El escenario político del Sahel comprende a los gobiernos de Estados que accedieron a la independencia durante los años sesenta; a las fuerzas armadas de esos países; a bases militares de otros países como Francia o Estados Unidos; las poblaciones que profesan diferentes religiones, e incluso varias vertientes del Islam; las diversas etnias practican costumbres distintas y hablan cada cual su idioma; tribus que quedaron repartidas al azar o malicia de fronteras inventadas por los colonizadores; empresas europeas –en particular francesas- que explotan las riquezas naturales de la zona; medios de comunicación concentrados; sectores acomodados que viven al ritmo de la ex metrópoli; una inexistente clase media entre el espejismo occidental y la realidad sub-sahariana; el pueblo llano, entre agricultura, pastoreo, empleo en las minas o trabajo de baja productividad; organismos internacionales de ayuda sanitaria, alimentaria, cobijan refugiados; agencias de Francia o de Estados Unidos que brindan o retacean dinero. Tomemos resuello.

En síntesis de la situación, “acá hay que elegir si habrá champagne para pocos o agua potable para todos”, como dijo Thomas Sankara en Uagadugú durante el año 1983. Sankara nació 1949, en una familia católica, lo que a la larga lo llevó a la teología de la liberación. Fue a la Escuela Militar, donde tuvo profesores africanos que le hablaron de las luchas anticolonialistas, lo que lo hizo patriota. Mandado en misión a Madagascar pudo ver a soldados trabajar junto a los campesinos en proyectos de desarrollo rural, y así entendió el rol social de las fuerzas armadas. Al mismo tiempo siguió cursos de sociología y economía con profesores franceses progresistas, supo de la teoría de la dependencia. Fue lector de Samir Amin, de Giap, sobretodo del Ché Guevara. Durante una reunión de países no alineados en India realizada a principios de los ochenta, pudo conocer a Samora Machel de Mozambique, a Julius Niyerere de Tanzania y a Fidel Castro. Con quien hablaría horas y días. Obvio.

Esas frecuentaciones no son vistas con simpatía ni por el gobierno local ni por los franceses: es mandado a prisión. Así es que cuando el 4 de agosto de 1983 estalla otro levantamiento popular, otro golpe de Estado –habituales en esas tierras- , pero esta vez el Capitán Sankara pasará de la celda a la presidencia con sólo 33 años.

La primera medida será una campaña de vacunación masiva contra la meningitis, la fiebre amarilla y la rubeola, una de alfabetización, una para limitar el poder de los jefes tribales, una que prohíbe la ablación del clítoris, una contra la poligamia, una para igualar mujeres con hombres, una para prohibir los casamientos forzados, una para que los hombres vayan al mercado y cocinen una vez a la semana, una para producir lo que se consume y consumir lo que se produce, una para separar la agricultura de los químicos (importados), una para la escolarización (que pasa de 6% al 24%), una para crear los Centros de Defensa de la Revolución (CDR) que deben dar el ejemplo y movilizar al pueblo; una para comunicar el país por ferrocarril; una para cambiar el nombre del país, de “Alto Volta” del imperio francés a Burkina Faso: “Tierra del Pueblo Íntegro”; una para rechazar al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial; una para reforestar; una para la reforma agraria (que permitió la autosuficiencia alimentaria al duplicar los rendimientos); una para nacionalizar las principales actividades económicas… En una revolución de verdad, todas las acciones son la primera.

Era demasiado. Para muchos locales, cuya envidia y codicia pudo más que el patriotismo; para países vecinos –como Costa de Marfil- cuyos intereses empresarios pudieron más que el africanismo. Y para la Francia de François Mitterrand, cuyas convicciones social-demócratas no eran mayores que los intereses económicos. Y la tradición. Esa traición corrió por cuenta de Blaise Compaoré, que asesinó a Sankara el 15 de octubre de 1987. Con el apoyo de Francia, Compaoré gobernó Burkina Faso los 27 años siguientes. Bajo el concepto de “rectificación de la revolución” deshizo todas y cada una de las reformas alcanzadas. La Primavera Burkinabé había terminado. Hubo champagne, falta agua potable.

En la actualidad existen nuevos actores. China con sus inversiones; Rusia con el Grupo Wagner; la etnia Tuareg con deseos de independencia que afectan a Mali y Niger; varias formaciones fundamentalistas islámicas, que bajo la apelación de “Boko Haram” (no a occidente) articulan con el Emirato Islamico y Al-Qaeda: viven del saqueo, del secuestro, de todos los tráficos y de las donaciones que vienen del golfo pérsico. Compran las armas en lo que una vez fue Libia, que hoy es un supermercado negro para las armas que occidente entrega a Ucrania. Practican la violencia extrema.

En ese contexto, el reciente golpe de Estado en Niger lleva al poder al général Abdourahamane Tchiani, que derrocó a Mohamed Bazoum, acusado de poner en riesgo la unidad territorial del país, no dar respuesta a los miles de refugiados y fracasar en la guerra contra el fundamentalismo islámico, pese a contar con ayuda francesa. Occidente contestó con sanciones, a lo que Tchiani respondió con el cese de exportación de uranio a Francia y de oro a Europa. Senegal y Costa de Marfil amenazan con una intervención militar inminente, con el apoyo francés. “En defensa de la democracia”, claro. En caso de injerencia, Mali, Burkina Faso y Guinea Conakry prometieron acudir en ayuda de Niger.

El asunto es que la región ha cambiado. Desde el golpe de Estado de 2021, Guinea Conakry está gobernada por el Coronel Mamadi Doumbouya, formado en la Legión Extranjera y en la Sorbona (derecho) que exige que las empresas que exportan bauxita (es el tercer productor mundial) industrialicen la materia prima en el país de origen y paguen impuestos. Otro Coronel, Assimi Goïta, gobierna Mali de facto desde 2021 y es confeso admirador de Sankara. Una de sus primeras medidas fue exigir el retiro de las tropas francesas del país, reemplazadas por el Grupo Wagner. Burkina Faso es gobernada desde 2022 por el Presidente de Transición Ibrahim Traoré, un capitán de 34 años con experiencia de combate contra los fundamentalistas (que ocupan el 40% del territorio). Invitado a la Cumbre Africa-Rusia, Traoré preguntó en nombre de su generación cómo es posible una África rica con africanos pobres. “El esclavo que no lucha contra su amo no merece piedad” dijo, antes de concluir con un “La Patrie ou la mort, nous vaincrons” que no precisa traducción.