La disyuntiva que atraviesa por estos días el ambiente político está organizada por el factor tiempo. Dicho en otros términos: hay dirigentes a los que se les acaba el tiempo o tienen urgencias de muy corto plazo, otros actúan o esperan como si el tiempo jugara a su favor. Pongamos nombres: Mauricio Macri está en la hora más dramática de su fase declinante y en su entorno llegaron a evaluar la alternativa de adelantar las elecciones. Eso significa que en el Ejecutivo creen que el paso de los meses no traerá un alivio a la crisis económica y a la angustia social reinante, sino más bien lo contrario. Por eso el tanteo del adelantamiento electoral.

Roberto Lavagna, por su parte, tiene una necesidad inmediata: crecer en las encuestas y que su figura trascienda el círculo de argentinos y argentinas hiper-politizados e informados mayores de 35 años. En estos días la hipótesis Lavagna tiene mucho arraigo en la dirigencia pero sin –y aquí está su urgencia- un correlato proporcional en las voluntades de los votantes. El tercer nombre que parece destinado a competir en la elección presidencial, se sabe, es el de Cristina Fernández. Y es justamente la senadora y ex presidenta la que administra sus tiempos. Lo suyo, a pesar de la galopante crisis social, es no apresurarse. Mientras Macri y Lavagna están apurados por varias razones, CFK mantiene el misterio sobre si al final será ella la candidata o si dejará ese desafío histórico al representante opositor que muestra más capacidad para retener los votos del kirchnerismo: nada menos que el diputado Axel Kicillof.

Todo esto sucede en los cuarteles de los dirigentes, en los comandos de campaña. Pero, entretanto, los acontecimientos se precipitan. La economía se degrada cada vez más, el dólar perfora techos y las pocas bajas en su cotización son puntuales y al precio de una tasa de interés que destruye el tejido industrial, el mercado interno, el  empleo, la compra de bienes durables.

La crisis desborda en angustia. El valor de las acciones de las grandes empresas argentinas que cotizan en Bolsa –y mucho más si cotizan en el exterior- cae de modo sistemático. Los grupos industriales o ligados al consumo se deprecian, tanto por los efectos de la política económica como por las acusaciones judiciales de incurrir en prácticas penadas por la ley para obtener licitaciones importantes.

Un ejemplo extremo de este proceso, que preocupa a los más grandes empresarios del país, es la decisión de de los tribunales de Nueva York de la última semana: declaró en “default legal” a la productora de acero del Grupo Techint. El fallo de la Justicia estadounidense coronó una demanda entablada por accionistas extranjeros de la empresa Ternium, quienes responsabilizaron a Paolo Rocca por la caída en la cotización. Rocca es quizá uno de los hombres de negocios más poderosos de la Argentina, al menos en el rubro siderurgia, energía y producción de tubos sin costura. Está procesado en la causa judicial que se inició a partir de las fotocopias de los cuadernos del chofer Oscar Centeno. Rocca cree que el trasfondo de todo este presente –inimaginable para él en los primeros tiempos de la gestión de Cambiemos- es un objetivo geopolítico: el traspaso del gran capital de manos argentinas a manos trasnacionalizadas, en particular de EEUU.

Las opiniones de Rocca coinciden, por estos días, con las de Luis Pagani (propietario del gigante del sector alimenticio ARCOR) o de Alejandro Bulgheroni (Bridas, del rubro petrolero). El diagnóstico que hacen estos representantes de la gran burguesía industrial es demoledor. Y eso revela que el otrora llamado Círculo Rojo atraviesa por estos días una fractura entre los bancos (sobre todo extranjeros) y las energéticas, que siguen acompañando a Macri porque fueron sus grandes beneficiarios, y los grandes empresarios con intereses en la economía productiva y el consumo. En las últimas semanas, y sobre todo en los últimos días, Rocca, Pagani y Bulgheroni mantuvieron comunicaciones telefónicas y presenciales con variados dirigentes del espectro opositor.  Los contactos incluyeron también a gremialistas de sindicatos con muchos afiliados y peso en la economía.

Una alternativa que exploran los empresarios, más amigable para el poder económico, es que Lavagna se presente como candidato presidencial de una nueva coalición posmacrista que incluya a radicales y socialistas santafesinos. Este espacio en construcción no descartaría postular a María Eugenia Vidal para la reelección como gobernadora. Vidal, por lo que se sabe, está en un momento de mucha tensión con Macri.  El riesgo de estas hipótesis que circulan por lo bajo y hoy suenan aventuradas es que pueden llegar a quedar truncas, a no cuajar, por la acción de propios y extraños.  Y eso lo saben los propios empresarios. Sobre todo aquellos que en las elecciones de octubre se jugarán su propia piel. 

Este escenario de incertidumbre y posible reconfiguración del sistema político –el distanciamiento de los radicales respecto de Cambiemos es un iceberg de todo lo que sucede bajo la superficie- explica por qué tanto Cristina como Kicillof reciben cada vez con más frecuencia pedidos de reunión por parte de grandes empresarios. Algo parecido está sucediendo con Hugo Moyano y con Ricardo Pignanelli, del sindicato de los mecánicos SMATA. Esos gremialistas conocen la preocupación y el deseo de un cambio drástico en las políticas que promueven los industriales. CFK, que sigue con su estrategia de entrar y salir de la coyuntura, es muy prudente en la difusión de sus conversaciones. El clima de época muestra algo inexorable: el poder está en la Casa Rosada pero al mismo tiempo empieza a repartirse por otros lados. «