Juan Leyrado no participaba en una producción del Complejo Teatral de Buenos Aires desde hacía 30 años. Su operativo retorno se concretó de la mano de Un enemigo del pueblo, la obra que Henrik Ibsen escribió a fines del siglo XIX y es un clásico de clásicos. El actor destaca que se trata de un proyecto que no podría hacerse en el circuito comercial de hoy y reivindica su vigencia. «Los clásicos siempre son actuales porque no atienden sólo al hecho que se cuenta: refieren a la esencia del ser humano. Son conflictos básicos que permiten diversos paralelismos. Esto que se cuenta pasa hoy en día. Porque los pueblos están sometidos desde lo cultural y los poderes aprovechan para que  la mayoría no tenga un pensamiento propio, sino que sean pensados por ellos», reflexiona Leyrado apenas llega al teatro Regio y se acomoda en su austero camarín.

De chico iba mucho al cine, pero no sentía que actuar era su vocación. Todo comenzó, cree, porque no quería dejar de jugar. Se venía la adultez, la cosa se iba poniendo seria y necesitaba encontrar un ámbito menos estructurado. «Para mí el teatro fue una forma de continuidad de mi necesidad lúdica. Cuando estoy transitando un buen camino es porque me conecté con el niño que siempre quiso jugar», revela. Pero también observa otra faceta de un proceso complejo: «Actuar también obliga a cuestionarse, conocerse y entrar en contradicción con uno mismo, y eso siempre lleva al crecimiento».

–¿Qué sentís al volver a hacer una obra para el Complejo Teatral de Buenos Aires?

–Es fundamental reactivar un teatro oficial porque el Estado tiene que tener un rol fundamental en la cultura. Esta no es una obra dramática, es algo popular, la gente no tiene que hacer un ejercicio intelectual enorme para entenderla. Cuando hay un buen autor el camino es más interesante para el actor y para la gente. Con el público se termina de componer el personaje. Nos preparamos desde dos meses y medio antes del estreno, de martes a domingo. Este tipo de obras es muy raro que se puedan hacer hoy en el teatro comercial.

–¿Por qué?

–No sé, la presión es distinta. No hay productores que se animen, aunque a la gente le gustan estas obras.

–¿Prefieren propuestas que les aseguren más venta de entradas?

–Puede ser, pero están equivocados. Porque de esa manera se subestima a la gente y la vigencia de un clásico. Shakespeare escribía para el pueblo, no era  algo para una élite. Ahora parece que lo comercial tiene que ser simple o al menos no ser profundo, pero no es así. En estos tiempos los cambios son muy rápidos, por eso creo que el teatro es fundamental para lograr un espacio y un tiempo de reflexión sobre nosotros los humanos. No está bueno si lo único que se puede ver en los teatros es stand up. Hay que pensar menos en el éxito e ir más a lo básico: contar buenas historias

–¿Para qué sirve el éxito?

–Me gusta este laburo. Disfruto mucho de los ensayos, la inseguridad y el caos de armar un personaje. El éxito da más trabajo, pero es peligroso. Cuando hice Gasoleros me di cuenta que cuando te va bien es cuando más te conocés. Eso pasa porque estar arriba te saca cosas feas de adentro que todos tenemos. Si sos observador te das cuenta que te estás comportando como un pelotudo y, con esfuerzo, tratás de aprender y mejorar. Si te tomás el éxito como un logro y como algo efímero, es buenísimo. El tema es que algunas personas que dedican su vida a tener éxito, a ser exitosos a los ojos de los demás. Ahí aparece el peligro de hacer cualquier cosa con tal de conquistarlo. Los actores somos como un sorete en la rueda de un carro: a veces estamos arriba, a veces estamos abajo. Depende de cuánto  se mueva el carro. Con o sin éxito hay que laburar, y si viene mejor. Los actores no somos Susana Giménez. Laburamos tres meses, paramos seis, pero cada 30 días pagamos ganancias. 

–¿En estos últimos años los actores ganaron el lugar que merecían como trabajadores?

–Siento que se dio lugar a asuntos de nuestra profesión que estaban relegados. Este trabajo es muy particular. A veces hay que explicar qué es lo que hacemos porque existe cierta necesidad de poner a los artistas en un lugar especial. Porque si el actor es un trabajador se pierde la ilusión. Pero no somos distintos. De hecho, te diría que nosotros somos desocupados que a veces trabajamos. Somos desocupados crónicos, de por vida. En nuestro gremio el 90% está sin trabajo durante mucho tiempo. Siempre digo lo mismo: no ganamos todo lo que se cree y la continuidad laboral no es tan fácil como parece. Pagamos ganancias adelantadas, y otros delirios, por eso unirse para enfrentar eso es lo natural. Y por otro lado, si me preguntás sobre la concepción del compromiso político que hubo siempre en nuestro rubro, yo te digo que uno como ciudadano tiene que opinar, los actores también, pero a veces se nos pide opinión de cosas importantes o trascendentales y nosotros en esa necesidad que tenemos damos nuestro parecer y opinamos de cosas que no sabemos. Me gustaría que esté más repartida la cosa. Que no haya un núcleo que esté bien nada más, sino que todos estén lo mejor posible. Que haya más trabajo. Pero si empezamos a hilar fino y me pongo a decir cómo manejar la economía, quizás la cago.

–¿A veces se toma demasiado en serio lo que  dice un actor?

–Creo que los actores somos personas frágiles, dependientes, y tenemos una gimnasia emocional para sacar cosas, en la que entra todo, hasta nuestra ideología o filosofía, entonces en medio de todo eso nos exaltamos y decimos lo que nos parece, pero si se manipula eso puede ir en contra de lo que queríamos transmitir. Lo que me parece a mí es que la democracia es el mejor sistema, pero hay que laburarla. No tengo la más puta idea de cómo resolver esto. Creo que el Estado tiene que estar presente, pero hay que ver de qué manera. Acá no es Suiza ni Dinamarca. No estamos bien, no hay claridad, las críticas no pasan de ahí. Si se interpela a un ministro no puede pararse e irse. Alguien tiene que  hacer algo porque si no uno empieza a sentir que te están cagando los que no esperabas. Parece que sólo se grita contra lo que no gusta, pero no pasa de ahí. Pero no sé, no soy político. Soy actor. 

Otro proyecto ambicioso

Leyrado está en plena grabación de una miniserie que se llama La caída,  donde trabaja junto con Claudia Lapacó, Julieta  Díaz y Jorge Suárez, entre otros. Se podrá ver en poco tiempo en la TV Pública. «Desarrolla la historia de una crisis familiar. Cuando la perfección explota y el ideal se derrumba. Va estar muy buena, es bien de televisión», cuanta el actor que siempre afirmó que le gusta la pantalla chica. «La paso bien haciendo tele. El cansancio es terrible, pero se activa otra parte de uno y está bueno darle lugar», confiesa.

Diferentes formas del enemigo

Esta nueva versión de Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen es una adaptación, realizada por Lisandro Fiks (arreglador, compositor y director musical del recordado grupo Los Amados). El elenco está integrado además de Leyrado, por Raúl Rizzo, Edgardo Moreira, Viviana Puerta, Bruno Pedicone y Romina Fernandes. Esta es la tercera puesta de Un enemigo del pueblo que se estrena bajo la órbita del Teatro San Martín. Las anteriores (de 1972 y 2007) se basaron en la popular y más conocida versión que Arthur Miller escribió en 1950. Esta nueva puesta en escena se basa exclusivamente en el texto original de Ibsen, en la cual el autor de finales del siglo XIX se cuestiona las relaciones de poder entre la política y la sociedad. En esta versión de 2018 se intenta hacer foco en lo que Ibsen se planteaba en 1882: no un conflicto entre malos y buenos, sino entre seres humanos, con sus contradicciones, sus miserias y sus virtudes. Seres reales, reconocibles, con los que todos pueden identificarse. «