Cerca de 21 millones de venezolanos están habilitados para votar este domingo en unas elecciones llamadas a ser determinantes sobre el futuro de esa nación. No porque esté en juego el Poder Ejecutivo, en manos de Nicolas Maduro, sino porque pondrán en blanco sobre negro todas las fichas en el complicado ajedrez del país bolivariano. Luego de años de hostigamiento, con una fantasmal presidencia interina del diputado Juan Guaidó reconocida por medio centenar de gobiernos en base a la deslegitimación de las autoridades nacionales, el chavismo está a las puertas de mostrarle al mundo la transparencia de sus actos electorales. No por casualidad, participarán unos 500 observadores internacionales, entre ellos de la Unión Europea, las Naciones Unidas y el Centro Carter, de EE UU.

En ese sentido, puede hablarse de triunfo político del chavismo. El boicot contra el gobierno, que fue importante con Hugo Chávez desde el golpe de 2002 –amparado por la administración Bush y el gobierno español de José María Aznar–, se potenció tras la muerte del líder bolivariano, en 2013. Si el abstencionismo fue una maniobra intermitente contra Chávez, con Maduro fue la táctica preferida. Y esa oposición derechista, que recurrió incluso a actos de violencia, encontró en el gobierno de Donald Trump un aliado que la llevó a soñar con el fin del chavismo.

Hubo intentos de invasión a través de otros gobiernos “amigos”, como el de Iván Duque y Jair Bolsonaro y hasta el apoyo de Mauricio Macri. Venezuela, en ese lapso, sufrió la baja del precio del petróleo, su principal insumo, como hecho fortuito, pero también el bloqueo económico y la incautación de la petrolera Citgo, con más de 2000 estaciones de servicio en Estados Unidos, y de las reservas de oro depositadas en el Banco de Inglaterra. En todas estas operaciones estuvo la sombra de Guaidó. Como ejemplo, los fondos en DEG del FMI por el Covid fueron bloqueados con la excusa de que “no hay claridad” sobre quién es el gobierno legítimo de Venezuela.

Guaidó emergió como figura tras las legislativas de diciembre de 2015, en las que la oposición arrasó y logró el control de la Asamblea Nacional. Desde allí intentaron destituir a Maduro y provocaron un enfrentamiento con el gobierno que para la población terminó siendo fatal. La consecuencia fue la hiperinflación y el desabastecimiento, que generaron una grave situación que llevó a millones de venezolanos al exilio por razones económicas.

En este clima, proliferaron denuncias por abusos de fuerzas de seguridad y la calificación de dictadura para el régimen bolivariano, que cuenta con el apoyo de las fuerzas armadas y gran parte de la población residente. Hubo intentos de encontrar salidas negociadas en República Dominicana coordinada por el expresidente de Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero que fueron petardeadas por la oposición por orden de Washington. Este año se reiniciaron nuevas conversaciones en México con la mediación de Noruega.

Estas elecciones son parte de esa mesa de diálogo, por momentos áspera, pero que demostró la porosidad de la oposición al gobierno de Maduro. La mayoría de los partidos aceptaron el convite y este domingo se harán presentes en las urnas. Guaidó quedó mal parado porque su propia legitimidad está en cuestión luego de que no se presentaron a la renovación parlamentaria del año pasado y formalmente ya no ocupa ninguna banca. Dijo que no votará pero entiende a quienes quieren participar. El dos veces candidato presidencial Henrique Capriles sí llamó a las urnas. “Tengo cuatro años que no voto, mi último voto fue en 2017 y el domingo voy a ir a votar (…) No se debe dejar de votar, creo que hay que reencontrarse con ese derecho y eso es lo que voy a hacer, y estoy seguro que millones de venezolanos también lo van a hacer», dijo Capriles.

Una nueva era alumbra desde este domingo para la legitimidad de todos los actores políticos venezolanos. «