Las elecciones locales no son un asunto menor en España. Por ejemplo, fueron los resultados de las municipales de 1931 las que decidieron la Segunda República, esa que duró hasta 1939. Luego vino Franco: «Una, Grande, Libre» era el lema del Caudillo de España por la Gracia de Dios. Después no hubo elecciones durante varios decenios. Y pasaron cosas. Si bien los comicios del último 28 de mayo pasado no van a cambiar el régimen monárquico que cunde en la península, los resultados de las elecciones autonómicas (algo parecido a nuestras provincias) que ocurrieron en varias regiones y las compulsas municipales de España han arrojado resultados dignos de evaluación.

En Extremadura primerea por poco el PSOE, y puede ser fácil presa de un acuerdo PP-Vox, lo que será seguro en Baleares. En Asturias hay un empate, donde el juego de las alianzas a izquierda y derecha definirá el gobierno. Murcia, Valencia, Aragón, La Rioja y Cantabria tendrán gobiernos de derecha, con el récord de la Comunidad de Madrid, donde el PP arrasa con los resultados.

El Partido Popular, la derecha liberal que supo brindar a Aznar y Rajoy, es el gran ganador de la jornada. De la mano de Alberto Núñez Feijóo, presidente del partido con perfil tecnocrático, e Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid desde 2019. En ella encontramos rasgos más definidos, como posturas contra la IVE y diversidades de género; flexibilización laboral, privatización de servicios públicos; defensora de Juan Carlos I y amiga de empresarios.

Pero lo importante es que accedió a su primer presidencia –esta sería la tercera– con el apoyo de Vox. Conducido por Santiago Abascal, con Vox enfrentamos la herencia del franquismo, reivindicado sin culpas ni complejos. La emprenden contra izquierdistas, extranjeros e inmigrantes. El genocidio producido por la conquista de América, por ejemplo, responde a la misión que Dios ha encargado a España y merece ser festejado, ya que Hernán Cortés terminó con el régimen sanguinario de los aztecas (sic). Después de todo, el nombre viene de «Vox populi, vox Dei».

En ese contexto, Pedro Sánchez –el presidente del gobierno– disuelve las Cortes y llama a elecciones generales para el 23 de julio próximo. Desde 2018 ha avanzado en algunos temas como la memoria –con el desplazamiento de los restos de Franco– acceso a la vivienda y busca imponer a las empresas energéticas por las superganancias obtenidas por la pandemia y la guerra. Pese a su alianza con Unidas Podemos, desarrolla una política exterior alineada con la OTAN: apoyo a Ucrania, envío de armamento, ayudas financieras. Cedió a las pretensiones de Marruecos sobre el Sahara Occidental, una posición tradicional de la diplomacia española, y logró enemistarse con Argelia.

La vieja guardia del PSOE, aquella que desde los tiempos de Felipe González logró transformar un partido, socialista, obrero y español en el ala progre del neoliberalismo, considera que Sánchez es demasiado personalista, y proclive a jugadas políticas arriesgadas. Como la convocatoria a las elecciones generales en julio. En provisoria conclusión, bien parece que este pragmático –ni ningún otro candidato, por demás– pueda con la política interna, donde parecen volver los peores momentos de la historia, pues España no es una; ni que sepa lidiar con el naciente mundo multipolar, que son los BRICS, y España no es grande; tampoco parece estar a la altura de las circunstancias, que es la participación en la guerra de la OTAN en Europa, lo que hace que España no sea libre. ¿El sentimiento trágico de la política?