El 1 de junio, a unos 40 metros del mismo sitio donde casi tres décadas atrás fue asesinado Omar Carrasco, en la guarnición militar de Zapala, Neuquén, encontraron agonizando al soldado voluntario Pablo Córdoba, de 21 años. Es la quinta muerte en las FF. AA. en poco más de un año.

Tenía dos impactos de bala en la cabeza, presuntamente disparados con su propio fusil Fal. Uno ingresó por el mentón y salió por la frente; el otro atravesó la sien, de izquierda a derecha. La justicia mantiene la carátula como “muerte dudosa”. Desde el Ejército buscaron instalar la hipótesis de que se había suicidado. La familia está convencida: a Pablo lo mataron.

El juez federal Hugo Greca encabezó recién este viernes la inspección ocular en el lugar: 36 días después del hecho. De la reconstrucción participaron los primeros soldados que encontraron a Pablo, los que se sumaron después, enfermeras del hospital militar y personal de la ambulancia que lo trasladó al nosocomio de la ciudad, donde murió.

Pablo Córdoba.

En la pericia estuvieron presentes la familia del joven, y también funcionarios judiciales y de criminalística de la Policía Federal que simularon, gracias a un voluntario que hizo las veces de Pablo, las diferentes posiciones de cómo estaba la escena de acuerdo a las perspectivas de los testigos, que fueron muy disímiles entre sí, según consideró la querella en cabeza del abogado Maximiliano Orpianessi, quien entre el viernes y el sábado solicitó una batería de nuevas pruebas.

“Se pronunciaron todas las contradicciones. Fue una suerte de careo. Unos dijeron que el Fal estaba separado del cuerpo, al costado; otros aseguraron que lo tenía sobre el cuerpo”, explica a Tiempo Orpianessi, apuntando a los testimonios de los soldados que aquella madrugada también estaban de guardia, al igual que la víctima, en otros puntos del cuartel. “Surgieron mayores inconsistencias de toda la mecánica que se dio hasta que lo subieron a la ambulancia y lo llevaron”.

Contradicciones

“Fue muy duro ver el lugar donde encontraron a mi hijo”, describe a este diario Natalia Uribe, la madre de Pablo, instantes después de la reconstrucción del caso. “Pudimos observar contradicciones más profundas que no habían surgido en un primer momento”, acota.

Natalia relata que Pablo entró a la guardia a las 8:30 del 31 de mayo en remplazo de una compañera: «Ese día no le tocaba a él”. A las 5:30 del 1 de junio, una patrulla pasó por el puesto donde él estaba. Fueron los últimos en verlo con vida.

Fuentes judiciales indicaron que cerca de las 6, los soldados que estaban a unos 150 y 300 metros de allí, aseguraron haber escuchado un solo estruendo. De acuerdo a esta versión, intercambiaron comunicaciones de radio para saber si estaban todos bien. El único que no contestó fue Pablo.

Ahí comenzaron a buscarlo. A la media hora lo encontraron malherido, unos cien metros alejado de donde estaba su puesto móvil. Si bien los guardias suelen trasladarse, según los propios testigos no van más allá de unos 30 metros sobre las calles principales. Nunca campo adentro.

La primera hipótesis que se deslizó desde la Guarnición Militar fue que el joven intentó matarse o que se trató de un accidente (algo descartado, el fusil no tenía fallas). Así le informaron al padre de Pablo, Juan José, que es suboficial en el mismo cuartel.

Con esa misma idea llegaron los agentes de la Policía Federal a la escena y descuidaron elementos que podrían ser claves: por ejemplo, esa madrugada se encontró solo una vaina; la otra fue levantada sugestivamente a los 10 días con un detector de metales.

«Vio algo que no debía»

El cargador estaba separado del fusil; de las 20 balas que tiene de capacidad, contenía 15. Si se suman las dos vainas encontradas, una bala entera en el suelo y otra en la recámara, faltaría un proyectil. Restan los resultados de pericias, como el análisis de los plomos, las vainas e información clave que pueda surgir de los dispositivos de Pablo para conocer su perfil: si tenía tendencia suicida o conflictos con alguien fuera como dentro del cuartel.

Pablo debía custodiar las inmediaciones de ciertos edificios como el casino de los suboficiales, controlar que no hubiera movimientos extraños. “Evidentemente, algo que no sé que es, nos están ocultando. Por eso el padre cree que pudo haber estado en el lugar y momento equivocado, y vio algo que no debía –analiza Natalia–. Estamos pidiendo que se cambie la carátula a homicidio. Nadie se suicida de dos disparos en la cabeza”.

“Él tiene una personalidad súper arriba, siempre alegre, atento, contento. Tenía sus enojos, como cualquiera, pero no es depresivo. De hecho –continúa–, unos días antes nos habíamos sentado a hablar por un problema de salud mío, y mientras yo lloraba él me agarra las manos y me dice ‘mamita, vos tranquila, vivís conmigo, no te olvides, no te va a faltar nada’; le ponía esa chispa a todo y no nos dejaba caer, siempre fue re compañero mío y de su papá”.

Pablo junto a su madre.
Las otras muertes en las Fuerzas Armadas

En poco más de un año murieron otros cuatro soldados en las Fuerzas Armadas. Lautaro Pilloud, de 21 años, cursaba el primer año de la carrera militar en el Ejército Argentino, cuando en marzo de este año murió en medio de las denominadas prácticas de «adiestramiento físico» en el Colegio Militar de la Nación, situado en El Palomar en el partido de Morón. La muerte del joven coincidió con una alerta naranja declarada por el Servicio Meteorológico Nacional por las altas temperaturas. Se estableció que en medio de la intensa práctica, el chico se descompensó y si bien fue trasladado al Hospital Militar Campo de Mayo, falleció de un paro cardíaco.

En octubre del año pasado, el cabo primero Jesús Ariel Cruz, perteneciente al Regimiento de Asalto Aéreo 601, ubicado en Campo de Mayo, fue encontrado muerto tras varias horas de búsqueda, en medio de una actividad de Adiestramiento Operacional en el Lago San Roque, provincia de Córdoba.

En junio de ese mismo año, el subteniente Marías Ezequiel Chirino, de 22 años, murió tras realizar un “ritual de iniciación” luego de haber bebido una cantidad importante de bebidas alcohólicas en el Grupo de Artillería N° 3 del Ejército Argentino, en Paso de Los Libres. 

Casi un mes después de la muerte de Chirino, el cabo Michael Natanel Verón, de 26 años, debió ser intervenido quirúrgicamente como consecuencia de lesiones en la columna vertebral. Había recibido una brutal paliza tras un almuerzo de “iniciación” a la fuerza en la localidad de Apóstoles, provincia de Misiones.

Ezequiel Chirino.