El sindicato de controladores aéreos de Estados Unidos se llamaba PATCO, por las siglas en inglés de la Organización de Controladores Profesionales de Tráfico Aéreo. Creado en 1968, este sindicato de 18.000 afiliados decidió ir a la huelga por mejoras salariales y condiciones de trabajo en agosto de 1981. La respuesta del entonces presidente Reagan no se hizo esperar y despidió a 11.000 personas, prohibió el reintegro de los huelguistas a cualquier función pública y convocó a militares para reemplazar al personal. «Son una amenaza para la seguridad nacional» dijo Reagan, y prohibió el sindicato.

Ese sindicato, sin embargo, había apoyado a los republicanos en las elecciones presidenciales.

Más tiempo duró la huelga minera en el Reino Unido. En marzo de 1984, luego de privatizar las grandes empresas públicas británicas, Thatcher decidió comenzar con el cierre de las minas de carbón. Enfrente, el secretario general de la National Union Mineworkers, Arthur Scargil, declaró la huelga, que contó con fuerte apoyo popular. Para noviembre de 1984 había más de 170 mil huelguistas en todo el país. El gobierno conservador consideró la huelga ilegal, prohibió el acceso a los comedores escolares de los hijos de los trabajadores, y les quitó toda ayuda social. La campaña de calumnias contra los trabajadores y sus líderes fue permanente. «Tuvimos que luchar con el enemigo en el exterior, en Las Malvinas», afirmó Thatcher, «pero siempre tenemos que estar alerta del enemigo interno, el cual es más difícil de combatir y más peligroso para la libertad». Y esos son los sindicatos. Luego de 12 meses de lucha, frente al hambre, frío y miseria que comenzaron a aquejar a las familias mineras, la huelga fue levantada. Desde 2012 no hay ninguna mina de carbón en el Reino Unido.

Estas dos experiencias marcan la guerra declarada del neoliberalismo contra la sociedad, en este caso los controladores aéreos norteamericanos o los mineros británicos. Mostraba la inflexibilidad del nuevo poder y servía como ejemplo a los demás sectores del trabajo. El disciplinamiento por la fuerza de los sectores populares parece ser la característica común de todo régimen conservador en los social y liberal en lo económico, como bien sabemos en Argentina, con las tres oleadas que tuvimos durante la dictadura militar, los ’90 y en la era Macri. Privatización, flexiblización y financiarización reclaman la represión, por eso el paro del 24 de enero de la CGT y las dos CTA tuvo una resonancia internacional. Fueron más de 130 centrales sindicales a nivel global que respaldaron la marcha contra el gobierno de Milei.

Esas expresiones fueron reconocidas en Buenos Aires, cuando la solidaridad de sindicatos, partidos y movimientos sociales de todo el planeta fueron agradecidos desde el palco y en manera expresa por el movimiento obrero organizado. Es que en 21 lugares distintos, desde Amsterdam a Perth, de Ginebra a Montevideo, hubo mostraciones frente a Embajadas o consulados argentinos, o juntadas en plazas. En París, todo el arco opositor a Macron, desde los ecologistas y socialistas hasta comunistas y troskistas –sin olvidar La France Insoumise– tomaron la palabra junto a representantes sindicales de varias centrales obreras francesas, ATTAC y movimientos sociales.

Existen dos razones para ello: primero la solidaridad entre trabajadores, cuyas condiciones de vida son cada vez más parecidas en la precariedad de cada cual, y el hecho que las políticas instrumentadas en los noventa en Argentina después les fueron aplicadas a ellos. En ese laboratorio a cielo abierto que parece ser hoy la patria, muchos en el mundo ven reflejado el peor de los futuros, simbolizado por la motosierra. En estos momentos de reconfiguración de la economía mundial, los monopolios internacionales de occidente tanto como las versiones locales precisan asegurar la marcha de los negocios y la primacía del mercado sobre la política. Contra eso marcharon los sectores trabajadores de la Argentina y encontraron que más allá del éxito local existe una necesidad internacional, expresada con solidaridad, para generar una nueva representación política que sea efectiva. Esperar no sirve, ya que el primer choque contra el neoliberalismo es fundamental: ahora ya no es posible retroceder, ni lo deseamos, pues bien sabemos lo que pasa aquí y en el mundo, cuando gobiernan esas gentes.