El periodista le dice que morimos de pie, pero que al final morimos. Así, incluyéndose, en plural. En la salida del vestuario del estadio MetLife de Nueva Jersey, después de la derrota por penales en la final de la Copa América Centenario, Lionel Messi anuncia que renuncia a jugar en la Selección, porque él, dice, quizás es el problema. El periodista, en este caso, es Martín Arévalo. Desde algún tiempo a esta parte, los periodistas que cubren la actualidad de un equipo o el día a día de un torneo se creen parte del resultado, aunque en concreto lo único que hacen es trabajar sobre un recorte de la realidad. Messi, el mejor futbolista del mundo, acaba de decir que deja de jugar en la Selección, mitad bronca, mitad desolación. No es el doping el que lo saca de la cancha en Estados Unidos, como a Diego Maradona, el otro 10, el otro jugador de época. Acaso líder, seguro más maduro, Messi golpea la mesa. En lugar de dejarlo tranquilo, el país le pide que no se vaya. Ruego y llanto. Histeria. Y la Selección no llega a jugar un segundo sin Messi. Vuelve sin irse.

El domingo pasado, entre los árboles y los campos verdes de Ezeiza, Messi y los futbolistas de la Selección deciden que no van a hablar más con el periodismo. Dos jugadores deben ir a la conferencia en el predio. Acude Edgardo Bauza, el entrenador. Consideran que las críticas que en verdad son desbordes cloacales de algunos periodistas -en este caso los de Martín Liberman, el aprendiz de Fernando Niembro- pasan un límite. Al otro día, otro periodista -en este caso Gabriel Anello- informa que Ezequiel Lavezzi se queda afuera del banco de suplentes porque fumó marihuana en la concentración. Messi reafirma la decisión grupal.

En San Juan, Argentina le gana 3-0 a Colombia y regresa al puesto de repechaje en las Eliminatorias. Luego, en la sala de prensa, con los 25 compañeros como escuderos, Messi hace pública la decisión. Messi -los jugadores de la Selección, que es Messi- dicen sin decir que no les darán más entrevistas a los periodistas que los endulzan, a los que ellos alimentaron; a los divos que carajean porque se quedan sin los viáticos de los viajes por el mundo; a los que inventan; a los que arman memes; a los que nunca ni siquiera registraron; a todos.

La ascendencia de Messi se expone por pararse con el micrófono en la mano delante de los flashes. Además de ganar el partido -un golazo de tiro libre, dos asistencias-, enmienda los errores, como en la jugada del gol de Ángel Di María, cuando apretó arriba en la salida y robó la pelota. Cuando más se nota su preeminencia y onda expansiva en la Selección -y ahora sumemos al Barcelona- es cuando está ausente, y no sólo por los resultados. La personalidad de Messi se activa desde la acción: gana el partido casi en soledad, con ayudas mínimas.

A Messi y los jugadores, en algún punto, les molestaron también las críticas porque el equipo de Bauza, en estos seis partidos, jugó a veces mal y otras muy mal. Lo que sobrevino -que hay que terminar con los amigos de Messi, con la generación de perdedores de finales, con los multimillonarios engreídos- los terminaron de convencer. No fue la primera vez que Arévalo se atribuyó un resultado en la pantalla de TyC Sports. Que Liberman editorializó con Niembro como espejo en Fox Sports. Que Anello volcó en las redes sociales pestilencias tales como que «Hitler debió haber vivido diez años más para terminar la obra». La revista satírica Barcelona fue elocuente: «De manera corporativa, muchos cronistas deportivos advirtieron: ‘Si los jugadores no quieren hablar más con nosotros, no nos dejan otro camino que dedicarnos al lobby'».

El martes por la noche, Messi primero pidió perdón por el amuchamiento en la sala. Lavezzi se reía a su lado. Bauza, a un costado, debajo de la plataforma, escuchaba. Sin leer ningún comunicado, los ojos abiertos, la voz firme, las palabras directas, Messi se refirió a «acusaciones» y «faltas de respeto». En 1996, Maradona afirmó en el programa televisivo El equipo de Primera: «El informante se gana la vida informando. Ahora el que miente para ganar un sope más es un vigilante». En la mesa se encontraba el periodista Aldo Proietto, entonces director de El Gráfico, que en 1991 retrató en la revista la detención de Maradona en el departamento de Caballito con testimonios y datos falsos. Maradona le inició un juicio penal a Proietto. Lavezzi hizo lo propio con Anello.

A su manera, Messi le paró el carro a los mismos.

«Todos deben cantar y tocar la guitarra, bailar y dar conferencias, todos deben escribir libros y editar periódicos -dijo el escritor Norman Mailer-. Entonces será posible derribar la casta de manipuladores que enferman la mente con sus venéreas creativas. Artistas, periodistas, intelectuales conforman el virus más peligroso que ha engendrado este sistema». Mailer nació en Nueva Jersey y ejerció de periodista, entre otros oficios. Agreguemos a Messi y los jugadores, porque el fútbol es arte y él, el mejor artista. Y que cada uno se haga cargo, hasta marzo, cuando vuelva a jugar la Selección, de lo que cree que le corresponde en el asunto.