Con un expresidente encarcelado en Alemania pero omnipresente en la política regional, Cataluña todavía está lejos de tener un gobierno y, a pesar de la amenaza de nuevas elecciones, los independentistas no consiguen salir de cinco meses de parálisis. Con ese panorama, las opciones son diversas, ninguna clara.

¿Puigdemont o el caos? 

El miércoles, los diputados independentistas, mayoritarios en el Parlamento catalán, votaron una resolución exigiendo simbólicamente poder investir a Carles Puigdemont, destituido el 27 de octubre por Madrid tras un intento fallido de secesión. La Justicia prohibió la elección a distancia del expresidente, que residía en el extranjero esquivando las acusaciones de rebelión en España. Puigdemont, que se presentaba como el «presidente legítimo de Cataluña en el exilio», terminó por renunciar pero su entorno puso de nuevo su nombre sobre la mesa con el objetivo de mantener el enfrentamiento con Madrid.

Esta estrategia cuenta con el apoyo de la Candidatura de Unidad Popular (CUP), un pequeño partido de extrema izquierda que quiere la ruptura inmediata con España, y de los grupos de protesta de los Comités de Defensa de la República (CDR), que multiplican sus acciones callejeras.

Divisiones

Las reticencias entre los separatistas son numerosas. El partido nacionalista y conservador de Puigdemont, el PDeCAT, está dividido entre los partisanos del expresidente y aquellos que quieren formar un gobierno lo más rápido posible para que la región recupere su autonomía tras cinco meses bajo la tutela de Madrid.

El otro gran partido independentista, Izquierda Republicana de Cataluña (ERC), también se ubica en esta línea pragmática. Su presidente Oriol Junqueras está encarcelado cerca de Madrid, como otros ocho dirigentes independentistas, y su número 2, Marta Rovira, abandonó España para evitar terminar igual. «Lo que quieren mostrar es que han intentado por todos los medios investir a Puigdemont sin que nadie más vaya a la cárcel», resume el analista político del instituto Teneo Intelligence, Antonio Barroso.

Mientras, el futuro de Puigdemont se decide en Alemania, donde fue detenido y la Justicia debe decidir sobre su extradición. «Sea cual sea la decisión, hay una realidad de la que no se puede escapar: Puigdemont no puede ser elegido presidente», afirma Barroso. Aunque la extradición podría enardecer a los partidarios del choque con Madrid, según el politólogo local Gabriel Colomé, «los encarcelamientos tienen un impacto emocional de radicalización».

Acuerdo de último minuto

Los partidos disponen hasta el 22 de mayo para investir un presidente o deberán convocarse a nuevas elecciones. «El tiempo provoca una presión sobre Juntos por Cataluña» –candidatura de Puigdemont, desde su partido y muchos independientes–, opina Barroso, convencido de que el expresidente cederá. «Lo más importante es que ninguno quiere ser acusado de ser el que ha dado un paso atrás», afirma. Una fuente del PDeCAT, reconoce, no obstante, divisiones internas: «Tenemos que aguantar unas semanas más porque al final nuestra promesa de campaña era ‘Puigdemont presidente’, pero a última hora tendremos que bajar del carro».

Nuevas elecciones

Si no hubiera acuerdo, el Parlamento se disolvería y se celebrarían las terceras elecciones en tres años, una opción que los fieles de Puigdemont reconocen cada vez más. «Juegan por una parte a acabar con los pragmáticos y por otra a tocar con la punta de los dedos el 50%» de votos al bloque independentista, dado que en los últimos dos comicios se quedaron por debajo, cree Oriol Bartomeus, politólogo de la Universidad Autónoma de Barcelona. Pero lo que las urnas podrían no resolver es que, a pesar del auge del independentismo, las diferentes votaciones muestran una Cataluña dividida en dos bloques casi simétricos entre separatistas y unionistas. Algunos líderes no independentistas propusieron alianzas alternativas que incluyan las corrientes más moderadas de cada bloque, incluso un «gobierno de concentración» con todos los partidos. 

«Como no pueden hacer nada, empujan ideas creativas», zanja Barroso, convencido de que estas alianzas son muy improbables dadas las profundas divisiones entre partidos. «