Como el responsable de una situación de violencia familiar tensada al punto de que sólo podía terminar en tragedia; así el director Damián Galateo elige retratar en Terror familiar a su abuelo Alberto, un crack del fútbol argentino de los años ’30 que terminó asesinado por uno de sus hijos, para evitar que matara a la madre.

Este docuficción que se estrena hoy en el Bafici, y que podrá verse también el 25 y 29 de abril, tiene la particularidad de incorporar elementos propios del cine de terror a un relato que busca tanto concientizar sobre la violencia de género como mostrar que es posible construir vínculos familiares sanos, aún para quienes tuvieron ancestros violentos.

«En el cine, siempre el terror es algo que viene de afuera; mientras que en la vida real el verdadero terror es un padre violento, un abusador. El mundo está lleno de terror y no hay que irse muy lejos para encontrarlo, porque el monstruo en sí somos nosotros mismos», cuenta Damián Galateo, de 42 años, que también es guionista y productor.

Hijo de inmigrantes italianos, Alberto Luis Galateo (1912-1961) fue un futbolista profesional que jugó entre 1935 y 1939 en Huracán, Chacarita y Racing, pero quizás el punto más alto de su carrera fue su participación en el Mundial de 1934, donde le hizo un gol a Suecia.

Pero ese «monstruo» en la cancha era también un «monstruo» en otro sentido, un hombre que habitualmente llegaba borracho a su casa y les propinaba fuertes palizas a su esposa y sus tres hijos. La que se llevaba la peor parte era su mujer, Fortunata «Tuna» Bongionvanni, a quien le provocó la pérdida de su ojo izquierdo. En tiempos de dictadura en que no existía el divorcio vincular y las mujeres estaban recluidas al espacio doméstico y reinaba el «no te metás», la salida a esta encerrona provino del lugar menos pensado: con tres tiros, el hijo mayor, por entonces de 21 años, terminó con la vida de su padre de 49.

«Cuando tenía 12 años murió mi abuela. Unos días después, me contaron la historia de mi abuelo», dice al inicio de su película Damián Galateo, hijo de Luis Alberto, el más chico de los hijos de «El flaco», el goleador que murió a manos de su primogénito, «Yiyi». Desde entonces, «no dejo de pensar en lo ocurrido aquel domingo de 1961», relata el cineasta en otro tramo del film.

Una de las cosas que «obsesionan» al director es imaginar «cómo habrá sido para ellos afrontar esa situación de violencia familiar en un mundo tan cerrado, y odiar tanto a aquella persona que te dio la vida. Es que con mis padres, hermanos, sobrinos tenemos una familia muy distinta, y realmente juntarme los domingos con ellos es algo esperado. Yo los habría elegido, si hubiera tenido la posibilidad», reflexiona.

De hecho, la película intercala en varios puntos el relato histórico con otro actual, de risas, complicidades y calidad de tiempo compartido; el padre, la madre y los hermanos de Damián Galateo aceptaron dar su testimonio a cámara, pero también la otra hija de «El Flaco» Galateo -la tía Susana, para el director-, así como sus primos y sobrinos. «Yiyi», en cambio, se negó a participar por razones atendibles, y falleció el año pasado, en pleno proceso de realización de la película.

No obstante, el realizador explica que no hizo Terror familiar con una finalidad «terapéutica» o de «autoayuda» que algunos le han atribuido, ni tampoco se reconoce «valiente», como algunos le atribuyen, por su decisión de llevar al cine esta tragedia. «Lo hago por temor, porque me cuesta mucho enfrentar la idea de la muerte, de la violencia y por eso intento meterle ficción, color, sonido para volverla más soportable», aclara.

«Mi película también busca romper con la idea de que de familias violentas, salen familias violentas. No es cierto o, por lo menos, no es mi caso y me parece re injusta esta suposición, porque encima que sos víctima de la situación, parece que indefectiblemente vas a ser víctima también en el futuro». El film además enfrenta las formas contrastantes en que su familia «de antes» -abuelos y tíos- y «la de ahora» -hermanos, primos y sobrinos- se relacionan con la historia familiar, los primeros recurriendo al silencio y el ocultamiento y las nuevas generaciones apostando “a sacar todo afuera”, como expresa Galateo.

De hecho, en la película aparecen sus sobrinos de 11 y 19 años -ambos bisnietos de Alberto Luis Galateo- refiriéndose al hecho. «Me gustaría que les pasen cosas buenas, no como en el pasado. Quiero que tenga momentos felices la familia, no tan tristes… Y que ningún integrante tenga que hacerle algo a otro», dice Santiago, el primero de ellos, con admirable claridad.

«La película no es solamente la historia de mi familia y de su redención, sino un intento por comprender una sociedad que por mucho tiempo inculcó los valores del más fuerte, de la violencia machista y la exaltación de la gloria personal por encima de todo. En lo personal, siento la necesidad de investigar el pasado familiar para que no ocurra, como decían los griegos, que un crimen aberrante genere un linaje de sufrimiento sin causa, que se extiende por varias generaciones, condenándolas a la repetición. Y por otra parte, me mueve interpelar a una sociedad que, a través de sus dispositivos de poder, ubica a las mujeres en el lugar de objeto», señala el director.

En la película, todo esto está dicho apelando a recursos visuales, musicales y de edición propios de las cintas de terror, algo que raramente se conjuga con el cine documental. «Esto es clave, porque quería que fuera una película que no se entienda sólo intelectualmente, sino que produzca una reacción física, que se sienta en el cuerpo lo que yo supongo que habrá sentido esa familia. Y, de todos los géneros, el más físico es el terror», cierra Galateo.

Télam