“Al principio ellos tenían la Biblia y los nuestros la tierra, ahora nosotros tenemos la Biblia y ellos se quedaron con la tierra”. La filosa sentencia habría sido pronunciada en noviembre del año pasado por un pastor angolano en una asamblea celebrada en Benguela, sobre la costa atlántica. Ese día, más de 100 religiosos de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD) se reunieron por primera vez para denunciar a sus pares brasileños, discípulos del obispo Moacir Macedo.  Correio da Manhã, un diario sensacionalista de Lisboa, la capital de la antigua metrópoli colonial, dijo que el pastor había asegurado que la frase fue dicha en tiempos pretéritos “por un reyezuelo sudafricano”.

Quizás por la esencia amarilla del matutino pocos lo tuvieron en cuenta, pero allí comenzó el cisma que le hizo perder la más poderosa filial africana a la más rica de las iglesias pentecostales. Para el estratega chino Sun Tzu (autor de El arte de la guerra, un texto previo a la era cristiana), todos los conflictos se basan en el engaño. Los modestos pastores angolanos son tan contundentes que esta vez, difícilmente, alguien pueda darle la razón al pensador oriental. En noviembre ya habían denunciado a los obispos brasileños que los dominaban –que los humillaban– por los delitos de “evasión de divisas, racismo y discriminación”. Al principio, el único que vio la gravedad de lo que se venía fue Brasil.

Silenciosamente, el gobierno de Jair Bolsonaro, casi un subsidiario de la IURD, se implicó en la crisis con actos de grosera injerencia en los asuntos internos de Angola. En los meses siguientes fue madurando la crítica y en julio los pastores unificaron sus denuncias. Dieron a luz un texto lapidario en el que reiteraron sus primeros dichos y agregaron: “Hay una burla a las leyes y a los valores institucionales de Angola mediante la violación sistemática de los estatutos, imposición y coacción al celibato, a la castración o la vasectomía a los pastores y al aborto a sus esposas, privación a unos y otras de acceder a toda formación académica, científica y técnica y oscuridad en la gestión de los recursos económicos y patrimoniales”.

La intromisión brasileña llevó a que el gobierno de Angola se implicara en lo que parecía ser sólo una crisis religiosa. El 24 de julio se jugó a favor de los disidentes nativos. Ese día publicó en el Diario Oficial la resolución de quiebre de los pastores con todos sus detalles: la validez legal de la ocupación de más de 230 de los casi 300 templos existentes, el desalojo de 65 brasileños de sus casas y la prohibición para ellos del ejercicio del culto y recolección del diezmo (aspecto central que explica la existencia de los ostentosos templos de Río de Janeiro, Montevideo o Buenos Aires, y más: diarios, radios, canales de televisión, bancos) y, por último, la validación legal de una “comisión orientada a sentar las bases de la IURD Reformada”.

Para los angolanos puede ser que todo sea una cuestión religiosa. Sin embargo, en Brasil, lo que está en juego es el poder, mucho poder, y la plata, mucha plata. En esta historia Moacir Macedo es un gran jugador y Bolsonaro apenas un empleado que seguirá pagando hasta la muerte lo que le dio el dueño de la IURD: la puesta a su servicio de las radios, los diarios y la cadena televisiva Récord que Macedo dispuso para él. Y el voto de los 92 diputados del bloque evangélico (92 en 513 diputados), una recua vital para un gobierno que sobrevive en el tembladeral. Nada puede sorprender, entonces, cuando puesto al servicio de Macedo, el 13 de julio Bolsonaro se adelantó al Diario Oficial angolano y mandó la más impertinente de las cartas a su par João Lourenço, o cuando fletó a Luanda en un avión militar a una misión parlamentaria, o cuando embarcó en la pelea a su canciller, el nazi Ernesto Araujo.

Mientras en Brasil Bolsonaro se esfuerza por servir a su patrón, y en el seno de la IURD le surge al obispo Macedo un competidor que conoce al detalle las mañas y las artimañas del dueño del circo, y que está dispuesto a pelearle el poder, los bienes y la plata, en Angola unos ignotos pastores pretenden reeditar, cinco siglos después, la gesta de Martín Lutero. Aquella que en la Alemania del siglo XVI originó el primer gran cisma de la Iglesia Católica y dio origen al protestantismo del cual el pentecostalismo se dice una rama.

“El próspero negocio de la fe”

Si se acepta la caracterización del Pew Research Center, una usina de ideas investigadora de los recovecos de las iglesias, las pentecostales son las más exitosas entidades surgidas del “próspero negocio de la fe”. Entre ellas, la primera es la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), la lucrativa propuesta de un ex empleado público brasileño (Moacir Macedo) que en sólo 43 años empardó a la dos veces milenaria Iglesia Católica y se instaló hasta en el mundo musulmán, con presencia avasallante en América Latina y África. En países como Brasil cuenta con más fieles y más poder político que votantes y seguidores tiene cualquier partido.

Las estadísticas dicen que ya en 2015 las iglesias evangélicas, esencialmente la IURD, movilizaban más de 7 mil millones de dólares/año. Hoy, sin nuevos estudios a la vista, se habla de más de 10 mil millones. A eso deben agregarse activos no declarados  que incluyen una red de más de 100 emisoras radiales, la cadena Récord de televisión (segunda en un país de más de 200 millones de habitantes), cientos de  grandes y medianas empresas y un sinfín de propiedades inmobiliarias.

Iglesias como la IURD, nacidas de la llamada tercera ola pentecostal, ponen énfasis en la sanación y en los milagros y encarnan la “teología de la prosperidad”, una doctrina que considera la riqueza material como un legado de dios. En los hechos, promueven las políticas neoliberales y fomentan una “ética protestante ligada al libre comercio y al trabajador abnegado y exitoso, elegido por dios, que todo lo dispone para su iglesia”. Más que nada  para sus pastores, que no pagan impuestos ni son auditados por el Estado para certificar ingresos, origen de los fondos y destino de las ganancias.