Las mentiras de la memoria, los engaños de los tarotistas, la función de la religión, la moral artificial y el futuro cyborg de la humanidad son algunos de los temas que el divulgador científico Pere Estupinyá desmitifica en su último libro “Comer cerezas con los ojos cerrados” (Debate). “La emoción es la primera guía que tenemos como animales y condiciona muchas de nuestras decisiones”, explica el especialista catalán después de aclarar que, a su entender, el conocimiento científico constituye un virtual “sexto sentido”.

“Al cerebro sólo le interesa nuestro bienestar y para cumplir esta meta no duda en engañarnos. Si para evitar una situación peligrosa tiene que mentirte y hacer que sientas miedo y huyas, lo va a hacer. O también puede hacer que te enamores para que sobrevivan tú y tus genes. El amor puede ser un gran engaño del cerebro”, explica Estupinyá a Tiempo, en medio de una gira por América Latina para presentar su libro y, por qué no, presentarse a sí mismo.

-En su libro plantea que podemos ser víctimas de distintos tipos de engaños, ¿cómo evitarlo?

-En los años setenta, la científica Elizabeth Loftus investigó cómo la memoria se equivoca. Descubrió que bajo determinadas situaciones de estrés, los testigos no mentían sino que directamente recordaban mal las cosas. Y a partir de este concepto de errores en la memoria, sostenía que se podían implantar recuerdos, dirigir la imaginación para que llegara a crear un recuerdo falso. Luego advertí que esta fase de hacer preguntas y guiar las respuestas es lo que hacen los tarotistas, los astrólogos y toda esta gente que dicen leer tu pasado.

-¿Cómo se producen los llamados errores cognitivos?

-Hay distintos tipos. Están los de percepción, por ejemplo una ilusión óptica, que son los más comunes. Y también están los que se producen cuando las emociones te traicionan de alguna manera e interpretas el mundo en función de tu estado emocional.

-Pero acaso no son las emociones las que determinan muchas de nuestras decisiones.

-No todos los errores cognitivos tienen una base emocional, aunque sí la mayoría. Porque es la emoción la que te indica si algo es importante o no. Por ejemplo, si vas a un restaurante tienes que sentir alguna emoción sobre él para regresar o no volver nunca más. La emoción es la primera guía que tenemos como animales y condiciona muchas de nuestras decisiones. Nos condiciona muchísimo.

-Usted sostiene que el conocimiento científico es nuestro “sexto sentido”. ¿No cree que una persona religiosa puede sentirse excluida ante esta afirmación?

-Hay muchos que ven compatibles la ciencia y la religión. Aunque creo que hay momentos en que son absolutamente incompatibles, por ejemplo si hablamos de la virginidad de María. Si tienes una mente científica, algunos dogmas de fe son muy difíciles de asimilar. Puedes hablar de un milagro, pero te estás saltando las leyes de la naturaleza.

-Pero, precisamente, una persona de fe cree en los milagros.

-Pero el científico más puro no y aquí hay una incompatibilidad. Puedes argumentar que existe el concepto de Dios de Spinoza o que puede haber algo superior a nosotros. Y la ciencia no va a poder negarlo. Pero hay que tener claro que ser religioso te hace más dogmático y tener una mente científica, más escéptico y dispuesto a dudar.

-¿Por qué necesitamos tener un Dios?

-Parece que hay una predisposición a creer y evolutivamente no nos gusta la duda. Estamos predispuestos a creer que si el líder de la tribu llegó a los ochenta años, él sabe los motivos y necesitamos creer en él. Esta búsqueda de patrones en la naturaleza para intentar encontrar relaciones causa efecto, conlleva a que cuando no tenemos una respuesta obvia, nos la inventamos. Muchos autores dicen que creer en Dios es adaptativo, te da tranquilidad y quizás también mantiene el grupo unido. Porque el simbolismo es una de nuestras distinciones como especie. Hubo un momento donde los grupos dejaron de ser pequeños para ser sociales, y ahí emergieron distintas señas de identidad. Y una de las maneras de cohesionar grupos pudo haber sido la religión.

-¿Cómo imagina los próximos cambios evolutivos del hombre?

-Creo que estamos alterando nuestra evolución natural. La propia fusión cuerpo-máquina, que estamos profundizando a diario, hace impredecible un futuro natural de nuestra especie. Nadie puede predecir cómo continuaremos evolucionando, pero de lo que estoy seguro es que será ligados a la tecnología. La tecnología ya no será una herramienta, sino parte de nuestros cuerpos y de nuestra mente. Evolucionaremos como seres tecnológicos integrados.

-¿Como una especie de cyborg?

-Sí, ya hay algunos por ahí. En algún momento será muy sencillo y barato tener bajo la piel un microchip que te vaya midiendo ciertos parámetros de la sangre y nos alerte que pasa algo.

-¿Imagina que estos cambios, que algunos pueden ver cercanos a la ciencia ficción, van a modificar la posición de la especie frente a su gran dilema: la muerte?

-Ya existe una corriente filosófica, el transhumanismo, que defiende que esta interacción con la tecnología podría derivar en cierta inmortalidad, en volcar toda la información de tu cerebro en una computadora. Pero cuando hablas con neurocientíficos serios te dicen que esto no es sólo una limitación tecnológica. En el cerebro hay un caos que no se puede reproducir. Igual, creo que habrá cambios en nuestra manera de vivir.

-¿Por ejemplo?

-A veces hago el esfuerzo de imaginarme cómo nos verán los que vivan en el siglo XXIV. Puedo percibir un futuro con mucho menos trabajo, eso de las ocho horas es un convencionalismo. Creo que vamos a tener un futuro con mucho más tiempo libre y, sobre todo, con una educación mejor. Porque en un mundo tan cambiante es ilógico que la educación se limite a una etapa de la vida. Creo que se vienen cambios. Imagina que descubrimos una gran fuente de energía, lo de la fusión nuclear, que provocaría un cambio socio-político y económico brutal. Recordemos que hace siglos la sal era carísima, casi un artículo de lujo. ¿Y si ocurriera lo mismo con la energía?

«El título del libro fue un error». Pere Estupinyà abandonó su doctorado en genética a causa de “un desengaño por la ciencia de laboratorio” y desde entonces se dedica a la difusión del conocimiento científico. Fue Knight Science Journalism Fellow en el MIT y trabajó en el Instituto Nacional de la Salud de los EE UU y como editor del programa Redes, de TVE. También se desempeñó como consultor en la OEA y en el BID, además de escribir en varios medios periodísticos y sumar su tercer libros de divulgación (los anteriores fueron “El ladrón de cerebros” y “S=EX2”).

Pero su nuevo trabajo “Comer cerezas con los ojos cerrados” incluye un error, que el propio investigador catalán se encarga de difundir: “El título fue un error, porque es difícil de explicar”, afirma.

“El problema de las metáforas -agrega- es que a veces hay que explicarlas. Y para entender el título del libro hay que saber qué es el ´cherry picking´, es decir el seleccionar los datos que más te convienen. Si tú miras las cerezas de un canasto y sólo seleccionas las que están maduras, no estás viendo cómo son en realidad las cerezas. Si quieres hacerlo, debes cerrar los ojos y probarlas de manera objetiva. La ciencia es esa experimentación, es dar un paso más allá. Me gusta mucho este concepto, pero la verdad es que me arrepiento de haberlo puesto como título”.