Violentando todas las normas del derecho internacional y las prácticas civilizadas, los Estados Unidos acaban de bombardear salvajemente, con decenas de misiles Tomahawk de crucero, el territorio soberano de la República Árabe Siria. 

Se trata de un acto de carácter unilateral e irresponsable que se encuadra claramente en el concepto de agresión. Esta decisión ha sido tomada al margen del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que no avala los hechos, pero tiene el apoyo del Reino Unido y Francia. 

Es evidente, a esta altura de los acontecimientos, que el incidente del uso de armas químicas ha sido preparado detalladamente para servir de coartada para esa brutal intervención, con total desprecio por las vidas humanas, siguiendo la línea de los casos anteriores de Irak, Afganistán y Libia, cuando en el caso del primero de los países mencionados, todavía no se encuentra el supuesto arsenal de armas letales que fue argumentado para intentar justificar ante el mundo las llamadas guerras del Golfo. 

Desde hace ya cuatro años en Washington, con el respaldo de Arabia Saudí y Qatar, se estaba apoyando en Siria a grupos terroristas, como el autodenominado Estado Islámico o el Frente Al Nusra, con el confesado objetivo de derrocar al presidente Bashar Al Assad y, previa la destrucción de la infraestructura y las instituciones, darle a esa tierra el destino de Libia: un país fracturado y dominado por diversos grupos armados que garantizan la extracción de petróleo a las corporaciones de los Estados Unidos y Europa. En los debates de la campaña presidencial, tanto Trump como Hillary Clinton se acusaron mutuamente de haber creado, financiado y armado a esas bandas terroristas. 

Habiendo fracasado en esa tarea, a partir del acuerdo exitoso de cooperación de Damasco con la Federación de Rusia, que infligió duros golpes al terrorismo, ahora deben recurrir a la intervención militar directa de los Estados Unidos, indicando a quien le quedaran dudas, el carácter peligroso, criminal y decididamente imperialista del gobierno del presidente Donald Trump, plagado de generales del Pentágono, gerentes de bancos y CEOs de petroleras. 

Son los mismos sectores que niegan al pueblo palestino el derecho a contar con un Estado nacional independiente, los que agreden duramente a la Venezuela bolivariana y chavista y que recrudecen el bloqueo contra Cuba revolucionaria. Los que sostienen la presencia colonial y agresiva del Reino Unido y la OTAN en nuestras Islas Malvinas, Sandwichs del Sur, Georgias del Sur y aguas adyacentes. 

Argentina debiera condenar este atentado contra la humanidad, la soberanía de las naciones y la paz del mundo. Algo bastante difícil de pensar con un gobierno como el que hoy tenemos, que responde a los intereses de las corporaciones transnacionales y sostiene una política exterior entreguista de la soberanía nacional y rupturista de la unidad latinoamericana y caribeña. 

Las organizaciones populares si, por el contrario, pueden y deben levantar su voz solidaria con el pueblo sirio y jugar un rol importante aportando a un movimiento regional y mundial por la paz y contra el imperialismo. «

Jorge Alberto Kreyness: dirigente del Partido Comunista