Frank Sinatra, Luciano Pavarotti, Julio Iglesias, Liza Minnelli, el Potro Rodrigo, Morrissey… En un otoñal y poco afiebrado sábado por la noche, el Luna Park suma una nueva estrella a la constelación de astros que han brillado en su escenario: Sergio Cortés. ¿Quién? «El mejor imitador mundial de Michael Jackson, caballero. Bueno, eso es lo que dicen los fans. Yo solo vengo a trabajar, a hacerme mis pesitos. Si es por gustos, a mí me vuelven loca Los Mirlos», asegura María Molina, vendedora callejera, que ofrece a buen precio remeras y pines tatuados con el rostro del artista español. En la esquina de Bouchard y Corrientes, los clientes escasean. Sin embargo, María no baja los brazos… repletos de chucherías. «¡Lleve las vinchas, lleve los posters! ¡Treinta pesitos, nada más, aproveche que quedan pocos!», falsea la mujer frente a un grupito de curiosos. Antes de seguir su deriva hacia Madero, se lamenta: «Poca gente para ver al gallego. Además, no sueltan una moneda. No sabe lo que es esto cuando canta Soy Luna.» Para la comerciante, la tórrida jacksonmanía ochentosa ha quedado enterrada en el olvido, como el efímero veranito económico del Plan Austral o el exitoso ciclo televisivo que piloteaba Domingo Di Núbila.

«Este show es como un viaje en el tiempo. Tengo 15 años y nunca pude ver a Michael en vivo. Tenerlo a Sergio es lo más parecido. Lo vi por internet. ¡El chabón lo hace igual!», se emociona Lucas Pedemonti, un millennial de Villa Domínico. Desde la vereda de enfrente lo mira su papá, Damián, confeso ricotero. La fila de fanáticos marcha con parsimonia hacia la boca del estadio. Antes de seguir a la manada, Lucas acomoda el oscuro fedora que cubre su melena y tira un paso antigravedad: «Estoy calentando un poco. Porque adentro me transformo. Yo también lo imito, creo que tengo algo de Michael, ¿no?»

El rey ha muerto, larga vida al rey

A las 9 de la noche, el campo y las plateas del Luna empiezan a engordar. Montada en su silla de ruedas, Patricia avanza con decisión por el pasillo hacia la cuarta fila. «Soy fan de Michael, obvio, de la primera época. Fui a todos los recitales en River, año 1993. ¡Me gusta muuucho!», alega la joven abogada nacida y criada en Lanús. La acompaña a sol y sombra su madre Edith, también groupie del líder de los Jackson Five. De aquellas tres funciones en el Monumental, Patricia no puede borrar de su memoria la perfección, el profesionalismo y, sobre todo, la magia que desplegaba Jackson sobre las tablas: «Si tengo que resumirlo en una palabra, conocí el significado de la palabra arte.» En esa época, Patricia estudiaba Derecho y los shows cayeron en plena época de parciales. «Llegaba a casa como en éxtasis después de verlo y me ponía a estudiar. Una de las noches se cortó la luz y pasé las horas en vela leyendo los apuntes, estaban como en chino. Al otro día rendí y me fui volando para Núñez. Saqué un 8, con la bendición de Michael.» Ni Madonna, ni Guns N’Roses y mucho menos Justin Bieber, para Patricia nunca habrá otro igual. «De alguna manera, Sergio mantiene vivo al rey –postula y se saca una selfie abrazada a su madre y a un poster a todo color del artista–. Y no lo digo solo por su parecido físico y vocal. También tiene una historia de tipo humilde y sacrificado. Por eso Michael lo eligió como el mejor de sus imitadores.»

Entre los puntos más altos de la biografía del doble nacido en Barcelona, sobresalen las jornadas en que fue contratado por el Rey del Pop para despistar a la prensa, cuando contrajo primeras nupcias con Lisa Marie Presley, hija del monarca Elvis. En todas las entrevistas, Cortés se esmera en destacar que conoció a Michael cara a cara. Agrega, siempre, que tuvo que remplazarlo en una presentación para la MTV inglesa. Más allá del currículum, no pocos fans porteños ponen en duda la autenticidad de sus títulos. «Puras fábulas, muchas mentiras. Sergio lo dice para vender entradas. Somos muchos los que pensamos que no está a la altura. Pero igual hoy tenemos que estar, por Michael», espeta Leonardo Blanco, un jovencísimo imitador llegado desde Ramos Mejía. Luce con elegancia chaqueta militar, chupines que le marcan la entrepierna y mocasines impecables al tono. Corona su vestuario con gafas Ray Ban espejadas y melena recién planchada: «Hay una brecha grande cuando pasás de ser simple fanático a imitador. Es todo un proceso: el maquillaje, dejarse el pelo largo. En mi caso, terminé mimetizándome hasta en los gustos. Yo también soy apasionado por las antigüedades, pero puedo comprar poco y nada». Al Maicol bonaerense lo acompaña una docena de amigos, seguidores a ultranza del cantante que vendió más de 750 millones de discos. Mientras posa para la foto con dos rubios imitadores liliputienses, Leo alisa sus mechones una vez más y dispara: «Como Dalí o Picasso, Michael vivía para y por el arte. Su ecosistema era el escenario, y una vez abajo, no podía tener una vida normal. Imagínese, nunca pudo ir a comprar una leche al supermercado.»

Tirate un paso

Para calentar la previa, una banda tributo a los Beatles oriunda de Lanús, The Brothers, toma por asalto el escenario del Luna. La elección de los teloneros parece acertada: Jackson era fan confeso de los «Fab Four», hasta compró los derechos de todas sus canciones. La todavía aletargada audiencia sigue la beatlemanía moviendo las patitas y empachándose con baldes de pochoclo. En el centro de la primera fila, Sebastián Godoy mata la ansiedad taladrando un chicle. Llegó desde Rafael Castillo, ataviado con una campera colorada igualita a la que usaba Michael en el video de «Thriller». Por la ubicación privilegiada tuvo que desembolsar más de 2000 pesos. «Desde acá puedo ver cada paso, sentir cada latido de Sergio, mirarlo cara a cara y descubrir el secreto de sus ojos», dice con aires de poeta el estudiante de danza del IUNA. Antes de que se apaguen las luces, Sebastián reflexiona sobre el legado del Michael original: «De una, su obra seguirá presente por los siglos de los siglos. Pero no solo por lo musical, sino por la forma de crear una estética. En la danza, es un referente inigualable. Fusionó el hip hop, el jazz, el trap… es más grande que Baryshnikov».
Comienza a sonar Carmina Burana y el Luna se viene abajo. Cortés irrumpe en escena con sus cuatro elásticos bailarines y su aceitada banda. Regala pataditas y pasos inverosímiles, en un repertorio estandarizado que no da respiro. Navega sin sobresaltos por toda la discografía de Jackson. Desde la germinal «I Want You Back» hasta la asesina «Beat It», sin olvidar, por supuesto, a «Billie Jean».

Emilio Hernández y su hija Sheila bailan en trance el ritmo de «Black or White» en un pasillo. Mientras agita la pelvis, Emilio se emociona. Por fin pudo sacarse la espina: «Cuando vino Michael en los ’90, junté pesito a pesito trabajando en un lavadero de autos. Pero me estafaron con la entrada y tuve que quedarme afuera. Hoy disfruto el doble. ¡Y mirá cómo baila la nena!» Sheila flota sobre el piso y enseguida se lanza en una eterna caminata lunar. «