La propagación del virus generó la necesidad de encontrar palabras que expliquen la nueva y dramática situación. Un estudio reciente de la Universidad Nacional de General Sarmiento detectó desde diciembre de 2019 la incorporación de, por lo menos, 30 nuevas palabras como cuarentenear, coronacrisis, aplausazo, cuarentenoso y hasta macrivirus, que, según los investigadores, alude a “comparar en términos negativos el mandato del ex presidente con la pandemia”. Yo, humildemente, sumo, a continuación, otra que descubrí recientemente.

A la simple, entendible y consentida pregunta que le hice a una amiga, «¿Cómo estás?» -porque eso fue, sencillamente, lo que quería saber-, su respuesta no provino del menú de respuestas previsible: genial, bien, más o menos, como siempre, mal o peor imposible. El diagnóstico recibido se sintetizó en “Chocada”.

Más allá de su indudable peso metafórico la expresión me pareció luminosa. El Covid vino de contramano y no hubo maniobra que evitara el topetazo ni paragolpe que lo resistiera. Respecto a esta clase de estragos no hay compañía de seguros en el mundo que se haga cargo de los riesgos, y ni hablar si los daños son totales. Igual que mi amiga, todos estamos golpeados, raspados, abollados, chocados.

Como podamos, habrá que ver cuando le encontramos remplazo al faro delantero derecho o quien nos recomienda al sacabollos capaz de reparar lo que esta indeseable granizada provocó en nuestros cuerpos, mentes y almas. Y si las condiciones dan, después se podrá pedir presupuesto y turno para una buena chapa y pintura. Mientras tanto, lo que queda, es manejarnos con cuidado, asegurando a terceros que es el único modo que tenemos de asegurarnos.

 En un tiempo en que las palabras no alcanzan para tanto miedo y dolor ya hay, por lo menos, dos frases que, con carácter de emblema, cruzaron el insano aire de estos últimos 15 meses. Una es la que Alejandro Dolina le dedicó a una periodista de televisión, pero que le cae a medida a muchas otras y otros peligrosos chocadores de la realidad desde los medios: “No se pongan a pensar si no están acostumbrados”, le recomendó. La otra le pertenece a Víctor Hugo Morales que, en plena internación por coronavirus, tras el resultado de un análisis, descubrió que, en tiempos como estos, “positivo es una mala palabra y negativo es una buena palabra”.

En una época en que los protocolos sepultaron a las despedidas, quedará para la historia verdadera el adiós del profesor Hugo Míguez, fallecido el 20 de abril a los 75 años por Covid. En el marco de su internación tuvo “30 segundos lúcidos” para reconocer a las trabajadoras y trabajadores de la salud, desde el médico que todos los días le pasaba el parte médico a su hija, a la enfermera que lo sacó de una crisis respiratoria, a la kinesióloga que lo trató con dulzura y muchos más que lo atendieron en el Hospital Italiano. “Solo quiero 30 segundos lúcidos… este hospital y su gente estarán también en esos 30 segundos”. Su agradecimiento debe conmovernos a todos y, especialmente, hacernos pensar por qué abandonamos la costumbre de salir a los balcones cada noche a aplaudir a los que cuidaron con devoción a Hugo y siguen cuidando a tantos.

El horror de la pandemia exigió también la intervención, probablemente no esencial pero oportuna, de los expertos de la Real Academia Española de la lengua. Ellos incorporaron a su prestigioso diccionario 2557 nuevos términos, como por ejemplo “covidiota”, que define a “las personas que se niegan a cumplir las normas sanitarias dictadas para evitar el contagio”. Entre la familia de palabras asociadas los académicos incluyeron a “covidiotez” y “covidiotismo”. Novísimas palabras todas que les caben a los que de un modo deliberado pasaron por alto las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, desafiaron los cuidados, quemaron barbijos, contrariaron las cuarentenas y descreyeron de las vacunas. El jefe de Gabinete del gobierno provincial, Carlos Bianco definió la actitud de los adherentes del Partido Negacionista: “Hay covidiotas en particular, en un mundo donde hay idiotas en general”. Bianco acierta en su descripción, porque para la infodemia y la desinfodemia (“Pánico social generado por la propagación de noticias falsas que circulan rápida y masivamente”), no hay vacunas que se hayan inventado todavía, ni rusas, ni chinas, ni inglesas. Ni ninguna otra.

En estos meses de aprendizajes a la fuerza y de perplejidades que no cesan, muchas nuevas palabras y expresiones que no existían llegaron para quedarse y para aportar un poco de sentido a la incertidumbre. Del barbijo al alcohol en gel pasando por confinamiento, período de incubación, trabajadores esenciales, distanciamiento social, propagación comunitaria, curva de contagios, vector viral, teletrabajo, protocolo, nueva normalidad, asintomático, burbuja sanitaria, zoompleaños y tantas otras. Todos las escuchamos, también las pronunciamos y a muchas las experimentamos. Un interrogante crucial es que pasará con ellas. ¿Podremos eliminarlas sencillamente de nuestro disco rígido?; ¿Ingresarán al museo de las palabras olvidadas apenas la mayoría de la población haya recibido la segunda dosis? Según los expertos de la Universidad de General Sarmiento “quizás algunas queden olvidadas, pero otras se incorporarán a nuestro léxico”. Y agregan: “Ante una situación extraordinaria, de fuerte cambio y shock social, se requiere no solo de nuevas denominaciones para fenómenos nuevos… sino también de neologismos emotivos, de autor o lúdicos, que permitan expresar las sensaciones de los hablantes”. Uno de esos neologismos es, acuñados en cordiales fuentes anglos, coronials y pandemials) aplicado a los niños felizmente nacidos en pandemia. Cuando crezcan podrán contarlo y decir que cada uno de ellos fue un coronabebés.