Los Bolsonaro siguen desafiando las reglas de la sanidad tanto como las de la vida en comunidad. Algo en lo que coinciden totalmente con su mentor, Donald Trump. A saber: no comparten la recomendación de la OMS de mantener una cuarentena para evitar una catástrofe humanitaria por el Covid-19, por lo que exigen, en un llamado a la «libertad», salir a las calles. Y son defensores del uso de armas de fuego y en esa medida, propulsores de la violencia, sin medir consecuencias.

Por lo pronto, este fin de semana, miles de estadounidenses se manifestaron contra el aislamiento que se dictó en algunos estados y recibieron una voz de aliento del presidente en las redes sociales incluso para defender la Segunda Enmienda constitucional, esa que autoriza a los ciudadanos a armarse.

En la misma semana en que logró desprenderse de su ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, Bolsonaro hizo este domingo una recorrida por las calles de Brasilia ante cientos de manifestantes que pedían terminar con todas las instituciones constitucionales y que los militares se saquen de encima esa incómoda apariencia de legalidad.

El reclamo de sus partidarios es contra el Congreso y especialmente contra Rodrigo Maia, el presidente de la cámara de Diputados, al que acusa de estar tramando un golpe de Estado. Pero también contra el Supremo Tribunal Federal, que sostiene la constitucionalidad de las medidas contra la pandemia que retoman los diferentes mandatario estaduales.

Al mismo tiempo que Jair se daba tiempo hasta de toser en una mano -¿para demostrar su oposición a la recomendación de usar el interior del codo?- su hijo Carlos, concejal carioca y amante de las armas como su padre y sus hermanos, tuiteó un video de una práctica de tiro en algún polígono en el que los participantes comenzaron la balacera sobre los blancos al grito de Bolsonaro.

Flavio Bolsonaro, el otro hijo presidencial, senador por Río de Janeiro, no se privó de apoyar a esta movida anti política, sobreponiendo la fe religiosa ante cualquier otro valor.

También hay un fuerte apoyo en estas expresiones contra corriente del resto del mundo del canciller, Ernesto Araujo, que así celebró el día del diplomático brasileño, que conmemora a los representantes de uno de los pilares del estado central brasileño como lo fue, tradicionalmente, el Palacio de Itamaraty, a esta hora desprestigiado por la sumisión del gobierno a las políticas de la Casa Blanca.

La exigencia de terminar con el encierro sanitario y la portación de armas, alentada por Trump y que elevó las protestas en el vecino del norte, recibió el apoyo de Eduardo Bolsonaro, diputado federal por San Pablo.

Esta no tan velada amenaza contra la ciudadanía de a pie, que entiende a la convicencia democrática como una relación pacífica, no es tan del gusto de partidarios de Bolsonaro. Y alentados por el discurso bélico de la familia presidencial, salieron a correr a civiles que cometieron el delito de vestir una remera roja, en las calles de Río de Janeiro.


Ese, sin embargo, no parece un riesgo que la dirigencia política brasileña haya tomado en cuenta cuando prefirió a Bolsonaro antes que a la coalición del PT. Del mismo modo que desde el Planalto no se consideran las consecuencias de la tragedia sanitaria que ya cobró 40.000 contagiados de coronavirus y más de 2500 muertos. La segunda cifra más grande de América, detrás de Estados Unidos, que lidera las trágicas cifras a nivel mundial.