La diferencia horaria entre Buenos Aires y París impide saber por ahora el resultado de las elecciones presidenciales en Francia. Si lee Tiempo Argentino después de la tres de la tarde, sabrá lo que han dicho los boca de urna. Arriesguemos algunos conceptos en clave francesa.

¿La inmigración es un problema? Los extranjeros no superan el 8% de la población, y la mayoría llegó hace más de diez años. Pero es que los hijos y nietos de los trabajadores extranjeros de los años sesenta pueden tener orígenes árabes o ser negros, y son tan franceses como cualquiera. Pertenecen a las clases populares. Habitan los conurbanos de las grandes ciudades, como Paris, Marsella, Lyon.

Con los años ochenta llegó el neoliberalismo. Desde entonces la flexibilización laboral, la precariedad social, el progresivo desmantelamiento del Estado de Bienestar afectaron a los asalariados, ya sean “franceses de Francia” o de primera y segunda generación de franceses. Los comportamientos fueron disímiles.

De allí un problema político. Los grandes partidos que estructuraron la política francesa en la segunda mitad del siglo XX, como comunistas, socialistas o (pos)gaulistas no están presentes en la jornada de hoy. En primera vuelta obtuvieron bajos resultados.

La izquierda formal terminó de traicionarse al perder la articulación con sus bases. No supo contener al pueblo, conducir al Estado o ganar elecciones. Quizás la derecha francesa, que supo ser antifascista, encontró en Macron la síntesis liberal para atraer una dirigencia variopinta dispuesta a renunciar a la lucha pero no a los honores.

Así, el actual gobierno francés desmanteló “los grandes cuerpos del Estado”: una función pública basada sobre el mérito -hecho de trabajo- y no sobre la herencia paterna, hecha de dinero. Atrás quedó el recuerdo de la Revolución Francesa y de Napoleón (le decían modernidad).

La educación pública, aún de excelencia, recibe poco presupuesto; los institutos nacionales son reemplazados por consultoras privadas; la reforma jubilatoria está en agenda. El cuerpo diplomático francés, profesional desde Luis XV, ha sido disuelto por Macron.  

De Le Pen no hay nada que esperar. Toda extrema derecha acumula sobre la frustración colectiva que impone el sistema liberal, incapaz de cumplir los deseos individuales que promociona. Así, más que un debate entre paradigmas, parece un problema entre Macron, serio, joven y seductor, frente a Le Pen, racista, xenófoba, limitada. Demasiados adjetivos: es lo que pasa cuando la posmodernidad enfrenta a su hija legítima, la antimodernidad. 

Esa extrema derecha cosecha votos en los barrios populares, porque lo que distingue al blanco pobre de sus vecinos es votar por Le Pen. Los problemas sociales serán cuestiones étnicas: la respuesta no será más política sino más represión. Es lo que pasa cuando los partidos abandonan el territorio: surgen reflejos identitarios: fascinación religiosa, repliegue comunitario u otros esencialismos. La naturaleza tiene horror al vacío.

¿Mejor Macron? Melenchon, que abreva en la tradición militante socialista, salió atrás de Le Pen en la primera vuelta. Por poco. ¿Oportunidad perdida para salir del liberalismo con una izquierda real? Tal resultado deberá ser asumido por una dirigencia progresista perdida en egos, o conveniente para que Macron enfrente a Le Pen y no a Melenchon. Siempre es mejor hacer campaña sobre la base que el otro es peor. ¿Será efectivo?

Por vicio o por virtud, Francia siempre nos brinda enseñanzas. Vive la République!