El próximo 1 de julio hay elecciones presidenciales en México y las campañas son todo un espectáculo. Encabeza la carrera (más bien, las encuestas), Andrés Manuel López Obrador, el izquierdista exjefe de Gobierno de la Ciudad de México que apuesta a que la tercera será la vencida. Ya se postuló en 2006 y perdió (con sombra de fraude de por medio) ante Felipe Calderón. Lo volvió a intentar en 2012 y le ganó Enrique Peña Nieto. Ahora, parece, será la suya, salvo que él mismo se boicotee. A su favor tiene que, por más que lo investigaron, nunca pudieron acusarlo de corrupción (lo que es mucho decir en nuestro Continente) y que gran parte de la población ya no cree en la larga y negativa campaña que durante más de 12 años lo ha definido como «un peligro para México». ¿Más peligroso que Calderón, quien comenzó una irresponsable guerra contra el narcotráfico que dejó más de 30 mil desaparecidos y más de 100 mil muertos? ¿Más peligroso que Peña Nieto, quien dejará al país con más del 50% de pobreza, la deuda más alta de la historia, escándalos de corrupción e impunidad, devaluación del 60% y violencia récord? Muchos mexicanos que defenestraban a López Obrador ahora votarán por él porque están hartos de la clase gobernante y dudan de que pueda ser peor que Calderón, Peña Nieto o Vicente Fox, el expresidente que apela al viejo truco de asustar con el fantasma de que, con el izquierdista, México será como Venezuela. ¿Les suena, queridos argentinos?

En México, a diferencia de Argentina, la falsa amenaza de la «venezolanización» (insultante, además, para el país caribeño) no cala porque México ya está sumido en su propia crisis humanitaria que incluye a los más de 100 periodistas asesinados, desaparecidos, perseguidos, amenazados y exiliados. Los vínculos de políticos con el crimen organizado son cosa de todos los días. Hay estados controlados por el narcotráfico. Gobernadores corruptos son detenidos o tienen pedido de extradición porque se fugaron a otros países. En 2017 hubo 26.573 asesinatos, un promedio de 80 diarios. Fue el año más violento del país, lo que demuestra, una vez más, el fracaso de una guerra contra el narcotráfico que, por increíble que parezca, se quiere replicar en otras partes. Por eso, cuando Argentina presume acuerdos antinarco con México o Estados Unidos, no puedo más que sonreír amargamente.

Los medios más poderosos e influyentes, al igual que en Argentina, son oficialistas, pero las loas al gobierno no alcanzan. Peña Nieto compite con el venezolano Nicolás Maduro y el brasileño Michel Temer por la popularidad más baja de un presidente latinoamericano. Y eso que en los últimos cinco años invirtió más de 5000 millones de dólares en propaganda. Al saldo del gobierno peñanietista hay que sumar el sombrío panorama económico con el que terminará su sexenio y que se agravará si Donald Trump cumple con su amenaza de sacar a EE UU del Tratado de Libre Comercio con México y Canadá.

Todo ello favorece a López Obrador, pero para las elecciones falta mucho y su triunfo todavía no es seguro. Para empezar, las campañas están marcadas por un revoltijo ideológico. Las alianzas políticas son tan dispares (y en algunos casos, inverosímiles) que es difícil saber dónde quedó la izquierda, dónde la derecha, dónde la coherencia. López Obrador dejó hace años al (ex) izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD) para fundar Movimiento Regeneración Nacional, mejor conocido como Morena, y al que ya se sumaron organizaciones y políticos de derecha. El PRD, el partido que fue la esperanza de la izquierda mexicana, ahora se alió con el Partido Acción Nacional (PAN, el partido de Fox y Calderón que aglutina a la derecha tradicional) para impulsar la candidatura de Ricardo Anaya, un dirigente sin experiencia en cargos de elección popular. El pragmatismo, la urgencia de votos, hace que todo valga. El PRI, listo como siempre (no en balde gobernó México durante 70 años y volvió triunfante al poder en 2012 con Peña Nieto), se sacó un as de la manga y postuló a José Antonio Meade, un no priista sin un ápice de carisma y sin experiencia en campañas, exministro multiusos de Calderón y Peña Nieto, para evitar que el desprestigio del partido gobernante provoque una derrota, pero parece que la estrategia falló y en los últimos días creció el rumor de que lo harán renunciar a la precandidatura.

¿Ganará López Obrador en su tercer intento por llegar a la presidencia? Si no mantiene su ventaja actual, el voto se pulverizará y el ganador podría presidir el país con menos del 30% porque México no contempla la segunda vuelta, lo que incrementa la posibilidad de conflicto post electoral y/o falta de gobernabilidad para el siguiente sexenio. ¿Anaya dará la sorpresa? ¿O finalmente el PRI usará todos los medios legales e ilegales posibles (como acostumbra) para imponer a su candidato, sea Meade u otro? ¿Qué pasará con los candidatos independientes que podrán participar por primera vez en una elección presidencial?

Por ahora todo es incertidumbre en un país herido por la violencia y la corrupción endémica pero en el que todavía hay sectores sociales que luchan, denuncian, se movilizan y defienden su derecho a tener la esperanza de que las cosas pueden cambiar.

Seguimos. «

*Corresponsal mexicana