“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”, se dice que escribió una vez Antonio Gramsci. Sin dudas, el pensador marxista italiano por antonomasia del siglo XX se refería a los últimos y terribles coletazos del capitalismo que resistía a desvanecerse ante el arribo de la revolución redentora, pero la frase es extrapolable a la historia que relata Boy Erased (traducida como Corazón borrado).
Basada en el libro de memorias de Garrad Conley, la segunda película dirigida por Joe Edgerton narra las peripecias sufridas por Jared Eamons (alter ego de Conley interpretado por Lucas Hedges) desde que, a los 19 años, su padre Marshall Eamons (Russell Crowe), un predicador baptista de una pequeña ciudad estadounidense, le puso una terrorífica condición para seguir habitando el hogar familiar: asistir a “Love in Action”, una pseudoterapia religiosa para “curar” su homosexualidad.
Forzado a aceptar el ingreso a la “institución” para conservar familia y amigos, y bajo el silencio cómplice de su madre, comienza la pesadilla de Jared. Porque la terapia de reconversión apoyada por la Iglesia y presidida por Victor Sykes (Joel Edgerton) no se priva de esos slogans ultramontanos, torturas psicológicas y físicas aberrantes, y mecanismos represivos que a esta altura del siglo XXI parecen una parodia del infierno. Allí se suceden rosarios de plegarias, búsquedas genéticas del mal, incitaciones a análisis de conciencia, confesiones públicas de actos pecaminosos y pedagógicas enseñanzas para dejar de ser gay, tales como no cruzarse de piernas, pararse como un hombre o evitar los brazos en jarra. Sin embargo, no se trata de una pesadilla delirante ni de una sátira sino de una siniestra realidad: según informa la película, hacia 2018, 36 estados del país del Tío Sam permiten estas terapias en menores de edad y la misma ya afectó alrededor de 700 mil jóvenes.
Uno de los principales méritos de Boy Erased es que no se regodea en golpes bajos o en la recurrencia a imágenes tortuosas, sino que va directo a la narración y al mensaje. El director parece comprender que con algunas escenas a manera de trazos quedan evidenciadas las estrategias disciplinadoras de esas terapias destinadas a cincelar mentes, cuerpos y corazones de los considerados anormales que hubieran espantado a Michel Foucault. A su vez, la apelación al flashbacks –que también había utilizado en su extraordinaria ópera prima The Gift, de 2015 sobre el bullyng– para mostrar el camino sentimental y erótico del protagonista resulta un recurso potente que aliviana las escenas y genera afinidad. Asimismo, Edgerton revela oficio estético en una escena crucial: en ella, la familia, un pastor y otro miembro respetable de la comunidad le preguntan a Jared si quiere cambiar y cuando él responde que sí y aquellos se toman aliviados las manos, la cámara también se aleja para dar cuenta de la soledad del muchacho. A partir de entonces, la narración fílmica gira en torno a su punto de vista y al hecho de que solo en sus manos está la posibilidad de liberación.
Algunas deficiencias en el guión y en la evolución de los personajes –la madre y el padre parecen redimirse de manera algo mágica– se subsanan con las buenas actuaciones. Lucas Hedges convence y conmueve en el papel del buenazo y torturado Jared, que se debate entre sus deseos y sentimientos y todo lo aprehendido moralmente a lo largo de su vida. Nicole Kidman, tan compenetrada en su psique du rol y estilo de mojigata y moralista señora republicana –cuyo personaje para colmo de males tiene el nombre tan connotado de Nancy– y tan alejado de sus papeles habituales, da cuenta de que puede interpretar bien absolutamente todo. El enfant terrible Xavier Dolan luce sensual y aterrador en su papel de Jon, el atormentado seductor de Jared.
Por su parte, tal como lo había hecho en The Gift, Joel Edgerton se reserva el papel del malvado sin ambages: Victor Sykes, el alma mater de Love in Action que junto a su asistente Michael (David Joseph Craigh) y al vigilante Brandon (Flea, bajista de Red Hot Chili Peppers) conforman el trío del terror cuya cruzada consiste en convertir a las y los “desviados sexuales” en mujeres verdaderas y machirulos hechos, derechos y normales. Quizás tan normales como aquella familia que envía a su hijo a un instituto juvenil para “curar” la “enfermedad” del deseo por otros varones.
Boy Erased –que curiosamente nunca llegó a estrenarse en cines argentinos– funciona como película de denuncia de esa sociedad blanca y cristiana, la persistencia de los discursos que consideran la homosexualidad como una enfermedad y el dramático impacto de esta concepción sobre subjetividades y existencias juveniles. Sin dudas, extrapolando la frase de Gramsci mientras las sociedades occidentales tienden a formalizar normativamente identidades, familias y formas de amar y vivir las sexualidades diversas a la heteronormatividad y parece que se asiste a un mundo más igualitario, el viejo mundo, conservador y represivo heredado del siglo XIX se niega a desaparecer. Y peligrosas terapias de reconversión como las que narra la película son correlato de discursos que se escuchan en los debates sobre las leyes de matrimonio igualitario, de identidad de género o el DNI para no binaries. Y se expresan trágicamente en crímenes de odio como el de Samuel Luiz, el joven español asesinado en grupo mediante una brutal paliza a principios de julio. «


Corazón borrado

Director: Joel Edgerton. Con: Lucas Hedges, Joel Edgerton, Nicole Kidman y Russell Crowe. Disponible en Netflix.