En una ciudad sitiada por batallones de policías pertrechados para una guerra, con vehículos incendiados, columnas de humo, el ronroneo de los helicópteros sobrevolando las calles y el acre olor de los gases lacrimógenos, quedó inaugurada la cumbre del G20 en Hamburgo, el encuentro de líderes de las mayores economías del mundo y los principales países emergentes.

Luego de la violenta represión del jueves, este viernes hubo nuevas manifestaciones contra esta expresión de lo más granado de la dirigencia global, donde a diferencia de los últimos años, en que Argentina y Brasil habían puesto sobre el tapete la necesidad de atacar la crisis económica con medidas anticíclicas y no con más ajuste, esta vez ambos gobiernos cruzaron de vereda.

En el caso argentino, por un cambio surgido de elecciones, pero el presidente brasileño Michel Temer se presenta en esta cumbre en medio del mayor de los descréditos no solo por haber llegado al poder por un golpe institucional sino por estar acusado de graves cargos de corrupción que le pueden costar el puesto en los próximos días.

Una de las consecuencias de las protestas callejeras fue que Melania Trump, la esposa del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no pudiera asistir al primer acto oficial porque le bloquearon la salida de la residencia que ocupa la pareja en Hamburgo. Trump aprovechó la cumbre hamburguesa para volver a mostrarse como el personaje disruptivo de este G20.

Así, en una bilateral con el presidente Enrique Peña Nieto, insistió en que el gobierno mexicano deberá pagar por el muro que pretende terminar en la frontera con sus vecinos del sur. Otra bilateral que promete chispas es con el mandatario ruso, Vladimir Putin.

Luego de los ataques de sectores políticos, mediáticos y hasta del FBI por la promesa de Trump de acercamiento con Rusia, surgieron denuncias de que el gobierno de Putin había interferido mediante hackeos en la elección presidencial.

Trump, que ya tuvo que “entregar” a un asesor en asuntos de seguridad como Michael Flynn y luego echó al director del FBI, James Comey, que lo tenía en la mira precisamente por sus relaciones con los rusos, el miércoles declaró en Polonia que “posiblemente” hubo interferencia de Moscú en la campaña, aunque consideró que también pudo haber interferencia de otras naciones.

Un modo elegante de patear la pelota afuera, aunque hay un evidente distanciamiento que sus promesas de campaña no permitían avizorar hace un año. Las diferencias de Trump también son cada vez más amplias con la anfitriona, Angela Merkel, y la Unión Europea en general, azuzadas desde que el presidente estadounidense anunció el retiro de su país del Acuerdo de Paris.

En ese rubro y en cuanto a la forma de enfrentar el terrorismo, que tiene el vilo a varios países de ese continente, seguramente se profundizaran las diferencias en esta cumbre en la que, curiosamente, Putin ya anunció su compromiso con el comercio libre y en contra del proteccionismo. Lo mismo plantea China, mientras que este nuevo Estados Unidos da señales de que las fronteras comerciales también tendrán un muro para el ingreso de productos no elaborados en el país.

Los otros temas en la mesa serán Siria, donde Trump y Putin tienen mucho que decirse; Ucrania –aquí el tablero muestra de un lado a Moscú y del otro a Bruselas- y Corea del Norte, donde parece haber más consenso, aunque el gobernante ruso pidió más cautela para tratar las amenazas nucleares de Pyongyang.

Fuera de esa agenda –el argentino Mauricio Macri, anfitrión de la próxima cumbre- habló de pobreza cero, en cierto modo coincidió con otro argentino, el papa Francisco, quien desde el Vaticano emitió un mensaje que dice: «A los jefes de Estado y de gobierno del G-20 así como a toda la comunidad internacional, lanzo un llamado del fondo del corazón ante la trágica situación en Sudán del Sur, en el lago Chad, en el Cuerno de África y en Yemen, donde treinta millones de personas no tienen nada para comer y tienen necesidad de agua».

El pontífice también convocó a parar la carrera armamentista.