«Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra integridad y de nuestro honor, es porque no hemos podido (…). Herido en la mano derecha y en el campo, perdonad que os escriba con lápiz y en una letra trabajosa». Las palabras de renuncia de Juan Manuel de Rosas marcaban el final de una era. Minutos después abordaría el buque de guerra Conflict rumbo a Inglaterra. Era el fin de una era que duró más de dos décadas y que se resolvió como supo hacerlo fatalmente este país en el siglo XIX: por las armas.

El 3 de febrero de 1852 tuvo lugar uno de los combates decisivos de la historia del siglo XIX en América del Sur: la Batalla de Caseros, una bisagra de la historia argentina.

Hacia fines de los años veinte Buenos Aires se constituyó en el Estado provincial más poderoso, tanto económica como políticamente. Rosas fue su gobernador en dos ocasiones (1829-1832 y 1835-1852), y adquirió una centralidad, poder e influencia única a través de las distintas provincias que desde la caída del Directorio en 1820 se manejaban como Estados autónomos. Construyó un orden otorgándole más lugar a las clases ganaderas y mercantiles de Buenos Aires, sector que él mismo integraba; y tomando posturas en defensa de la soberanía ante potencias extranjeras, como en la Vuelta de Obligado. Y fue acrecentando los recursos de la provincia gracias al control del puerto y la aduana de Buenos Aires.

Los planes de Rosas crearían tensiones con los proyectos de otros grupos políticos, sociales y económicos. En su mayoría, poco organizados. Sin embargo, una región emergió como la más confrontativa con el rosismo: el Litoral, con sus intereses agropecuarios que reclamaban un lugar que Buenos Aires no le daba.

En 1851 la Confederación Argentina y el Imperio de Brasil rompieron relaciones por conflictos con la Banda Oriental. Cada año Rosas presentaba su renuncia a la conducción de las relaciones exteriores de la Confederación, argumentando razones de salud. Sabía que nadie se la aceptaría. Hasta que en mayo Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos (y aliado de Rosas por 15 años), hizo público un “pronunciamiento”: se hacía cargo de las relaciones internacionales de su provincia, y reclamaba un Estado nacional y una constitución.

A comienzos de 1852, el Río de la Plata se encaminaba hacia la batalla más importante de su historia: 50 mil hombres armados, divididos casi en partes iguales por cada ejército. Las tierras de la estancia Caseros, en El Palomar, donde hoy se encuentra el Colegio Militar de la Nación, se constituyeron en el campo de batalla, en las afueras de Buenos Aires. El 25 de enero el ejército rosista reunió sus unidades en el campamento de Santos Lugares, mientras el Ejército Grande, confomado por fuerzas de Entre Ríos, Corrientes, Brasil, la Banda Oriental y porteños, avanzaba hacia su encuentro.

El 3 de febrero, al amanecer, Urquiza ordenó iniciar la marcha al campo de batalla. Ambos ejércitos quedaron ubicados en línea, uno frente a otro, a lo largo de más de 4 kilómetros. Hacia las 7 las fuerzas al mando del gobernador entrerriano se posicionaron, y alrededor de las 10 ordenó a su caballería iniciar el ataque contra la caballería enemiga, ubicada en el flanco izquierdo. Logró la victoria rápidamente. A continuación, las unidades de infantería del Ejército Grande ubicadas a la derecha atacaron y tomaron ese flanco. Luego se sumó la infantería por el centro. Las tropas de Urquiza avanzaron sobre la casa de Caseros y El Palomar, masacrando soldados desarmados y heridos, mientras que otros fueron tomados prisioneros. Rosas logró escapar escoltado por un grupo de soldados. Llegó a la ciudad, renunció a su cargo, se contactó con el cónsul inglés, Robert Gore, y se exilió en Inglaterra, donde viviría un cuarto de siglo hasta su muerte.

Pasado el mediodía de ese 3 de febrero de 1852, la batalla había terminado. El Ejército Grande tomó prisioneros, armamentos y caballos. ¿Quién fue el encargado de redactar el boletín del Ejército Grande? Domingo F. Sarmiento. Lo que siguió en lo inmediato fue el saqueo de la ciudad de Buenos Aires por soldados dispersos. Urquiza comenzaba a tomar el control de la situación, asentado en la misma estancia que fue la residencia de Rosas en los entonces Bañados de Palermo, donde hoy se ubica uno de los mayores parques porteños: Tres de Febrero.

Caseros marcó el final del rosismo, el comienzo de un Estado argentino con una Constitución y el modelo de una república federal, la libre navegación de los ríos, el inicio de la inmigración europea masiva; los primeros ferrocarriles y las luchas entre las provincias y Buenos Aires que perdurarían hasta 1880, cuando se produjo el último levantamiento y enfrentamiento de Buenos Aires contra el Estado nacional, por la declaración de la Ciudad de Buenos Aires como la capital federal. Tres años antes (en 1877) moriría Rosas, quien pocos años antes escribió a modo de testamento político: «Las circunstancias durante los años de mi administración fueron siempre extraordinarias, y no es justo que durante ellas se me juzgue como en tiempos tranquilos y serenos».

Un triunfo que hipotecó el futuro de las provincias

En mayo de 1851 Urquiza selló el pacto con Brasil, que se sumaba a la Banda Oriental y Corrientes. El emperador Pedro II le daría infantería, caballería, artillería, y también «en calidad de préstamo la suma mensual de cien mil patacones por el término de cuatro meses», estableció el acuerdo entre las partes.

El gobernador de Entre Ríos quedaba obligado a obtener del gobierno que sucediera inmediatamente a Rosas, «el reconocimiento de aquel empréstito como deuda de la Confederación Argentina y que efectúe su propio pago con el interés del 6% por año. En el caso, no probable, de que esto no pueda obtenerse, la deuda quedará a cargo de los estados de Entre Ríos y Corrientes, y para garantía de su pago, con los intereses estipulados». Entre Ríos y Corrientes «hipotecaban» sus rentas y terrenos públicos. Esto generó tensión con otras provincias. En Córdoba acusaron a Urquiza porque «se había prostituido a servir de avanzada al gobierno brasileño”.