Los talibanes desnudaron las debilidades de un imperio en decadencia. Y salvo en el universo Marvel, donde los superhéroes siempre triunfan, desde la II Guerra Mundial Estados Unidos nunca ganó en un campo de batalla, a pesar de tener los mayores arsenales de armas de destrucción masiva.

Por más que la retirada de Afganistán aparezca mediáticamente edulcorada con buenos deseos y fe en la paz, cuando un ejército falla en los objetivos trazados en las mesas de arena, se permite hablar de fracaso.

El gobierno de Joe Biden viene a cerrar un capítulo abierto por George W. Bush en 2001 y que empantanó a EE UU en una guerra infinita de la que, al igual que la invasión a Irak, no le resultó fácil salir.

Fue el republicano Donald Trump –como lo había sido Richard Nixon en 1973 en Vietnam– quien reconoció que esa guerra no se podía ganar. Y negoció la retirada con los talibanes en 2019 que luego tuvo que confirmar Biden.

En Venezuela el escenario tiene similitudes y diferencias notables, aunque no se llegó a una guerra abierta. La ofensiva sobre el gobierno de Nicolás Maduro estuvo alentada desde 2015 por un decreto de Barack Obama. Pero fueron los halcones de Trump los que buscaron una intervención de la mano de los gobiernos de derecha surgidos en la región y un secretario general de OEA sumiso a la voluntad de la Casa Blanca.

Parecía que desconocer al presidente chavista y designar a un “interino” como Juan Guaidó, votado por una Asamblea surgida de la gran derrota del PSUV de diciembre de 2015, era la estrategia ganadora. En la mesa de arena la cosa funcionaba de maravillas, no podía fallar.

La realidad fue bien diferente y aun los mandatarios afines recularon ante la posibilidad de una incursión militar, algo que en el sur del continente no había ocurrido jamás. Para colmo de males, si el plan era un levantamiento masivo de venezolanos contra su gobierno, nada de eso ocurrió. Como tampoco ocurrió en Cuba desde que se decretó el bloqueo, hace seis décadas.

Mientras tanto, la parte más sensata de las sociedades latinoamericanas buscaba una salida negociada entre bambalinas. No estuvo Mauricio Macri en esa línea, por cierto. Y cuando el gobierno conservador español de Mariano Rajoy tenía a flor de labios siempre la palabra Venezuela para nombrar al mal absoluto, el expresidente de gobierno socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, pasó varios meses de su vida desde 2014 tratando de llegar a un acuerdo entre la oposición y el oficialismo venezolanos para una salida democrática y pacífica a la crisis. Luego de trabajosas negociaciones, todo estaba listo para la firma de un documento en febrero de 2018 pero la oposición faltó a la cita. Rodríguez Zapatero salió a cuestionar el faltazo. Dijo que un llamado desde Washington obligó a los opositores a irse de Santo Domingo para no avalar esa opción. Que Henrique Capriles ahora quiera participar en futuras elecciones y abandonar el abstencionismo infructuoso es una señal de que también en el Caribe, Washington reconoce una derrota. Eso no quiere decir que se rendirá, pero aparece como una señal auspiciosa.