En el sector de Carpintería de Ribera del Astillero Río Santiago trabaja Leonardo Virostek. A los mazazos acomoda los tacos de madera pesada –virapiré o marmolero– que sostienen al petrolero «Juana Azurduy» en la grada (dócil mastodonte de doble casco, 182 metros de eslora y 47 mil toneladas de porte bruto). “Llueva, truene, con frío o calor estamos acá, al pie de los barcos”, dice “Pocho” –ni hay que aclarar si es peronista– y da otro mazazo preciso. Pero lo que lo emociona hoy es otro vehículo del agua. Se trata de una lancha 100% fabricación nacional.

Este martes (Día de la Industria Naval) fue presentada oficialmente, con autoridades nacionales y de países vecinos, la Lancha de Instrucción de Cadetes de la Armada (LICA) «Ciudad de Ensenada», construida desde cero por trabajadores argentinos para la Armada. Durante la ceremonia se (re)afirmó al desarrollo naviero como un acto de «soberanía y autonomía nacional y regional», e incluso estratégico hasta en lo económico, con la posibilidad «de generar divisas de una manera sumamente importante».

Pocho está emocionado. Sí, los fornidos obreros navales también lloran. “Es muy emotivo. Veníamos del vaciamiento. No tuvimos herramientas ni insumos en los años de Macri. Pasamos marchas, tomas, peleas con la policía. Fuimos siempre al frente con los compañeros”, se despide Pocho y mira el mural tatuado sobre la grada. El mensaje es clarito: “Acá no se rinde nadie”.

Soberanía y autonomía

El proyecto de LICA fue logrado «con colaboración entre la Armada Argentina y el departamento de Ingeniería del Astillero y muestra también las capacidades de integración. Esto es soberanía y autonomía nacional y regional y la posibilidad de generar divisas de una manera sumamente importante», afirmó a Télam el presidente del Astillero, Pedro Wasiejko, antes del recorrido realizado por la flamante embarcación.

Contó que gracias a inversiones realizadas por el gobierno nacional se logró recuperar las capacidades de la empresa y en dos años se realizaron dos botaduras de embarcaciones para la Armada y de la Compuerta para el Dique de Carena 2 del Arsenal Naval de Puerto Belgrano. Además, Wasiejko aseguró que están trabajando para «ofrecer construcciones navales en el país y en la región».

Foto: Camila Godoy – Télam

La construcción de embarcaciones era «una demanda que tenía nuestra Marina para el entrenamiento de nuestros cadetes, que es el Liceo Naval. Además este producto lo estamos ofreciendo las Armadas regionales. Ya estuvimos viendo esto con la Armada de Uruguay, estamos trabajando dos proyectos con la Armada de Bolivia y hoy tenemos la visita de la gente de Paraguay y de Brasil y obviamente también estamos con la gente de la Prefectura, que estamos también conversando con ellos. Dos proyectos, uno para entrenamiento de los cadetes y otro como prototipo para cambiar los guardacostas, que ya tienen más de 45 años en nuestro país», amplió.

El secretario de acción política de ATE Ensenada, Diego Seimandi, enfatizó que la construcción de las nuevas embarcaciones del Astillero es «un proyecto que nace de la clase trabajadora de los trabajadores». Y recordó: «estuvo interrumpido en una etapa del gobierno anterior (de Mauricio Macri) que paralizó este proyecto, pero con la decisión política de este gobierno se logró reactivar y muestra los resultados de lo que somos capaces de hacer los argentinos».

Y lo graficó con ejemplos: «el gobierno de Macri compró cuatro patrulleras a Francia y la actual candidata a presidenta, Patricia Bullrich, compró cuatro lanchas militares de estas características a Israel que se podían haber hecho acá, en el país, que podrían haber generado miles de puestos de trabajo. Esta es una muestra de que acá se pueden hacer las cosas y lo que faltaba fue decisión política».

Contra viento y marea

Contra viento y marea. Así han peleado durante décadas los trabajadores del Astillero Río Santiago. “Mirá que han tratado de hundirnos: los militares, Menem, Macri… Llegamos a estar con el agua al cuello, pero siempre seguimos laburando. Sin duda sabemos un poco de mantenernos a flote”, explica, pícaro, Santiago Villarreal, bajo el sol tremendo de octubre, que castiga sin piedad el predio naval anclado en Ensenada.

Con 68 años de combativas memorias paridas desde las postrimerías del primer peronismo, el Río Santiago pasó épocas buenas, regulares, malas y también muy malas. Si se quiere, la historia del astillero puede ser leída como una alegoría de la Argentina: glorias, crisis, masacres, cracs, vaciamientos y otra vez volver a remar. Sin embargo, nunca se fue a pique. Atravesó demasiados temporales, capeados siempre por la lucha sempiterna de sus trabajadores.

“Los primeros combatieron el golpe gorila, en la dictadura fuimos la empresa estatal con más desaparecidos; después sufrimos el vaciamiento menemista y las miserias del macrismo. Nosotros tomamos la posta, esa herencia de lucha. Tenemos que estar siempre a la altura”, reflexiona Villarreal, laburante con casi 20 años en el gremio. Lleva al astillero en la sangre por línea paterna. De su viejo Felipe, jubilado del taller de cobrería, aprendió el oficio de fabricar barcos desde cero. El morocho mira las gradas, esos planos inclinados que son el útero donde crecen las embarcaciones. 

Foto: Diego Martínez.
Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

Foto: Diego Martinez@ildieco_diegomartinezph

Foto: Diego Martínez.
Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

Foto: Diego Martinez@ildieco_diegomartinezph

La casa, la fábrica

Más que un astillero, el Río Santiago (que forma parte del gobierno provincial) es una ciudad. Pegado a un brazo manso y tranquilo del río Santiago, a minutos de La Plata, ocupa más de 100 hectáreas, tiene decenas de áreas de trabajo y siete kilómetros de vías férreas por donde se mueven monumentales grúas, también muchos galpones y talleres, un museo, una escuela técnica y hasta un jardín de infantes.

“Pero más que nada es una casa, la de 3300 familias trabajadoras”, dice Villarreal con la frente bien alta y sus ojos tostados por el sol. No es casual que la palabra “atarazana” sea sinónimo de astillero. Es de origen árabe (ad-dar as-sina’a). Significa “la casa de la fabricación”.

El Río Santiago es la factoría naval más grande de América Latina. Nació en 1953 para dotar al país con una marina mercante y de guerra propia. Símbolo de soberanía, en sus talleres nacieron naves emblemáticas, como la veloz Fragata Libertad y el fastuoso petrolero «Ingeniero Huergo». Pero no solo del agua vive el astillero. Los trabajadores han confeccionado grandes motores, equipos de bombeo para la industria petrolera, maquinarias para ferrocarriles, el techo del Estadio Único de La Plata y hasta las columnas de iluminación de la cancha de Gimnasia y Esgrima.

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

En los primeros años llegamos a tener 8000 empleados en doble turno, y todo el proceso era 100% industria nacional –cuenta Romina Magnoni, apuntadora del sector Pruebas y Garantías-. Acá se fabricaban desde las anclas hasta las hélices de los barcos. Pero después llegó el menemismo y el desguace. Por suerte ahora tenemos mucho trabajo, gracias a Dios”.

En la oficina donde cumple tareas administrativas, Magnoni dice que nació acunada por los barcos: “Mi viejo laburó 50 años. Salía tres o cuatro meses embarcado en el mar para las pruebas. Era mágico escucharlo por walkie-talkie. Hoy me gano la vida acá y mi hijo estudia en nuestra escuela técnica naval. Más allá de ingenieros, laburantes, técnicos, somos historias familiares que se fueron soldando en el astillero”.

Aníbal Calvimonte y Héctor Chávez son los hombres a cargo de las pruebas mecánicas de las naves. “Damos garantías –dicen a  coro–. Un barco no es joda. Si nos equivocamos en una junta, en un apriete, puede perder combustible, aceite. Es mucha responsabilidad. Ponemos nuestro granito de arena en el trabajo colectivo, que es construir estos bichos”.

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

Todavía no nació el mal parido que dinamite al Astillero Río Santiago”, advierte la bandera que cuelga en el taller de Estructuras. “Es un saludito para Macri, que nos quiso hundir como el Titanic”, explica con tono afable Sandro Ramón Ponce, encargado del Pañol, el espacio que cobija herramientas livianas.

Custodiado por posters de San Cayetano y del Negro Olmedo, entrega mazas, llaves, tortuguitas para oxicorte. Al detalle, anota cada préstamo en un cuadernito. Advierte que tiene pocas pulgas, levanta temperatura si las herramientas no vuelven en tiempo y forma: “Tengo 18 años en la empresa, las pasé todas. Estuve en la permanencia en 2018. Verlo vivo de nuevo te llena de energía”.

Foto: Diego Martínez.
Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

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Foto: Diego Martínez
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