Fumar marihuana es un placer. «Pero también un derecho. Por eso vine, para defender mis libertades individuales, que están garantizadas en el artículo 19 de la Constitución», explica, Carta Magna en mano, Sergio, cannavicultor de la zona sur del Conurbano, minutos antes de que arranque hacia el Congreso la caravana porteña de la Marcha Mundial de la Marihuana. En el gris atardecer porteño, el pedido de libertad se transformó en una demanda urgente, festiva y sobre todo masiva, resumida en varias banderas y carteles hechos a mano: «¡Legalícenla!».

Desde 1999, el primer sábado de mayo se alza la voz en forma de grito global. Este año, la Argentina se sumó al reclamo en 20 ciudades, con adhesión de diferentes agrupaciones políticas y sociales.

A las 4:30, los alrededores de la tapiada Plaza de Mayo están repletos de pibes, pibas y familias. Miles de personas que se acercaron para marchar hacia el Palacio Legislativo, por una senda perfumada por el humo dulce de los porros. También el que convidan los puestos de paty y choripán.

Será cuestión de derechos. Así lo entienden los que reclaman por la legalización y para que se ponga fin a la persecución que sufren consumidores y cultivadores. Una de las agrupaciones organizadoras es el joven FOCA (Frente de Organizaciones Cannábicas Argentina), nacido en marzo de 2017, luego de que Adriana Funaro fuera detenida. Su historia es conocida. Ese año, Funaro tuvo una segunda denuncia de un vecino, que por la medianera veía crecer plantas de marihuana en su jardín. Funaro fumaba porro por gusto personal, pero por una patología que le detectaron, había comenzado a consumir el aceite de cannabis con fines medicinales y a autocultivar. «Somos perejiles del sistema –explica la activista-. Pero tenemos que dejar de ser tibios y exigir nuestro derecho.»

Las actividades comenzaron al mediodía. Participaron unas 150 mil personas. Cerca del escenario montado frente al Cabildo, se instalaron decenas de puestos dedicados a la venta de productos relacionados con la cultura cannábica. Desde pipas hasta papel de armar, sin olvidar las remeras tatuadas con la icónica hojita, posters y hasta bolsas de abono.  

La palabra tuvo su espacio arriba y abajo del escenario. En el puesto de Mamá Cultiva, Karina predica sobre el autocultivo y los beneficios medicinales del aceite de cannabis. Su hija sufre una parálisis cerebral y gracias al aceite mejoró: «Ahora hay más conciencia de los beneficios que brinda el cannabis. Sigue estando el tabú, pero cada vez se acerca más gente a nuestros talleres».

Nicolás Breg, integrante de la agrupación Jardín del Unicornio, explica: «Cuando analizamos la regulación de una planta hablamos de lo medicinal, pero también del uso espiritual y recreativo. Queremos discutir las consecuencias de estas políticas prohibicionistas porque a pesar de la Ley 27.350, hoy nos sigue vulnerando». La penalización y la criminalización sumados a la clandestinidad son un problema sin salida. «La reforma de políticas de drogas no tienen que ver sólo con lo penal. La guerra contra las drogas, sobre todo en América Latina, es una visión abstencionista, represiva, prohibicionista del uso del cannabis que sólo generó más muertes», asevera Ana Florencia Sclani Horrac, integrante de Mujeres y Cannabis en Argentina.

En la esquina de Avenida de Mayo y Lima, Charly hace un alto en la caminata y se toma cinco minutos para disfrutar el primer porro de la tarde. Fuma desde los 14, hoy tiene 75. El artista plástico, nacido y criado en Lanús, lleva con orgullo sus seis décadas en el gremio cannábico: «Es toda una elección de vida. Si me pregunta por qué fumo, no lo dudo. Porque estamos en el camino del bien, de la libertad». «