Hace más de un siglo, entre tierras rojizas y el azul del río, se descubrió la formación Vaca Muerta. Loma La Lata fue uno de los primeros yacimientos de gas y petróleo no convencional explotados en la cuenca neuquina. En Allen, Río Negro, a un puñado de kilómetros de Neuquén Capital, la historia fuerte del extractivismo comenzó mucho después, en 2012, cuando el fracking trajo sus primeras torres al Alto Valle, tierra de frutales.

Se calcula que ya son unos 300 los pozos en la zona, aunque no hay certezas. La falta de información parece una constante en el pueblo. Según Lidia Campos, integrante de la Asamblea Permanente del Comahue por el Agua de Allen, «el gobernador estuvo años diciendo que en Río Negro no había fracking, hasta que nos enteramos por el Boletín Oficial que lo había instaurado por decreto. Nos tratan como ignorantes. Cuando íbamos a denunciar, nos pedían pruebas científicas, pero nosotros somos vecinos, sólo queremos que se cumplan nuestros derechos».

Juan Carlos Ponce también forma parte de la asamblea. Pelea contra la fractura hidráulica desde el primer día que la modalidad se instaló en Allen, llamada la capital nacional de la pera. Gasista, plomero y padre de dos hijas, cuenta que el auge de la pera Williams se acabó, y que el cultivo vive hoy su momento más crítico. «La producción que teníamos bajó mucho, prácticamente perdimos el Mercado Común Europeo y el de Brasil, porque no nos quieren comprar las peras y las manzanas que crecen al lado del fracking».

Además de esas pérdidas económicas, Juan asegura que, al contrario de lo que se anunciaba, el efecto Vaca Muerta trajo a Allen más desocupación. Se cerraron comercios y unos 8000 peones que dependían directa o indirectamente de la fruta se quedaron sin trabajo. «No hay progreso en Allen. Los trabajadores perdieron sus viviendas porque los dueños de las chacras les daban casa. La fractura no sólo rompe la tierra, también fractura lo social, la salud pública, la justicia, los medios de comunicación. El valle fue creado para cultivar fruta y alimentos, ahora está arrasado. Millones de plantas se han talado, y la tierra quedó muerta, sin producir», continúa Juan Carlos.

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(Foto: Martín Álvarez)


Los pozos y la salud

El barrio es uno de los más humildes de Allen, en las afueras, hacia el sudeste. Y se llama Calle Ciega N° 10. Viven allí no más de 15 familias, muchas sin trabajo, otras que sobreviven con changas y un par conchabados en chacras de otros. Hace seis años se instalaron los primeros pozos de fracking cerca de sus casas. Algunas no resistieron, como la de Roxana Valverde, que se agrietó y en parte se vino abajo, mientras las máquinas rompían la roca para extraer gas y petróleo no convencional a miles de metros de profundidad.

Roxana trabaja la tierra. Tiene seis hijos y tres nietos. Y un malestar que apareció «cuando llegaron las plantas petroleras. De a poco empezamos a tener problemas de salud, además de la molestia por el ruido de las maquinarias y el movimiento de transporte pesado, día y noche. Éramos unas 20 familias. Algunos se fueron yendo porque se enfermaban. El olor nauseabundo, a azufre, humo, las pérdidas de gas constantes provocan ardores en la garganta, en la nariz y en la boca, problemas respiratorios y enfermedades del estómago. Una de mis hijas tuvo pancreatitis, se supone que por la contaminación del agua».

Estela y Adrián tienen tres hijas pequeñas. Se instalaron en Calle Ciega Nº 10 hace siete años. Cuando llegaron las torres todo cambió, «hasta el carácter», dice él. «A la madrugada, mi hija me pedía si podía apagar el ruido, ¿cómo iba a hacerlo?». A los pocos meses empezaron a aparecer las erupciones en la piel, alergias, problemas estomacales, asma, picazón y diarreas. «Lo peor fue nuestra hija más chica –cuenta Estela–. Tuvo una alergia grave, se le puso la piel morada y convulsionó dos veces. El médico no nos supo decir qué había sido. Será un virus, decía».

Adrián, que es peón rural, reafirma que el fracking no trajo prosperidad ni trabajo al barrio. «Es difícil trabajar en el petróleo, porque te exigen tener el colegio completo, y la mayoría de los que trabajamos en las chacras no lo tenemos. Los que eran de la zona y entraron en las petroleras duraron tres meses, después trajeron gente de otros lados».

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(Foto: Sabrina Pozzi)


Oscar, 59 años, vende frutillas y cerezas, y está de vuelta en el barrio porque ya no puede pagar el alquiler en Allen. «Cuando vivíamos acá, mi esposa tenía problemas de asma, que los pozos agravaron. Después le cayó un cáncer, y decidimos irnos. Al tiempo falleció, y ahora me estoy volviendo a hacer la casa acá, con mi hija de once años».

Araceli y Andrea Pincheira son hijas de peones rurales. Lo primero que notaron en los alrededores de Calle Ciega Nº 10 fue la deforestación. «Antes, la chacra estaba rodeada de plantas y frutales, y ahora no hay nada». Victoria, la hija de la mayor de las Pincheira, tiene tres años y permanentes sarpullidos y erupciones cutáneas. «Es difícil estar sano acá. Y cuesta mucho hacerse controles en la sanidad pública. Si no tenés obra social, te hacen problemas para hacerte estudios».

Según Lidia Campos, este es uno de los puntos más oscuros de algunas localidades en la superficie sobre el vasto tesoro de Vaca Muerta. «Los médicos acá no se quieren mojar, normalmente vienen a hacer pasantías de unos meses y se marchan –cuenta–, y si alguno dice algo que no les gusta a las petroleras, sorpresivamente acaba renunciando».

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(Foto: Sabrina Pozzi)


Los vecinos de Calle Ciega N° 10 se movilizaron durante casi dos años, hicieron cortes de ruta y protestas hasta que lograron que un representante de YSUR (luego absorbida por YPF) se reuniera con ellos. Dicen que les ofrecieron 40 mil pesos a manera de resarcimiento. A cambio, debían guardar silencio. «El acuerdo era que si después venía otra empresa y también hacía lo que quería, no podías reclamar nada. Si alguien te preguntaba, tenías que decir que estaba todo bien», explica Andrea Pincheira. «Yo fui una de las que no quiso firmar –agrega Roxana Valverde–. No me parecía que me taparan la boca con dinero con mi hija ingresada en el hospital con una pancreatitis aguda. Yo no he estudiado, cualquiera me puede tapar la boca, pero me di cuenta de que ese acuerdo no iba a salvar a mi hija más adelante. Las enfermedades de mis hijos y mis nietos iban a seguir».

No hubo acuerdo, y el barrio Calle Ciega se unió a la lucha de la Asamblea por el Agua de Allen. Representados por la Defensoría de Pobres y Ausentes, demandaron a YPF/YSUR por vulneración de derechos, y a la provincia de Río Negro por permitir la actividad. La causa se encuentra en el proceso probatorio, en un juzgado de General Roca. Pero los expedientes judiciales en Allen, asegura Campos, normalmente se desestiman o las causas se cajonean. «Al exsecretario de Ambiente, el rabino Bergman, lo fuimos a ver con seis asambleas de la Patagonia. Dijo que iba a visitar la zona pero no vino nunca. Lo mismo pasó con el exhorto que elaboró el defensor del Pueblo de Nación argumentando que teníamos derecho de consulta porque corría riesgo nuestra vida. Llegó a la Legislatura de Río Negro y nunca más supimos de él».

Santiago Cané, abogado de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), acompañó las causas de la Asamblea y de los vecinos de Calle Ciega. Sostiene que «en Allen se vulneran los derechos a la salud, a un ambiente sano, al acceso al agua, la autodeterminación y los derechos al trabajo, a la participación y a la información, y además se criminaliza la protesta».

Aunque las autoridades parecen saber de la contaminación, los reclamos de los vecinos del fracking no avanzan. «Desde mi punto de vista, se trata de personas aisladas o grupos pequeños que deben luchar contra una de las mayores corporaciones multinacionales, como es la industria de los hidrocarburos –reflexiona Cané–. Un juicio siempre es una lucha de poder. A veces la Justicia nivela las diferencias de poder, y otras, por el contrario, se somete ante quienes más poder tienen». «

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(Foto: AFP)


VACA MUERTA

El reservorio de shale gas y shale oil de Vaca Muerta ocupa 30 mil kilómetros cuadrados en cuatro provincias (Neuquén, Río Negro, La Pampa y Mendoza) y posiciona a la Argentina en el segundo lugar de reservas, detrás de EE UU. Aunque su rentabilidad es cuestionada por organismos ambientales, y denunciada por los altos niveles de contaminación que genera su explotación y la vulneración de derechos de las poblaciones cercanas, el Estado argentino considera estratégicas las inversiones en el megayacimiento.

FRACTURA

El fracking o fractura hidráulica consiste en romper la roca donde se encuentran el gas y el petróleo no convencional, normalmente a miles de metros de profundidad. Primero se perfora con un trépano y después se inyectan a presión millones de litros de agua por pozo, arenas y químicos. Los detractores de esta técnica señalan su fuerte impacto ambiental: contaminación de acuíferos y migración de gases y productos químicos hacia la superficie, entre otros efectos.