El Día de la Madre está bien, porque podés ampliar tu guardarropa, acceder a un smartphone o comer afuera con algún descuento. Debe ser el famoso rostro humano que el capitalismo nos ofrece para compensar otros 364 días de omisiones. Es que mientras el discurso de que «ser madre es lo que te completa como mujer» –parece que está científicamente comprobado que nacemos incompletas– sigue siendo el dominante, en la vida real, la santificación de la maternidad contrasta notablemente con lo que la sociedad ofrece para sustentarla.

Ser madre es un mandato que recién hace cinco minutos algunas mujeres –siempre en minoría– se están atreviendo a desafiar en voz más o menos alta. Pero ese mandato no viene acompañado de buenas políticas, ni públicas ni privadas. Las que decidimos ser madres seguimos siendo un estorbo en los trabajos, por ejemplo. Recuerden, queridas lectoras –y lectores, también–, esa conversación con jefe o jefa, evatest en mano, contándole la buena nueva, el susodicho/a abrazándote conmovido/a y un enorme y visible globo de historieta sobre su cabeza mostrando su pensamiento: «¿Y ahora cómo arreglo este quilombo?». El mundo laboral sigue prefiriendo «gente que no se tome licencias, que no falte a cada rato por cualquier boludez» (entiéndase «hombre» en lo de «que no se tome licencias» y «niño enfermo» en lo de «cualquier boludez»).

A propósito de esto: la periodista Gloria López Lecube solía contar que cuando trabajaba en Editorial Atlántida generaba mucho malestar cuando llegaba tarde porque su hija tenía fiebre, y entonces empezó a mentir que se le había quedado el auto y logró la solidaridad que estaba necesitando; nunca más una cara de culo por el retraso.

Si quieren seguimos con que no hay empresa que cumpla con lo del jardín maternal en el establecimiento –ah, pero te pagan uno, no sé de qué te quejás–, no hay proyecto de ley de licencia por paternidad viable a la vista (y legisladores que se banquen el lobby empresario que se les vendría encima). En fin, resumamos en: no sobran políticas públicas que privilegien el cuidado de las gestantes, el parto sin maltratos y… ¡a los niños! La mitad de los chicos en el país son pobres y no se designa Defensor de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes aunque eso indica una ley de hace 12 años. Ahí tienen el entorno en el que «lo más importante que te puede pasar en la vida» tiene lugar.

A este valle de lágrimas, al que pese a todo hemos decidido traer uno, dos o tres habitantes más, no le alcanza con que cumplamos el mandato de reproducir la especie –no nos preguntemos para qué, dejémoslo para otro domingo en que no nos hagan regalos–, sino que además tenemos que hacerlo como todo el mundo espera. A partir del momento en que te convertís en madre, empiezan a correrte con el «ahora»: Ahora tu trabajo no te importa tanto como antes, ¿no?, Ahora tu familia está primero, ¡Ahora vas a ver!

Los mandatos cambian, claro. Aunque sigue (muy) en boga el de ser madre y meterse en la casa y no salir de allí nunca más –bienvenida la que lo haya elegido, pero ya sabemos que no es siempre así–, hoy tenemos uno mucho más sofisticado: «equilibrar maternidad y carrera». Hijas de la generación en la que la profesional resolvía lo doméstico con puré instantáneo y niñeras, a nosotras nos exigen ser «madres presentes». Si conseguís equilibrar o no, problema tuyo. Nunca del entorno, de las condiciones, de la sociedad circundante: si no lo lográs, querida, la desequilibrada sos vos.
Usualmente, cuando decimos estas cosas muchos responden: ¿Para qué tienen hijos si no los quieren? Pero confiemos en que los y las que leen Tiempo aprobaron Comprensión de Textos con muy buena nota. Desafiar los discursos dominantes sobre la maternidad, señalar que no se sustenta lo que se dice, no significa que no amemos a nuestros hijos. Todo lo contrario. A veces ir contra la corriente, desafiar el deber ser, también es un acto de amor hacia ellos.

Las buenas madres, esas que son todo lo que hay que ser, no existen. Las que existen son las madres buenas. Esas que desafían al coro griego dispuesto a señalarles cómo deben ser las cosas y tienen más ojos y oídos para ver y escuchar a sus hijos, para sostenerlos en lo que quieren ser, para ayudarlos a que sus vidas les pertenezcan a ellos y a nadie más. <

(*) Autoras del libro «Guía Inútil Para Madres Primerizas», relanzado en “Edición ampliada y actualizada (más inútil que nunca)”.