El mosquito del dengue es más fuerte de lo que se creía. Un experimento realizado en la provincia de La Pampa, publicado recientemente en la revista científica Acta trópica, da cuenta de que los huevos del Aedes aegypti pueden soportar temperaturas más frías, aun sin humedad. Por lo que todavía hay margen para que el insecto se extienda todavía más hacia el sur del país.

El ambiente natural de este vector de enfermedades tales como el dengue, zika, chikungunya y fiebre amarilla, es el de zonas cálidas, húmedas y con precipitaciones. Es común dar con él en ciudades que van desde el norte hasta el centro de la Argentina y, ocasionalmente, en algunos puntos de la costa atlántica.

Para desentrañar hasta dónde podría llegar el Aedes aegypti, tres especialistas de las universidades nacionales de La Pampa y de Córdoba, Gisella Obholz, Germán San Blas y Adrián Díaz, se propusieron llevar adelante un experimento con huevos trasladados desde la ciudad Buenos Aires a dos localidades pampeanas: General Acha y Santa Rosa. La idea era ver si podían sobrevivir al crudo invierno pampeano sin la humedad porteña. Y lo lograron.

El trabajo de campo fue realizado de manera colaborativa con el Grupo de Estudios de Mosquitos (GEM) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, que desde hace años mantiene un exhaustivo seguimiento de este insecto en CABA, donde instalaron ovitrampas para que las hembras depositen sus huevos que luego son analizados en el laboratorio.

En diálogo con Tiempo, la investigadora del Conicet e integrante del GEM Sylvia Fischer contó que, “si bien desde hace unos años el Aedes aegypti fue detectado en varias localidades de La Pampa, estas suelen tener temperaturas más cálidas que el resto, con lo cual queríamos determinar hasta qué punto el frío y la falta de humedad podían ser un limitante para su expansión”.

Este mosquito ve interrumpido su ciclo de vida durante el invierno, cuando las larvas y los adultos no pueden desarrollarse. Entonces, las generaciones venideras dependen de la resistencia que los huevos tengan durante períodos más o menos prolongados, y a las inclemencias del clima. Por eso, es clave que se realicen las tareas de prevención durante estos meses y no tanto en verano, cuando ya es tarde y los huevos eclosionaron.

Los huevos de este experimento fueron extraídos en marzo, abril y mayo de 2019. “Para evaluar la supervivencia durante el invierno, se los dejó en condiciones naturales y seminaturales en recipientes que estaban tapados, pero expuestos a las variaciones de las temperaturas normales del exterior en tres lugares diferentes de cada una de estas dos localidades, para poder tener una representatividad de la variabilidad del lugar”, explicó Fischer.

A los tres meses, esos huevos fueron recuperados y se analizó cuántos de ellos no habían pasado la prueba: identificaron los muertos, los vivos y los que tenían predisposición a eclosionar. “Lo más relevante que vimos fue una supervivencia bastante alta en cinco de los seis sitios. En General Acha, casi dos tercios de los huevos sobrevivieron en los tres lugares; en Santa Rosa se registró la misma tasa de sobrevivencia, pero en uno de los sitios los huevos murieron”, puntualizó la especialista, que atribuyó este último suceso a un error en cuanto a la elección del lugar, con mayor exposición al sol.

Esta especie de mosquito tiene una estrategia para persistir durante varias generaciones: más allá de soportar el frío y la sequía, no todos los huevos eclosionan al mismo tiempo. No lo hacen ante la primera oportunidad que mojan o sumergen sino que suelen quedar reservas por si en el primer grupo todas las larvas se mueren.

“La tasa de eclosión –continuó Fischer– era relativamente baja. Eso fue bastante sorprendente, pero más llamativo aun fue que esto se dio en los huevos de mayo, los más jóvenes. En general, lo que una espera es que a medida que envejecen, los huevos van perdiendo agua y quizá necesitan una segunda inmersión. Nuestra experiencia en Buenos Aires nos muestra que los huevos más viejos tardaban más en eclosionar que los jóvenes. Acá vimos justo lo contrario”.

Por sus propios medios, el Aedes aegypti no se traslada más de cien metros. En su expansión es vital el hombre, que lleva los huevos o las larvas de un sitio a otro. “La distribución y abundancia del mosquito ha ido aumentando gradualmente. Esto tiene implicancia epidemiológica porque el riesgo de transmisión de dengue es mayor cuando llegan viajeros contagiados y les pica este insecto. No todos los años hay epidemias pero cuando las hay, cada una supera a la anterior”.«

Foto: Eitan Abramovich / AFP
¿Nos pican a unos más que a otros?

Los mosquitos suelen tener preferencias a la hora de picar a una persona. Según estudios internacionales, hay señales físicas y químicas que pesan más que otras, como la temperatura corporal, el vapor de agua o la humedad que emanan los cuerpos. Incluso, los olores impregnados en la piel.

Estudios realizados en Estados Unidos establecieron que moléculas como el indol, el nonanol, el octenol y el ácido láctico son como una especie de “atractante” para estos insectos, gracias a que tienen en sus antenas un receptor de olor único.

Según un artículo publicado en el sitio de divulgación científica The Conversation, otras investigaciones determinaron que un mosquito infectado con dengue o zika altera el olor de los ratones y de los humanos a los que contagia. Estos ratones y humanos, a su vez, se vuelven más atractivos para los mosquitos, con lo cual el virus se garantiza cierta expansión. Esto se debe a la modificación de la emisión de una cetona aromática, la acetofenona, que resulta especialmente atractiva para estos insectos chupasangre.