De pronto, en el Madison Square Garden surgió el canto: “olé, olé, oleeeeé…, Manuuu, Manuuu…” Al principio los neoyorquinos, espectadores con sus nachos con queso, panchos y cervezas contenidas en las bandejas de cartón, miraron el aire trasparentado de luces azules y rojas de las pantallas. ¿Qué estaba sucediendo allí en el orgulloso domicilio de su amor por los New York Knicks? 

El firmante de esta columna, aprovechando una relativa cuota de anonimato, se prendió a la ola de voces que atravesaba el enorme estadio. Hasta que poco a poco, quitándose ketchup y mostaza con las servilletas, los hinchas locales reaccionaron. Algunos silbidos cruzaron como rayos láseres de lado a lado. Entrenados en la vida de los estadios abiertos, los argentinos mantuvieron una pequeña ventaja y luego esperaron el próximo silencio.

Los San Antonio Spurs liderados magistralmente una vez más por Emanuel Ginobili iban ganando y el estadio aplaudía jugadas esporádicas y sólo se entusiasmaba en alguna aproximación de los locales. Ahí reaparecían los fanáticos de Manu, copando la parada. Sí, todo quien haya plantados sus reales cerca del Río de la Plata comprende, admira y se deslumbra con la desigualdad entre la capacidad para entregar su fervor entre los hinchas argentinos y los locales. 

Una noche especial, aquella que puede ser la última de Manu en el Madison, transcurrió connotada por una presencia excepcional de sus compatriotas, testigos de otro triple excepcional, que los árbitros tardaron en ver, que ya ingresó en la historia. Al cabo, después de bañarse, Manu debió atender a una cantidad de fanas argentos que le provocó asombro y su mensaje afectuoso en Instagram, orgulloso de los «delirantes» cuyas voces pasearon su nombre en andas por el ámbito sagrado del Garden.

Dos días después, volvía a deslumbrar ya en San Antonio. Había dejado Nueva York tapada por nieve.

Cuando desde Buenos Aires le hablaban a este cronista de 30 y pico de grados, de un blindaje de calor insoportable, del asfalto porteño derritiéndose, la Gran Manzana era azotada por una tormenta de nieve también histórica que clausuraba vuelos, provocaba emergencias y dejaba a los chicos sin colegio. Al mirar a través de los ventanales, las calles y veredas estaban blancas como en un aviso de detergente, salvo las huella de los autos que, justamente, cubiertos de nieve avanzaban por la traza oscura que dejaban a su paso. No era una nevada como la que se pueda imaginar. Parsimoniosa, persistente, copo a copo.

Era una niebla que atravesaba la ciudad como un insulto que barría desde el cielo toda sombra de vida normal. En la televisión, seguían pasando un triple «fantasma», así le llamaron, que convirtió Manu en la noche fantástica del Madison. Quiso hacer un pase hacia abajo del aro, pero la pelota entró limpita en el cesto. Fue tan inesperada la acción que los árbitros no lo advirtieron y alguien tomó la pelota como si fuera un rebote continuando el juego hasta que Manu consiguió que le llevaran el apunte. Tenía razón.

Pero no todo es nieve y básquet en la primera semana de este 2018, lejos de Buenos Aires, justo en el ombligo del mundo… Aquí hay una figura más temida que el ciclón que se abatió sobre esta congelada Nueva York. El huracán Donald Trump. Ese tornado de estupidez provocadora tiene sobre ascuas a los norteamericanos más lucidos. Y que por estos días se renueva con un libro que promete hacer estallar las ventas y tal vez algún estamento del gobierno republicano. 

Pero las tensiones y las preocupaciones sobre el gobierno del insólito magnate se generan por muchos motivos. Tal vez el más peligroso sea su pico a pico con Corea del Norte no es un truco de los jubilados en la plaza. Es una amenaza demasiado grave para el mundo. Cuando se conversa con los sectores de clase media latina, por cierto que el recelo hacia Trump crece porque además de ser un flagelo que puede azotar al mundo entero, la calidad de vida de los norteamericanos más vulnerables ha decrecido. Los derechos logrados en los tiempos de Barack Obama, a los que se accedió con extremo esfuerzo, enfrentando a la derecha más rancia y enfurecida, ahora no sólo entraron en discusión sino que rápidamente empezaron a ser barridos bajo la alfombra que pisan los más poderosos. Cualquier parecido entre lo que ocurre aquí en el norte y lo que se padece en la Argentino, no, de ninguna manera es pura coincidencia. 

Aunque no es la única similitud.  También el arte será para quienes lo pueden pagar. Hasta ahora el ingreso al célebre Museo Metropolitano tenía un precio “a voluntad”, y los que no tenían ni monedas en sus bolsillos, no pagaban nada. Desde marzo, la tarifa será fija para quienes no vivan en la ciudad: 25 dólares. 

Cosas de Nueva York, en los tiempos de Trump. El presidente estadounidense es para el futuro del mundo, algo así como la tormenta de nieve, o, peor, el fantasmal triple de Manu… <