Si bien el anuncio no es novedad, porque el presidente estadounidense viene hablando del «acuerdo del siglo» desde que asumió en la Casa Blanca, la publicación de los pormenores de su plan para la pacificación de Medio Oriente no deja de resultar impactante. En la práctica, es un tipo de acuerdo comercial muy afín a los usos y costumbres del mercado inmobiliario del que provienen Trump y el articulador de esta propuesta, su yerno Jared Kushner. O como dicen los críticos, un intento de comprar la paz con dinero, sin tomar en cuenta reivindicaciones históricas del pueblo palestino. Lo que augura pocas probabilidades de éxito.

En resumidas cuentas, el plan que Kuschner va a poner sobre la mesa esta semana en una ronda a realizarse en Bahréin implica armar un paquete de U$S 50 mil millones para el desarrollo de Palestina y la promesa de inversiones para la interconexión por tierra entre Gaza y Cisjordania, lo que según la carpeta que lleva bajo el brazo el esposo de Ivanka Trump, duplicaría el PBI palestino en una década y derramaría bienestar en la población hoy asediada por la ocupación israelí y sin perspectivas de futuro.

El problema para implementar un acuerdo semejante, pensado con criterio empresarial más que político, es que no queda claro quiénes pondrían el dinero. Y que además, los propios palestinos ya manifestaron que no están de acuerdo. Lo dijo clarito Hanan Ashraui, consejera del presidente palestino Mahmud Abas y miembro del comité ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). «Primero hay que levantar el bloqueo de Gaza, parar el robo israelí de nuestra tierra, recursos y fondos, devolvernos nuestra libertad de movimiento y el control sobre nuestras fronteras, espacio aéreo, aguas territoriales, etc. Luego verán como construimos una economía vibrante y próspera, como un pueblo libre y soberano».

La otra cuestión es que la conferencia económica a desarrollarse en Manama, capital de Bahréin, sólo atrajo a representantes de Egipto, Jordania, Qatar, Marruecos, Arabia Saudita y Emiratos Árabes.

Por Israel habrá algún que otro empresario, pero ninguna delegación oficial, entre otras razones porque ambos países no tienen relaciones diplomáticas. Por parte de Palestina, el único anotado es Ashraf Jabari, un ciudadano acusado en su comunidad de colaboracionista con los colonos que ocupan tierras en forma ilegal bajo el amparo de las tropas israelíes. La UE, en tanto, enviaría apenas a un diplomático de perfil técnico, como para no quedar aislada de la Casa Blanca,  sin comprometerse demasiado.

Kuschner, que viene intentando acercar posiciones desde hace dos años, consideró que se trata de un Plan Marshall para Palestina que elevaría el nivel de vida de los pobladores originarios al nivel de un país desarrollado, con índices de desocupación de un dígito.

«Esto está completamente fuera de secuencia porque el problema israelí-palestino está principalmente impulsado por heridas históricas y reclamos superpuestos a la tierra y el espacio sagrado», dijo Aaron David Miller, un exnegociador de Oriente Medio para Republicanos y Demócratas.

Por si fuera poco, la propuesta se da luego de que en diciembre de 2017 Trump reconociera a Jerusalén como capital de Israel y anunciara el traslado de la embajada. Los tratados de la ONU establecen que Jerusalén es ciudad capital para ambos Estados. Y como recalcó el secretario general de ese organismo, el portugués Antonio Guterres, «no hay ninguna otra alternativa para la paz entre israelíes y palestinos que la solución de dos Estados». Algo que este plan subrepticiamente pretende diluir en un río de dólares. «

La amenaza de una hecatombe universal y otra marcha atrás

Donald Trump volvió a amenazar con la hecatombe universal a Irán y otra vez dio marcha atrás. Tras el incidente por el derribo de un dron con un misil cerca del estrecho de Ormuz, la tensión parecía llegar a su climax este jueves. Teherán indicó una vez más que no tenía intenciones de desatar una guerra pero que tampoco cedería a presiones estadounidenses y señaló que el aparato no tripulado sobrevolaba territorio persa haciendo tareas de espionaje. Washington respondió con una amenaza de atacar con todo el poder de fuego de EE UU. Finalmente a última hora Trump canceló la orden para «evitar males mayores». Dijo luego en una serie de tuits, con aire de perdonavidas: «Estábamos en posición y listos para responder anoche en tres sitios diferentes cuando pregunté cuántos iban a morir». Y «150 personas, señor, fue la respuesta de un general. 10 minutos antes del ataque, lo detuve, era desproporcionado en comparación con derribar un avión no tripulado». Pero luego agregó que la opción militar está sobre la mesa, que no tiene apuro.

El clima prebélico que vienen alentando Trump y sus asesores más aguerridos, como John Bolton, por momentos parece no encontrar su límite. La semana pasada dos petroleros fueron atacados en Ormuz en un hecho que la Casa Blanca atribuyó a Irán, mientras que el gobierno de Hasan Rohani negó de plano.

Ayer, Teherán anunció que había ejecutado a Jalal Haji Zavar, contratista de la organización aeroespacial del Ministerio de Defensa al que se acusó de ser espía de la CIA y del gobierno estadounidense.

En Washington, en tanto, Trump nominó a Mark Esper como secretario de Defensa, en reemplazo de Patricj Shanahan, quien había renunciado un día antes. Como marcan las normas administrativas, Esper deberá contar con el aval de Senado. En esta área, el presidente tiene dificultades para hacer pie, lo que le complica cualquier política en el área militar y que el titular de esa área es el virtual jefe del pentágono. El gobierno estadounidense no cuenta con un ministro de Defensa validado por el cuerpo legislativo desde la dimisión de Jim Mattis en diciembre de 2018, por profundos desacuerdos con Trump. «