Con Kiev sitiada y lejos de una tregua que el presidente ruso Vladimir Putin atribuyó a una negativa de su par ucraniano Volodimir Zelenski, las tropas rusas encaraban una ofensiva final en Ucrania mientras que EE UU intentaba una nueva reunión del Consejo de Seguridad de la ONU para condenar la invasión y la Otan anunciaba una reunión urgente para este domingo.

Durante gran parte del viernes se habló de que Zelenski aceptaba negociaciones en Minsk para un alto el fuego. Horas antes, en un mensaje de tono dramático en las redes sociales del gobierno, había llegado a la conclusión de que “nos dejaron solos”.  Y sin bajar del reclamo, agregó: «¿Quién está dispuesto a combatir con nosotros? No veo a nadie. Todo el mundo tiene  miedo”.

Si el gobierno de Kiev esperaba una intervención de la Otan, la realidad le demostró que siempre estuvo equivocado. Se lo dijo claramente el secretario general de la organización atlántica, Jens Stoltenberg. «No tenemos planes para desplegar tropas de combate en Ucrania- puntualizó- Ucrania no es un aliado de la Otan”, y aclaró que le habían enviado armamento y asesoramiento militar.

El coqueteo de las elites que tomaron el poder en Kiev tras el golpe de 2014 con la Unión Europea y la alianza militar fue la línea roja que se había fijado hace justo ocho años Vladimir Putin. Más allá de arrumacos mutuos, para ese salto a Occidente era necesario contar con la anuencia o un descuido de Moscú que no existió. Pero desde el intento de destitución a Bashar al Assad en Siria, Rusia recuperó en el campo de batalla gran parte del poderío como para demostrar y demostrarse que es una potencia militar. En Medio Oriente probó técnicas y aparatos de última generación que por lo que se ve, superan a los que pueden disponerse en Occidente.

Esa parafernalia fue puesta nuevamente en acción el jueves sobre Ucrania. Y el sábado, desde Moscú, informaron que ponían nuevamente marcha hacia Kiev, luego de una detención parcial ante la posibilidad de un espacio para la diplomacia. “Después de que la parte ucraniana rechazara el proceso de conversaciones, hoy (por ayer) se dio a todas las unidades la orden de iniciar la ofensiva en todas las direcciones en correspondencia con el plan de la operación”, dijo el portavoz del Ministerio de Defensa, Ígor Konashénkov.

En un mensaje de renovados bríos, Zelenski llamó a los ciudadanos a resistir, dijo haber entregado armas a la población y prohibió la salida de los varones de entre 18 y 60 años para que se sumen a la defensa de la capital. El mandatario se comprometió a defender Kiev hasta las últimas consecuencias y para no quedarse atrás, el expresidente Petró Poroshenko se mostró en las calles con un fusil de asalto.

En el segundo día de operaciones, las tropas rusas habían logrado tomar gran parte del Occidente ucraniano. A la mañana, Rusia anunció el desembarco en Mariúpol y un asalto con helicópteros en Nikolayev, mientras que se registraron otros avances desde Bielorrusia.

Putin ya había hecho saber que no tenía intenciones de mantener una ocupación del país sino simplemente sacar del poder a la cúpula prooccidental que se mantiene tras el golpe a Viktor Yanukovich. Incluso llamó a los militares a deponer las armas y derrocar a Zelenski como un modo de apaciguar las cosas.

La justificación del presidente ruso para el despliegue de tropas -en un discurso en el que describió su interpretación de la historia de Rusia en el contexto europeo- fue que pretendía “desmilitarizar” y “desnazificar” a Ucrania. No es algo nuevo porque viene repitiendo ese concepto desde hace casi una década, solo que ahora lo hace en medio del humo de la pólvora y el silbido de los misiles.

Es que sectores ultranacionalistas y neonazis fueron los que promovieron ese cambio de régimen, amparados en el impulso de las potencias occidentales y de la Otan, ansiosa por rodear estratégicamente a Rusia para evitar el renacimiento de un país con espíritu de gran jugador en el tablero mundial desde hace varios siglos, primero con el Imperio Zarista, luego con la Unión Soviética y ahora con un presidente que, a más de 22 años como líder, difícilmente no se sienta heredero de esa tradición.

En el plano del día a día, es cierto que esos grupos neonazis atacaron desde el primer momento a la población prorrusa del Este, en el llamado Donbass, y de hecho ya en 2014 Lugansk y Donetsk había declarado su independencia, habida cuenta de que no lograban que desde Kiev respeten su autonomía y su lengua y cultura. Lo que ocurrió en esta semana fue que Moscú las reconoció como entidades independientes, lo que podría implicar en algún momento su incorporación a la Federación Rusa.

Putin directamente dijo que tenía la obligación de impedir una “limpieza étnica” en el Donbass, como en cierto modo venía ocurriendo en cuenta gotas con los ataques cotidianos de las bandas nazis en esa región. Y recordó el modo en que la Otan intervino fomentando una guerra civil en Yugoslavia que terminó en un rosario de naciones enfrentadas en matanzas brutales ante la mirada impávida de Europa y el silencio de la ONU.

Puede ser un dato menor, pero Oleksandr Levchenko es un joven nenoazi nacido en Kiev hace 27 años que en 2018 fue condenado a 9 meses y medio de prisión en Mar del Plata, donde se había criado, por crímenes de odio. Había atacado con una banda de skinheads a un músico y DJ, a una mujer trans -a la que le rompieron la mandíbula a piedrazos- y a un joven homosexual al que golpearon brutalmente en una parada de colectivo. Sus compinches eran Laurent Hervé (“el francés”) y Giovanni y Giuliano Spagnolo (“los chilenos»). Hace un año, la Justicia Federal aceptó un proceso de “extrañamiento” para que termine la sentencia en una prisión ucraniana. Desde allá publicó un video que reprodujo el portal 0223 en el que dice «Saludos compa. Va a salir todo bien. Vamos a vencer. Abrazo para los pibes».

En la ONU, mientras tanto, Rusia apeló a su poder de veto como miembro permanente del Consejo de Seguridad para rechazar una resolución que condenaba la invasión y que habían promovido Estados Unidos y Albania. La resolución obtuvo el voto favorable de 11 miembros del organismo y cuatro abstenciones: China, India y Emiratos Árabes Unidos (EAU). Detalles para el análisis: tanto Beijing como Nueva Delhi son parte del grupo BRICS de naciones que aspiran a ser las potencias claves en el siglo XXI con Brasil –que esta vez votó junto con EE UU- y Sudáfrica. EAU es un aliado tradicional de EE UU y fuerte productor petrolero que ahora se recuesta más en Moscú que en Washington.  EE UU pidió este sábado una reunión urgente para  tratar el mismo asunto en la Asamblea General, un ámbito donde no rige el veto pero tampoco es vinculante. Si así fuera, ya habría tenido que levantar el bloqueo a Cuba hace años.

En el plano de las sanciones a las medidas dictadas el jueves sobre penalidades financieras y a la exportación de tecnología, a último momento la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen anunció que habían llegado a un acuerdo entre los potencias occidentales para sacar a “ciertos” bancos rusos del sistema financiero SWIFT, y a congelar los activos del Banco Central de Rusia. Finlandia, Estonia y Letonia anunciaron el cierre de su espacio aéreo a empresas rusas, mientras que Moscú prohibió el sobrevuelo sobre su cielo a líneas de origen británico, checo y polaco.