En 2009, el Espacio Cultural Nuestros Hijos –inaugurado un año antes por Madres de la Plaza de Mayo en la ex ESMA– era uno de los pocos que funcionaban con tanta vitalidad en medio de un predio donde se sentía fuerte la energía del terror y la muerte.

Fue de las primeras notas que hice en ese lugar. Me impactó el contraste. Aunque el espacio donde funcionó uno de los centros de detención, tortura y exterminio más grandes, ya estaba abierto a la comunidad, a diferencia de hoy donde en los diferentes edificios funcionan y conviven instituciones, organismos de derechos humanos y asociaciones locales o internacionales–, todavía se parecía físicamente a lo que había sido. Estaba muchísimo menos poblado, y la mayor parte de los edificios seguían cerrados y tal como habían quedado.

Otros en obra, junto a montañas de escombros, y en algunos sectores estaba la cartelería original de la Escuela de Mecánica de la Armada. En esos senderos bordeados de pinos y jacarandáes, reinaba un profundo silencio, apenas entrecortado por el sonido de algún taladro. 

“Se siente el frío”, -había dicho Hebe-. Entonces, ahí “donde se prepararon las peores mentes para matar, trajimos la vida pura para dignificar a nuestros hijos. El lugar de la cultura al servicio del pueblo se va a llamar Nuestros Hijos. Vamos a decirles a los represores: les ganamos, no pudieron con nuestros hijos”. 

Eso dijo Hebe el día que las Madres realizaron un “desembarco” en el edificio del Liceo Naval, la primera ocupación efectiva de la ex Esma. Unos años después de que Néstor Kirchner bajara los cuadros y ordenara la expropiación a la Marina, las Madres de Plaza de Mayo formaron una hilera, se tomaron de los brazos e invitaron a la gente a entrar al lugar con ellas y a intervenir las paredes. Una multitud munida de pinceles y colores cubrió los muros de flores, mariposas, soles y mensajes de vida y lucha. 

En poco tiempo el Ecunhi generó una agenda cultural a pleno: shows musicales, obras de teatro, muestras, títeres y propuestas para niñes, instalaciones, charlas, y una serie de talleres. En 2009 había talleres de artes visuales, música, letras, teatro, de artesanías originarias y los martes a las cinco de la tarde había un taller que daba Hebe y que era el motivo de la nota que fui a hacer (encargada por Marta Dillon para el suplemento Las Doce/Página12): “Cocinando políticas y otras yerbas”. 

Ese martes, el salón era una cocina enorme, nueva, y se fue llenando. Entre las hornallas, detrás de la mesada amplia, la presencia de Hebe era de una potencia de otra dimensión. Tenía el pelo al descubierto -no usaba el pañuelo en clase-, labios apenas pintados, uñas rojo oscuro y  un delantal con la cara del Che. Tenía varios delantales, entre sus preferidos ese, otro de Evita y otro de Pepa, su madre. 

Las clases de cocina de Hebe habían empezado en agosto de 2008, en un ambiente pequeño, sin heladera, con una garrafa. La gente acercó cosas, como aquella señora que dijo: ‘Compré el freezer, no lo pude llenar. Primero no tenía plata y después falleció mi marido. Se los regalo”. 

Al principio el taller se llamó ‘Cocinando política’, y luego, explicó Hebe, le agregaron “y otras yerbas” para hacerlo más amplio. La propuesta era cocinar platos económicos y nutritivos, visibilizar ese hilo entre la política, la alimentación y los modos de producir. “A veces nos alteramos porque viene la Cuarta Flota de los Estados Unidos a rastrear nuestros ríos, pero ignoramos cuando se meten en nuestras cocinas. El capitalismo es muy peligroso, envenena de a poco. Acá nos encontraremos para charlar, discutir y aprender a cocinar”, decía el flyer que nos entregaban a quienes recién llegábamos al taller. En cada clase se repartían materiales de estudio: fotocopias con dos recetas, la del día y la de la semana siguiente, más un par de textos para comentar. Cada martes, quienes asistían llevaban los ingredientes para lo que se iba a cocinar. El día que fui, los huevos, la ricota, y los paquetes de harina se fueron apilando sobre la mesada. 

–Compañeros, hoy vamos a hacer ñoquis.

Las personas que participaban eran tan diversas como los motivos por los que estaban ahí. Había activistas autoconvocadxs de derechos humanos, otras Madres, activistas de otros países, personas interesadas en agricultura orgánica y soberanía alimentaria, adultxs mayores. Todas compartían su veneración por Hebe a la que se dirigían diciéndole “Madre”. 

–Madre: ¿esto lleva sal?

–A la ricota no hay que ponerle sal, se aplasta. La sal se agrega al agua de cocción. 

Hebe conducía no sólo con su voz inconfundible, sino con la mirada, con los gestos de esas manos entrenadas, cuando Hebe Maria Pastor era Quica y hacía dulces para vender, pintaba macetas, tejía y cosía, antes de que desaparecieran a sus hijos. 

–Compañeros: es simple. Se mezcla todo en una olla. Luego, con las manos limpias y enharinadas se forman bolitas. Si las hacen muy chiquitas, se rompen al cocinarlas.

La clase se grababa como programa semanal para el canal de las Madres. Y ese día Hebe, mientras amasaba las bolitas ayudada por lxs estudiantes de cocina, convocaba a armar una huerta orgánica. Arrancarían con dos canteros grandes. 

–¿Quién tiene una carretilla que pueda traer?

En minutos se armó una lista y se repartieron tareas, se organizó todo, hasta el flete. Una alumna comentó que había muchos tachos de aceite en el predio, se podían acondicionar como composteras. 

–Lo que no es de nadie es de todos. Y todos somos nosotros– dijo Hebe, con vehemencia y ternura. 

En otro momento pidió silencio y leyó los textos del día: El arroz civilizado de Galeano, una historia sobre una cárcel de Manila, donde las personas privadas de libertad se alimentan de un arroz blanco y civilizado que los enferma. Y de cómo el regreso del arroz salvaje de los pueblos nativos los salva y termina con la peste. La gente se ríe. 

–Compañeros, los bollitos se ponen con la mano en agua hirviendo. Suavecito, se rompen. Cuando flotan, los acomodan en una fuente, agregan queso crema y queso rallado. Pimienta. Nada más, no tiene vueltas. 

Alguien le pregunta cuánto queso. “Poné nomás, corazón” Hebe acomoda los ñoquis en una fuente, cuenta que el otro día los hizo con pesto. Los platos circulan y todxs comemos. 

-Madre, qué delicia. 

Para otra clase promete una torta con batata, mandioca, zapallo y huevo, sin grasa. El próximo martes habrá un pastel chileno. 

Hebe sabe, después dirá: “Hoy no podés hablar de marxismo a la gente en una silla. Hay que hablar desde lo cotidiano, lo simple.  Cocinar es una manera de recuperar la cultura, nuestros cultivos, de agrupar a la gente, que se estaba acostumbrando a comer basura. El capitalismo te hace comprar lo que no necesitás”. Parecía increíble que estábamos en la ex ESMA. Era la intención y el conjuro. Conjurar lo siniestro, transmutar esa energía para que reflejara el brillo. “La vida tiene el brillo de sus ojos. Nos abrazan alzando sus brazos entre los árboles. Espacio Cultural Nuestros Hijos. ¡Sí! Nuestros increíbles, hermosos y amados hijos”. 

El domingo 20 de noviembre me desperté muy temprano. Hice un mate, encendí la radio y me puse a ordenar un mueble de la cocina. Mientras sacudía el polvo de unos libros de recetas, aparecieron las hojitas de la clase de cocina de Hebe, que había perdido de vista. Estaban los ñoquis de ricota deliciosos, que en una época, al volver de esa nota, hice mucho para compartir en familia. Me dio alegría encontrar la receta original de Hebe y la guardé en el cuaderno donde están las que atesoro: las empanadas de mi papá, el lemon pie de la tía Hilda. Al rato dijeron en la radio que Hebe llevaba unos días muy delicada, y horas después se compartía la noticia de su muerte. La tristeza de ese domingo fue enorme. En la desazón, el hallazgo de esa receta perdida cobró nuevo sentido. En el momento no fui capaz de escribir. Pero me había quedado con las ganas de compartir estos ñoquis de Hebe haciendo la revolución mientras cocinaba. Gracias siempre. Feliz cumpleaños allí donde estés, ojalá junto a tus hijos. 

Los ñoquis de ricota de Hebe:
Ingredientes (en la receta original, para 2 o 3 personas)

¼ kg de ricota

1 yema

1 cucharada bien llena de harina

Preparación: se mezcla todo bien. Luego con harina en la mano se forman bolitas. Y se colocan en una fuente enharinada. Se hierven en agua con abundante sal gruesa. Y se cubren con queso rallado y queso crema.