Así como dicen que Tarzán se siente solo en el día de la madre, a mí eso nunca me pasó porque mi historia de vida desmiente a otro conocido refrán: madre hay una sola.

Yo tuve dos. A la que durante nueve meses me llevó en la panza no la frecuenté casi nada porque, pobrecita Eva, murió a consecuencia del parto. La otra, la que me tuvo en el corazón, fue Adela, que no me trajo al mundo, pero me instaló en el mundo con sus dichos increíbles, como «la madre es el único Dios sin ateos en la tierra», que dicho ahora suena a besuqueo de palabras, a abrazo excesivo. Y, como si eso no fuera sobredosis e inevitable caso de diván, entre uno y otro desmadre, también tuve una abuela (Rosa) y una tía (Juana) que durante cuatro años hicieron todo lo que pudieron a la manera de madres sustitutas. Y todo eso, sin olvidar a Simón, mi viejo que fue «pa» y «ma» cuantas veces lo necesité.

Tal vez por todo esto, porque fui un borrego sin madre, me sigue dando no se qué decir: «Te lo juro por mi madre». Porque de inmediato tengo que elegir: ¿por cuál de ellas? Y si fuera el caso de hacerme merecedor de un insulto, mejor llámenme «hijo de tus dos madres». En fechas como la de hoy, recuerdo con amor a las dos, y a todos los que me permitieron llegar hasta este octubre. También para decirles: «Madres mías, ¡qué las parió!» ¡Cómo cambiaron los tiempos! Seguro no me alcanzarían estas líneas para ponerlas al tanto de lo que está pasando con las mujeres. Emparejadas o desparejas, con hijos o sin ellos, se han convertido en madre de todas las batallas, para ayudarnos a construir el macho que somos y a deconstruir al varón que está llegando.

La definición de madre en el Larousse es pobre y casi ofensiva: «Mujer que ha tenido hijos». Desde otras acepciones también suma agravios: «Dícese también de las hembras de cualquier especie animal». Igualmente refractaria es otra extraída de un diccionario de argentinismos: «Vaca con cría». Cada tercer domingo de octubre, la efeméride ordena celebrar a madres y madrazas, a madrastras y mamitas, a mamacitas y mamasotas.

Madres con y sin clase, y de todas las clases sociales; madres sobreprotectoras y madres distantes; madres con culpa y madres que echan la culpa; madres que no pueden con su alma y madres que pueden con todo; madres invasoras y madres discretas; madres políticas (de esas también tuve más de una) y madres impolíticas; madres de muchos dolores y madres patrias, que vienen a ser las de la Plaza de Mayo. Sépanlo: este día les pertenece, de la mañana a la noche.

Sus hijos imaginamos que con unas florcitas o unos chocolates las arreglamos, porque, después de todo, ustedes no se llaman un electrodoméstico.

-Sí, nene: nos llamamos dos electrodomésticos.

Viejas, jefas, sangre de nuestra sangre, autoras de nuestros días, felices sean. En esta jornada nos toca a nosotros decirles: «Coman algo, no anden con el estómago vacío; cuidado en la calle: si algún extraño les habla, ustedes sigan de largo, derechito a casa; y si salen, no vuelvan muy tarde, no se olviden las llaves y lleven un saquito porque a la noche refresca».