A pesar de ser una estación asociada al descanso y lo pasatista, el verano también tiene su presencia en la historia. La “Semana Trágica”, ocurrida en enero de 1919, fue uno de los acontecimientos más oscuros en la genealogía de la protesta social en el siglo XX argentino. Hubo que esperar a las insurrecciones urbanas de Rosario y Córdoba de 1969, para volver a presenciar hechos con una magnitud asimilable.

Desde diciembre de 1918, las y los trabajadores de la fábrica metalúrgica Vasena, ubicada en el sur porteño de Barracas, mantenían un conflicto con sus empleadores, a raíz de una serie de reclamos: aumento del salario, jornada laboral de 8 horas, reincorporación de los obreros despedidos por su acción gremial y eliminación del trabajo a destajo (el pago a cambio de una tarea o una cantidad determinada de productos). La falta de negociación patronal derivó en la huelga. La empresa buscó vías para desactivarla: contrató nuevos trabajadores para que hagan las tareas, convocó rompehuelgas y buscó un aliado en el gobierno, que envió policías y bomberos para custodiar el lugar. Paradójicamente, el gobierno más popular de esas últimas décadas, a cargo del radical Hipólito Yrigoyen. Los choques empezaban a crecer.

A comienzos de enero, los huelguistas hirieron a un policía (que a los pocos días murió), y a un puñado de vecinos. De ahí en adelante, las cosas se salieron de control: el 7 de enero la policía desató una balacera contra los trabajadores. Murieron cuatro y los heridos se contaron por decenas. Lo que había empezado como una protesta de un grupo de obreros de una fábrica pasaba a ser algo más grande: se sumaban al paro los trabajadores marítimos, los metalúrgicos, los obreros del calzado, curtidores y los del tabaco (luego también los del transporte y comerciantes), graficando cómo se estaba transformando la época, con un movimiento urbano creciendo a la sombra de un modelo que seguía siendo en esencia agroexportador de materias primas. El 8 de enero las centrales sindicales declararon la huelga general. 

La jornada del 9 de enero se inició con una multitudinaria marcha fúnebre desde el sur de la ciudad hasta el cementerio de la Chacarita (foto), donde enterrarían a los trabajadores asesinados por la policía dos días antes. En el camino se produjeron enfrentamientos, y la policía abrió fuego. Se estimaron 50 muertos. Paralelamente, en los talleres Vasena, miles de trabajadores y vecinos de los barrios del sur rodearon la fábrica y comenzaron a apedrearla, hasta iniciarse un incendio en la entrada. De nuevo las respuestas represivas fueron las balas, produciendo otros 30 muertos y heridos. Los grupos de choque incluían a civiles armados pagados por los patrones.

Arrinconadas, las fuerzas se acuartelaron y el Ejército entró en escena para “restablecer el orden”: al día siguiente el general Luis Dellepiane marchó con sus tropas desde Campo de Mayo, teniendo bajo su control a todas las fuerzas, incluidos los civiles armados. Buscaban «hacer un escarmiento que se recordará durante 50 años». Rompieron la huelga y reprimieron a los manifestantes. La Capital quedó militarizada.

Recuperado el orden a sangre y fuego, se inició la cacería contra anarquistas, comunistas, inmigrantes y sindicalistas por los barrios obreros (principalmente del sur), y también contra la población judía, sobre todo en Villa Crespo y Once. Ahí cobra protagonismo la Liga Patriótica Argentina, una organización paraestatal que funcionó como fuerza de choque de los sectores propietarios contra la clase obrera, así como grupo de presión frente al gobierno nacional. Había empresarios, militares, políticos, gente de la clase alta que hablaba de «terror blanco», entre ellos el abogado y miembro del directorio de Vasena, el senador radical Leopoldo Melo. La misma Liga que un grupo de comandos civiles de Bariloche reivindica hoy en día contra poblaciones mapuches.

La “Semana Trágica”, en la que murieron un estimado de 700 personas y decenas de niños fueron desaparecidos, se inscribió en un contexto de huelgas y marchas obreras masivas, transformaciones urbanas con trabajadores precarizados, oligarquía, hacinamientos, y la crisis de la Primera Guerra. La brutalidad de la represión ordenada por el gobierno y articulada por sectores propietarios contra los trabajadores fortalecieron el puño de hierro de la contrarrevolución de la que el Ejército salió fortalecido. En los años venideros esa institución tomaría tanto poder como para liderar el primer Golpe de Estado en 1930, justamente al mismo presidente que en enero de 1919 “ayudó” a restablecer el “orden” frente a las protestas obreras. «

El miedo del gobierno radical al «enemigo rojo»

El clima insurreccional y la magnitud de la protesta produjeron un impacto profundo y un extendido temor de parte de los sectores dominantes y la mayoría de la dirigencia política, incluido el propio oficialismo, liderado por el presidente radical Hipólito Yrigoyen. El gobierno más popular que había tenido la Argentina en décadas se cargaba cientos de trabajadores muertos y heridos. Dos años después le sumaría las matanzas de obreros en el sur que dieron origen a La Patagonia Rebelde. En la Semana Trágica, los miedos de Yrigoyen se conectaban con el fantasma de la Revolución de Octubre (ocurrida en Rusia en 1917) y su irradiación local de la mano de inmigrantes anarquistas y comunistas con mucho protagonismo en el movimiento obrero. El “enemigo rojo” se conformaba, entonces, de una mezcla de anarquistas, comunistas, inmigrantes rusos y eslavos, obreros y judíos. Todos serían el blanco de los ataques en 1919.