Fue una semana teñida de impulsos belicistas que presagian nuevos nubarrones en el este de Europa. Una vez demostrado que el 16 de febrero no hubo ninguna invasión a Ucrania, el anuncio del repliegue de efectivos rusos de la zona fronteriza solo generó desconfianzas desde Washington, mientras se intensificaron los cruces entre tropas de Kiev y milicias de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk. Esa región es el punto clave en este conflicto que viene escalando desde diciembre pasado, cuando Moscú presentó una serie de reclamos hacia la Otan y EE UU basados en la necesidad del retiro de la organización atlantista hacia las fronteras europeas de 1997.

La zona llamada del Donbass representa una trampa para Rusia. Con una población rusoparlante, fue el apoyo electoral para el derrocado presidente Viktor Yanukovich y desde ese levantamiento en la plaza Maidan del que estos días se cumplen ocho años, la resistencia contra el sector que tomó el poder en Kiev. Poblaciones también rusas asentadas en Crimea pidieron la reincorporación a Rusia y fueron admitidas, aunque la situación estratégica de la península es diferente. Esta febril semana, la Duma (la Cámara Baja rusa) aprobó una resolución para que el gobierno reconozca la independencia de las provincias del Donbass y también las incorpore a la Federación.

Para Moscú, no sería el momento de una movida semejante y desde el Kremlin mantienen que una solución pacífica, negociada y duradera es el respeto a los Acuerdos de Minsk de 2015, que establecían una autonomía de esas regiones y el respeto por la lengua y las tradiciones rusas en la población. Las autoridades ucranianas firmaron el documento junto con Alemania, Francia y el Reino Unido. Pero nunca lo implementaron y en cambio avanzaron en medidas para “ucranizar” toda la nación, lo que genera mayor rechazo y justifica los argumentos de Moscú para defender a connacionales atacados en un país limítrofe.

La vocera de la cancillería rusa, Maria Zakharova, se burló de los anuncios tremendistas de medios y mandatarios occidentales y pidió: “Publiquen el calendario de las próximas invasiones, me gustaría planificar mis vacaciones”. Pero el secretario de Estado Antony Blinken insistió en que Rusia se sigue preparando para invadir y dio detalles de cómo se producirían los ataques. Desde el jueves, en tanto, se incrementan los incidentes en los límites del Donbass, donde Kiev acumuló más de 100 mil efectivos del Ejército y la Guardia Nacional. Entre ellos está el temible Batallón Azov, claramente identificado con simbología y valores del nazismo, entrenados por mercenarios de la “proveedora” privada Academi, de Erik Price, y también, según documentos desclasificados en Londres, por militares del Reino Unido. En la Seguida Guerra Mundial, las tropas hitlerianas contaron con la ayuda de nacionalistas ucranianos que compartían los objetivos raciales del fürer detrás de Stepan Bandera, hoy considerado un héroe en la capital ucraniana, aunque repudiado por el Parlamento Europeo y organizaciones judías.

Desde 2014, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OCSE) lleva un cómputo de las violaciones al cese el fuego alcanzado en octubre de ese año, mediante una Misión de Monitoreo sobre Ucrania (SMM, en inglés) <https://www.osce.org/ukraine-smm/reports>. Al cierre de esta edición, el reporte decía: “En la región de Donetsk, el SMM registró 591 violaciones del alto el fuego (…) En la región de Lugansk, la Misión registró 975 violaciones del cese el fuego”. El reporte del 1 de febrero hablaba de 194 violaciones al cese el fuego en Donetsk y 146 en Lugansk.

Las autoridades locales recomendaron a la población civil que huyera a Rusia, mientras que el gobernador de Rostov, la provincia rusa fronteriza, declaró el estado de emergencia por la llegada de refugiados. Putin, en tanto, se mostró junto al presidente de Bielorrusia en Minsk, observando una serie de ejercicios militares binacionales. Lo acompañaron representantes de las fuerzas armadas de Letonia y Lituania que acudieron a una invitación del mandatario bielorruso Aleksandr Lukashenko, «basándose en el deseo de desarrollar la cooperación y la buena vecindad, así como sobre la base de los principios de apertura, transparencia y reciprocidad».

Putin estuvo esta semana con Jair Bolsonaro (ver aparte) y con el líder de Hungría, Viktor Orban, dos jefes de Estado ultraderechistas que supieron hacer buenas migas con Donald Trump. Orban es amigo personal de Putin y rechaza el ingreso de Ucrania a la Otan, uno de los puntos álgidos en esta crisis europea.

Putin también se vio con el canciller alemán Olaf Sholz y habló con el presidente frances, Emmanuel Macron. Son concientes, ellos, de que los europeos serían los grandes perjudicados si esta arriesgada jugada de ajedrez se desmadrara por alguna chispa que hiciera estallar el polvorín, y que puede ser provocada simplemente por un exaltado que desencadene una tragedia. Putin le recordó a Scholz el papel de la Otan en el genocidio registrado en Yugoslavia tras la caía de la URSS y lo comparó con lo que ocurre en el Donbass.

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Las reglas del juego

En Múnich se desarrolla la 58ª Conferencia de Seguridad (MSC, en inglés) donde anualmente se discuten –sin mayor éxito– medidas para una convivencia civilizada bajo el lema «La paz por el diálogo» y que este año tiene un ojo puesto en Ucrania. “Las certezas tradicionales se están desmoronando, las amenazas y vulnerabilidades se están multiplicando, y el orden basado en reglas está cada vez más bajo ataque», dijo el presidente de la MSC, Wolfgang Ischinger en la apertura. «Rusia se ha propuesto socavar la arquitectura de seguridad europea y está intentando reescribir las reglas del orden internacional», señaló la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. La ministra de Relaciones Exteriores germana, Annalena Baerbock, también apuntó a la “arquitectura de paz en Europa” para fustigar a Rusia.

Moscú exige que la Otan debe retirar armamento de los países donde los desplegó luego de 1997 vulnerando reglas de juego y acuerdos previos. En ese momento, la Federación Rusa no podía hacer mucho para evitarlo debido a la crisis por la disolución de la Unión Soviética. A principios de mes, Vladimir Putin y Xi Jinping anunciaron un pacto de «amistad sin límites» destinado, precisamente, a establecer normas discutidas multilateralmente con base en la Organización de Naciones Unidas y no surgida de un grupo de países aliados en contra de otro.

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Pactos no cumplidos

El ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergei Lavrov, atribuyó la escalada de tensiones en el este de Ucranua a la «obstinada falta de voluntad de las autoridades de Kiev de cumplir plenamente los acuerdos de Minsk». Lavrov mantuvo este sábado una conversación telefónica con el canciller francés, Jean-Yves Le Drian, para discutir sobre las garantías de seguridad propuestas por Moscú. Para el funcionario ruso, es necesario “garantizar una seguridad igual e indivisible para todos basada en un equilibrio de intereses”, según expresó en un comunicado. Lavrov, igualmente, acusó el gobierno ucraniano de acumular fuerzas militares en la línea de contacto en Donbass y de llevar a cabo provocaciones armadas.

Los acuerdos de Minsk de febrero de 2015 establecen una hoja de ruta para poner fin al conflicto entre las tropas gubernamentales ucranianas y las milicias autonómicas del Donbass. Los documentos prevén un alto el fuego, la retirada del armamento pesado de la línea de demarcación, el respeto por el uso del idioma ruso y elecciones locales.