La posibilidad de que Argentina se asiente de una vez por todas en un sendero de desarrollo que sea inclusivo, dinámico y se sostenga en el tiempo, requiere de un espacio político que se abrace consistentemente a esta idea. Adoptar esa plataforma como bandera enfrenta el desafío de construir un mensaje alrededor de ella que seduzca, que pague en votos. Pero para que un partido tenga incentivos a invertir en construir ese mensaje, tiene que percibir que la sociedad lo está demandando.

Esta circularidad en la construcción de un idilio entre plataforma de partido y votantes levanta una barrera. ¿Por qué un partido estaría dispuesto a invertir en construir un mensaje que la gente en principio no está demandando, si hay atajos más baratos que pueden traer los votos que se buscan?

El camino del desarrollo inclusivo y dinámico es el único camino sano para Argentina. Pero al día de hoy no hay espacio político que se asiente las premisas que este camino requiere. Los dos espacios políticos con definiciones más precisas son el que representa el gobierno actual y el que representa el kirchnerismo. Y ninguno de ellos, por distintas razones, representa una idea consistente de desarrollo.

El esquema de políticas del gobierno actual no apunta a transformar positivamente realidades sino solo percepciones: la idea no es que la gente esté mejor, sino que se sienta mejor.

Sus propios funcionarios en sus presentaciones por el mundo respaldan el argumento de que sus políticas están siendo exitosas en base a evidencia sobre cuán optimista es la gente acerca del futuro, en lugar de enfocarse en cómo afectan a la situación real de la gente.

El esquema económico que se plantea es de una debilidad conceptual asombrosa.

Hay un solo concepto, la credibilidad. La idea central es que las políticas serán generadoras de un shock de credibilidad que atraerá inversiones, que a su vez conducirán al país al camino del desarrollo, y que todos se beneficiarán de eso. Para que haya “credibilidad”, se hace que la incertidumbre macroeconómica recaiga sobre los trabajadores, dejando la certidumbre para el capital. Es un esquema desacreditado por la evidencia, que no lleva al desarrollo y lleva a más desigualdad.

Los inicios del kirchnerismo sí se asentaron sobre una idea de desarrollo inclusivo. Durante sus primeros años sus políticas generaron una fenomenal recuperación económica acompañada de inclusión social.

Pero las condiciones fueron cambiando, y el esquema no se adaptó. Por el contrario, el movimiento se enfermó. Las políticas económicas se tornaron inconsistentes, frenando el proceso de desarrollo. Se basaron en premisas absurdas sobre el comportamiento de la economía, del tipo “la demanda siempre todo lo puede”.

Si el crecimiento impulsado por la demanda fuese una proposición válida en cualquier circunstancia, el problema del desarrollo ya estaría resuelto: los países podrían impulsarla al infinito y esperar que la oferta de bienes y servicios responda también creciendo al infinito. Tamaña mala praxis sería menos grave si se aprendiese de los errores, pero no es eso lo que se ve. Lo que se ve es una negación, una falta total de autocrítica. Todo se hizo bien, dicen quienes manejaron la economía del país. Es todo culpa de los otros. Esa es la bandera política del movimiento.

Mientras tanto, el peronismo tradicional está en una etapa de re-definiciones, buscando un espacio que le dé los votos que hoy no tiene. La búsqueda de ese espacio requiere interpretar qué es lo que se va afirmando en la sociedad. Y en un esquema de políticas en el que se le pasa toda la incertidumbre a los trabajadores, lo que emerge es malestar social. Aquí surgendistintos caminos para buscar votos.

El primero de ellos es la propuesta simple y perversa de buscar un chivo expiatorio en lo “externo”. Es el mismo camino que partidos o individuos cultores de la xenofobia están haciendo trascender en Estados Unidos y en Europa. Llevó al Brexit, está haciendo crecer a la figura de Marine Le Pen en Francia, y es interpretado por Donald Trump en Estados Unidos.

El argumento es tan simple como efectivo: la culpa de que a ustedes les vaya mal, trabajadores de nuestra patria, es de otros que no pertenecen a la patria.

Que el estadounidense de clase media vea que su ingreso es menor hoy que hace cuarenta años cuando la productividad experimentó un crecimiento sustancial es culpa de los latinos que les quitan los trabajos, que además son gente mala, “criminales” y “violadores”, a los que hay que construirles un muro para que no puedan entrar.

En Gran Bretaña el mensaje se transmite con algo más de decoro, pero es en esencia el mismo, con los inmigrantes de Europa del Este jugando el rol del enemigo externo.

Claro que esos rumbos políticos no mejorarán la realidad de quienes le dan los votos. La razón fundamental del malestar de esos grupos no reside en los extranjeros que les quitan los trabajos, sino en que la evolución de las reglas y leyes que determinan el funcionamiento de los mercados en los que deben buscar trabajo y pelear por sus salarios los ha ido perjudicando.

Son marcos escritos por elites y para elites. La prueba es bien sencilla: en mercados de trabajo competitivos, el salario promedio debería evolucionar de la mano del crecimiento de la productividad. Si la productividad creció y el salario promedio creció menos, lo que ocurrió es que la diferencia se la quedó otro.

Y ese otro no son los inmigrantes, que también son asalariados, sino los dueños del capital, que incluye al capital político.

El senador Miguel Angel Pichetto días atrás le propuso al peronismo subirse a esa misma ruta. En lugar de abordar las causas profundas que han generado vulnerabilidad a problemáticas como el narcotráfico y el crimen, toma el perverso atajo de poner la lupa en los inmigrantes. Es un mensaje sencillo, cómodo para el votante, a quien se lo exculpa: el problema no es consecuencia de lo que usted votó, el problema vino de afuera.

“Tenemos que dejar de ser tontos, el mundo está cambiando, este es un mundo que se cierra”, contó. Es una visión que desprecia o ignora la evidencia. Pero para los votantes que llegan a reclamar esta plataforma los hechos ya no importan. Lo que se cierra son las cabezas, que se vuelven imbéciles de recibir tanto mamporro.Y allí es cuando florece el neofascismo, que es el populismo de los imbéciles.

Es peligroso el oportunismo político de Pichetto. Pero es una moción que puede ser ganadora. En un contexto de malestar, es la misma sociedad la que crea el personaje. Lo que luego la sociedad pide es un intérprete, y Pichetto da indicios de que el peronismo puede convertirse en el intérprete.

“El problema de la Argentina es la cultura igualitaria”, agregó. Esta ruta es también peligrosa para el peronismo, porque representa lo que no es. Lo que esta propuesta hace es asaltar al peronismo.

El peronismo tiene un camino alternativo. Que es más difícil de construir porque requiere no solo encontrar un intérprete sino también construir colectivamente la alternativa. Pero es el único que puede conducir al país a un sendero deseable, que construya e incluya en lugar de que destruya y excluya.

Es la idea del desarrollo progresista sano; un desarrollo dinámico y a la vez inclusivo; un desarrollo que requiere de políticas consistentes, que generen empleo para todos los sectores de nuestra estructura demográfica, y que al mismo tiempo aliente el cambio tecnológico.

Esta es una alternativa que mucha gente quisiera votar, pero que no la encuentran. Y no la encuentran porque no existe. Es la alternativa que el peronismo debería construir.

No es solo una plataforma que bien contada le puede devolver los votos que ha perdido. Es además la única de las alternativas en danza que es por esencia peronista.

*Martín Guzmán es doctor en Economía de Brown University, Investigador Asociado de Columbia University, y Profesor de la Universidad de Buenos Aires. Asesora a la Asamblea General de las Naciones Unidas en temas de deuda y desarrollo.