Ecuador comenzó el siglo XXI tirando a la basura su moneda nacional, el Sucre, para adherir a la circulación del dólar. Por sucesivas crisis económicas y altos índices de inflación, cambió el emblema del Mariscal de Ayacucho, la última batalla contra el imperio español, por la de los presidentes de Estados Unidos. A 23 años de aquella aventura, salirse de ese corset es mucho más complicado de lo que en Argentina fue el fin de la convertibilidad, a tal punto que uno de sus mayores críticos, Rafael Correa, economista él y en su momento –gobernó entre 2007 y 2017- con un liderazgo político importante, pudo diseñar una nueva constitución pero reconoció que volver a una moneda propia tendría daños colaterales indigeribles sin un apoyo aún mayor.

Por esa razón, los temores tanto en la dirigencia como entre la población vuelven en cuanto alguien plantea un cambio. Le ocurrió al candidato a vice del correísmo, Andrés Aráuz, que deslizó esa propuesta y prontamente tuvo que llamarse a silencio.

Se dirá entonces que la dolarización es un viaje de ida exitoso y que los mercados sacrosantos aplauden con las manos al rojo.  Sin embargo, las naciones latinoamericanas con mayor riesgo país son dos “indeseables” como Venezuela y Argentina, pero ahí nomas están Ecuador y El Salvador, que dolarizó en enero de 2001.

El Riesgo País de Ecuador está a la par del de Argentina, en torno a los 2000 puntos el día que asesinaron a Fernando Villavicencio –y luego, cosa curiosa, bajó algo- mientras que el salvadoreño andaba cerca de los 1600 puntos. Por otro lado, Ecuador tuvo que renegociar con el FMI su deuda casi al tiempo que lo hizo el gobierno de Alberto Fernández en la época de la pandemia. Porque la dolarización no evita el déficit fiscal. Con el agregado de que mientras en Argentina el gobierno pudo poner pesos para sostener la cuarentena, Ecuador no tenía la posibilidad de fabricar dólares.

Nayib Bukele, con su lucha inmisericorde contra las pandillas, intenta esquivar el «verde» con el bitcoin. Pero aún no encuentra respaldo en la ciudadanía, más preocupada escapar a las levas en masa de las fuerzas de seguridad para cumplir con la cuota de acusados de integrar alguna de las maras que asolan el país.