«Aquí podremos reinar con seguridad, y para mí reinar es ambición digna, aún cuando sea sobre el infierno, porque más vale reinar en el infierno que servir en el cielo!». Estas son palabras que John Milton (1608-1674) pone en boca de Satanás en el primer libro de El Paraíso Perdido (1667). No nos referimos así al destino del alma de Henry Kissinger –que Dios tenga piedad de ella– sino en cómo Kissinger logró reinar durante decenios gracias a convertir vastos espacios del globo en un infierno en vida para sus habitantes.

El estudiante. Henry, antes de ser Kissinger, cursó estudios de historia en Harvard. Judío alemán refugiado en Estados Unidos en los años treinta, introvertido y competitivo, presentó como tesis de doctorado «Paz, legitimidad y equilibrio: un estudio del estilo de gobierno (satetmanship) de Castlereagh y Metternich». Es un análisis acerca de cómo terminar con revoluciones –en este caso la Revolución Francesa– a traves del análisis del Vizconde Castlereagh (1769-1822), que financió desde Inglaterra las coaliciones contrarrevolucionarias, y del austriaco Von Metternich (1773-1859), que construyo desde la política la reaccion conservadora en Europa. El joven Henry aprendió a razonar por analogías y no a repetir recetas. Entendió que la mentalidad norteamericana estaba dividida entre un aislacionismo popular o un intervencionaismo elitista por un lado, e idealismo religioso o pragmatismo económico por el otro. Sólo quedaba construir poder en el marco de la política real. Imperial, quise decir.

El político. Militante del Partido Republicano desde siempre, Henry ahora es Kissinger. Asesora a las administraciones republicanas, dicta clases, y alcanza la cima política como Consejero de Seguridad Nacional de 1969 a 1975 y Secretario de Estado –ministro de relaciones exteriores– de 1973 a 1977. Esos son los años en que Estados Unidos tomó tres decisiones estructurales: abandonó la paridad del dólar con el oro en 1971, comenzaron las relaciones diplomáticas con China en 1972 y escapó de Viet Nam en 1973. No falta la firma del autor en esos cuadros.

Esa misma firma encontramos en los bombardeos clandestinos a Camboya desde 1969 hasta 1973, con el lanzamiento de más de cien mil toneladas de bombas. Sin afectar las capacidades combativas del Viet-Cong, estos hechos permitieron el auge y posterior toma del poder en Camboya por parte de los Jmeres Rojos, que dejaron unos dos o tres millones de muertos. Esto con Castlereagh no pasaba. En 1971 Kissinger jugó a favor de Pakistan en contra de la independencia de Bangladesh, otros dos o tres millones de muertos, y Bangladesh igual logro la liberación. Hay revoluciones que triunfan, mal le pese a Metternich. La participación directa de Kissinger en el golpe contra Salvador Allende en 1973 esta comprobada hace tiempo. También la intervención en Timor Oriental, que dejo algo así como 200.000 muertos. Mencionemos también la Operación Condor, que abarcó Sudamerica toda y cuyos resultados son 80.000 muertos, 40.000 desaparecidos y 400.000 encarcelados. Cuando Angola conquistó la independencia, Kissinger decidió financiar y armar a Jonas Savimbi, fiel sirviente del imperialismo. Esa guerra civil costó un millón y medio de muertos. ¿Golpe de Estado en la Argentina de 1976? No podía perdérselo, además de su afición por el fútbol. Asesinato, desaparición y tortura hicieron que Kissinger fuera congratulado por Pinochet y Videla, como en una Santa Alianza. Los asesinados saben que todos los asesinos son hermanos. También fue el momento de instrumentar la primera oleada de políticas neoliberales en nuestro continente. Para más detalles está el libro de Christopher Hitchens, The Trial of Henry Kissinger. (2001).

El memorialista. Luego de la derrota de Gerald Ford a manos de Jimmy Carter, Kissinger dejó de ser el Secretario de Estado. Aceptó cátedras en las universidades de Columbia y Georgetown, donde no siempre fue bien recibido por los estudiantes. Abrió una consultora, además de integrar directorios de varias empresas, algunas relacionadas a China. Luego, escribió libros y tuvo tiempo de pensar en su posteridad: tanto sus memorias como su obra sobre la diplomacia son lecturas obligadas para quien quiera conocer la realidad de las relaciones internacionales. Por cierto, no están mal escritos. Quizás conservó algo de la ironía de su juventud, cuando avisa que «es malo ser enemigo de Estados Unidos, pero peor es ser aliado de Estados Unidos»: aviso para los sirvientes vocacionales, lección urgente para rebeldes. El poder es otra cosa, y Kissinger te lo explica en tinta de sangre: Castleragh y Metternich lo leen.

Volvamos a Milton: «¡Adiós campos afortunados, donde reina la alegría perpetuamente! ¡Salud Mansión de horrores! ¡Salud mundo infernal! … El espíritu vive en sí mismo, y en sí mismo puede hacer un cielo del infierno o un infierno del cielo.. Aquí al menos seremos libres». John Milton, por cierto, fue Secretario de Lenguas Extranjeras de Oliver Cromwell (1599-1658), algo así como un ministro de relaciones exteriores ¡Pobre Milton! Olvidó que para reinar en el infierno es preciso crear ese infierno, algo que bien sabía hacer Kissinger. De profundis clamavi ad te, Domine…