Transformación (con Alito Spina y Mariano Mieres/ ft.Ricardo Mollo; Hilda Lizarazu; Los Tipitos; etcétera), el álbum –con su single “Morel”- obtuvo todos los laureles como “Disco del año” y llegó a la edición local del festival Lollapalooza. “Esta sociedad que te obliga a enamorarte/ en un bar que cerró a la medianoche…”.

Ha sido moneda corriente conectar básicamente a Roberto Pandolfo con la oscuridad primordial (“Si ya estás en la azotea, ¡saltá!”), y con el pospunk y los dientes ochentosos masticando; más aún, suele decirse que Patria o muerte (su segundo disco con Don Cornelio y La Zona, 1988) se diferenció enormemente del álbum debut de la banda por poco menos que mil kilómetros de ominosidad lúgubre; no necesariamente esto resulte cierto. Hoy, referirse a Pandolfo como el artífice de alguna sombra resulta anacrónico: sólo un poeta muy, muy tremendamente luminoso podría haberse hecho cargo de semejante oscuridad. “Títere en la luz, soy un títere en la luz”, cantó.


A partir de Palo, desde Palo, hubo toda una historia del palo de la música popular argentina: sus letras vigorizaron, entusiasmaron y dieron fuerzas a una tribu (tan rara como encendida) que salió libre a discernir, sentir y erotizar. Y aun en los pocos momentos en los que prescindió del sonido al palo, Palo siguió creciendo… ¡Y hasta se le dio por leer en voz alta con éxito inusitado!: su grupo Verbonautas hizo roncha en encuentros de poetas y Comandos Literarios en escenarios de espacios culturales desbordados por quinientos y hasta seiscientos oyentes que, en pleno derroche (puertas afuera) de champán menemista, y al aullido de “¡Lloverán palabras!”, nuclearon flores y natas locales.

“Blanda cama
cuerpos
relajados
maravillados.
Antes
húmedos.

Después
del canto del gallo.
Cerca el sol,
el rumor de la autopista.

Grillos y sapos,
y el jadeo
de los amantes dormidos.

Ya la tormenta de primavera
se escapa.

Todo es mansedumbre
-perdón
satisfacción.

La sangre se desparrama
por todo el cuerpo.
La mente se despide
con algarabía.
Luego el espíritu
lentamente
asciende
pasea.

El deseo
llevará
al cuerpo.
El deseo satisfecho.

El cuerpo blando
en
la blanda
cama.

Relajados
nos deslizamos
hacia
la eternidad.”

Ay, Palo.
“Estaré, estaré/ adonde salga el sol;/ beberé, beberé/ la luz de todos los colores cantando.”
Claro que sí. «