La guerra puede ser un horroroso método para continuar la política por otros medios, como decía algún estratega militar. Pero puede convertirse en un conveniente modo de vida. En todo caso, hay quienes se benefician con el conflicto permanente, y no solamente los fabricantes de armas. De alguna manera, el Medio Oriente y Colombia aparecen hermanados por un mismo drama.

Estados Unidos aporta ayuda militar por 3,8 mil millones de dólares a Israel, según denunció la representante demócrata por Ohio, Ayanna Pressley. Uno de los problemas que deberá enfrentar Joe Biden además del conflicto en Gaza es la presión del ala izquierda de su propio partido, integrado por un puñado de mujeres de empuje y decisión, como Pressley, Alexandria Ocasio Cortez, Rashida Tlaib e Ilhan Omar. Todas de minorías -Pressley es negra, Ocasio hispana, Tlaib musulmana y Omar de origen somalí- y por lo tanto conocedoras de la problemática de los opri-midos. Ellas encabezan el pedido de revisar esa ayuda que, afirman, sirve para someter a los palestinos.

Desde 1999, EE UU ya aportó en ayuda militar unos 10 mil millones de dólares para el Plan Colombia. Fue concebido para “la revitalización social y económica” que dejara en el pasado las con-secuencias del enfrentamiento interno con la guerrilla y para terminar con el tráfico de drogas. Colombia sigue entre los principales productores de narcóticos del planeta y el actual gobierno de Iván Dique, bajo la batuta del “halcón” Álvaro Uribe, deja languidecer los acuerdos de paz con las FARC que firmó su antecesor y ni siquiera abrió el diálogo con el ELN, el otro grupo armado. Al mismo tiempo, da muestras de dejar zona liberada para que paramilitares asesinen a militantes sociales y exdirigentes que aceptaron incorporarse a la vida política.