Nuevamente, Luiz Inacio Lula da Silva busca sumar un compañero de fórmula desde la centroderecha. Lo hizo con José Alencar, en su mandato 2002-2010, y apuntaló a Michel Temer como vice de Dilma Rousseff en 2010-2016. Ahora, busca garantizar la gobernabilidad tentando al exgobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin, un díscolo y reciente exmiembro del tucano Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) del expresidente Fernando Henrique Cardoso.

Oportunamente, en este mismo medio, se advirtió que Michel Temer podía ser una tragedia, algo que sucedió, y ahora surge nuevamente una reflexión necesaria sobre una posible comedia, siguiendo el apotegma de Carlos Marx, quien decía que la Historia se repite a veces, cómo afirmaba Hegel, pero una como drama y otra como farsa.

Si bien es verdad que Alckmin no es el referente que Lula enfrentó en las elecciones de 2006, cuenta con el apoyo del establishment económico. Sin embargo, su poder de daño es mucho menor al de Michel Temer, quien contaba con el apoyo del estratégico Movimiento Democrático Brasileño, bloque clave para articular el golpe contra Dilma Rousseff en 2016.

Cabe acotar que tampoco el poder de Lula es el mismo, si bien el  PT tuvo la capacidad de resistir el Lawfare de la derecha, no cuenta con una capacidad de resistencia social, sumado a un contexto adverso del mercado internacional, que limita y condiciona una política redistribucioniasta que propicie inclusión económica y poder popular. 

En tanto que los poderes fácticos quieren deshacerse de Jair Bolsonaro, pero no logran instalar al exjuez y exministro Sergio Moro y no encuentran un relevo con capacidad de derrotar a Lula, es quien tiene la estrategia de invitarlos a confiar en su gobierno a través de Alckmin.

La oferta puede ser tentadora, más cuando algunos inescrupulosos hacen cuentas y consideran la edad de Lula (76) con la de Alckmin (69), lo que podría dar un segundo mandato para su candidato, con la perversidad de pensar en un escenario parecido a la asunción de José Sarney tras el fallecimiento de Tancredo Neves en 1985. El esquema propuesto muestra, con cruda realidad, la fragilidad de la regla de mayorías en las Democracias latinoamericanas, porque se subyuga la voluntad popular a los poderes fácticos concentrados, entendiendo que no alcanza con más de la mitad de los votos para gobernar. Peor aún, deja allanado nuevamente la posibilidad de un golpe de timón del establishment para retomar las riendas del gigante Sudamericano.