No es exagerado decir que no existe un proyecto parecido a Siwa, la revista-libro de literatura geográfica con una estética del siglo XIX que presenta mañana, en el Salón Borges de la Biblioteca Nacional, su quinto número. Un récord increíble tratándose de una publicación que cualquier editor consideraría a priori absolutamente imposible. Los responsables de este proyecto fueron originalmente Salvador Gargiulo, Christian Kupchik y Héctor Roque Pitt. A este trío se sumó luego Esther Soto, antropóloga, escritora y gestora cultural de larga trayectoria, quien junto a «Donvi» Vitale fue el alma máter de Músicos Independientes Asociados (MIA) y fundó el sello musical Ciclo Tres que luego se transformó en editorial.

Ante un volumen de Siwa resulta imposible no sorprenderse. “¿Se hace aquí?” “¿Cómo lo logran?” “¿Cómo hacen para mantener algo que va a contrapelo del mercado?”, son las preguntas más frecuentes que surgen ante cada número. En realidad no hay una sola respuesta para estas preguntas, sino varias. 1) Sus responsables están movidos fundamentalmente por la pasión literaria. 2) Son profundos conocedores de la escritura y la edición. 3) Son obsesivos al punto de imponerse lograr una publicación exquisita, adjetivo que casi sin excepción figura en todas las críticas y referencias a Siwa. 4) No temen hacer una publicación que va contra las leyes del mercado. Podrían seguir enumerándose muchas otras razones, pero resulta más interesante contar qué es exactamente Siwa.

Kupchik cuenta que, como se dijo, se trata de una publicación de literatura geográfica que, en un gesto contracultural, tiene una estética del siglo XIX y notas que invitan a una lectura lenta, como si fuera posible transportarse a los tiempos anteriores a la revolución tecnológica. En este sentido, es una publicación vanguardista sui generis que busca lo nuevo en el pasado. Gargiulo lo explica poéticamente en el ultimo número:

 “Respecto de su realización gráfica, nos debemos la utilización de recursos en verdad anacrónicos, propios de la manufactura medieval. El taller a lo William Morris deberá esperar a mejores épocas. Pero sí hemos procurado, esta vez y siempre, echar mano de cuanto la tecnología tenga y guarde de puramente artesanal: tipografías trémulas, guardas estilográficas, desproporciones teratológicas, cierres en abanico, espacios en blanco que podrían confundirse con el simple derroche, derroches que podrían confundirse con hueras tautologías. La inadecuación a la época es otra página de nuestra militancia.”

El nombre Siwa alude a un oasis situado en el oeste de Egipto al que llegó Alejandro de Macedonia para consultar el oráculo de Júpiter. Reúne notas de autores diversos que se balancean entre la realidad histórica y la ficción. Los ejemplares están numerados y firmados de puño y letra por sus editores. Cada edición está referida a un tema particular. En este número, por ejemplo, habla de los vientos. «Se nos ocurrió –explica Kupchik– dedicar un número al viento en el aire, durante el vuelo de regreso que nos traía de Mendoza a Buenos Aires. Sentimos que teníamos por delante una sustancia esquiva, de la que es difícil hablar y aun más describir, y no obstante su acción no nos permite permanecer indiferentes. El viento nos moviliza, nos moldea. Aquel primer incentivo pronto se volvió, previsiblemente, temor: si no se puede escribir, ¿cómo darle entidad? El viento se encargó de demostrarnos que estábamos equivocados, una vez más. Comenzaron a arreciar entregas que lo observaban desde las perspectivas más insólitas, entregándonos facetas e historias poco conocidas de su derrotero. Cerca de cuarenta colaboradores soplaron fuerte, creativa y desinteresadamente, las palabras necesarias para que este nuevo viento de Siwa adquiera forma.» Entre las firmas de este número figuran, además de sus cuatro editores, Eduardo Grüner, Gonzalo Monterroso, Miguel Grinberg, Jorge Consiglio, Luis Chitarroni, Hugo Padeletti, José Emilio Burucúa y muchos más.

Según lo especifica Gargiulo respecto de la relación de la publicación con el mercado, “Siwa pretende crear su propio lector porque el género en el que se instala, la literatura geográfica, es ambiguo, indefinido. Además, aclara que “toma una cierta distancia con el viaje ya que el viaje es casi un género de la geografía pero que no se relaciona con el turismo ni con las revistas dedicadas a él. Se trata de un género que resulta inclasificable.” En cuanto a los objetivos, asegura que “quiere fomentar esto de la literatura y de la geografía, de un género de ficción por antonomasia y de otro en el que interviene la ciencia y la filosofía como es el caso de la geografía.”

Esta revista-libro o libro-revista, una publicación absolutamente única se presenta mañana a las 19 en la sala Borges de la Biblioteca Nacional. La presentación estará a cargo de José Emilio Burucúa y la Audiencia de los confines. Con orquestación anemo-arbórea a cargo de Fabián E. Luna.

El placer de su lectura está garantizado. Sólo hace falta que tengamos buena luz ya sea natural o artificial, que nos sentemos y ubiquemos los pies en un lugar cómodo (Italo Calvino decía que el mayor problema de la lectura es que no siempre se logra ubicar adecuadamente los pies), que abramos Siwa y que, como dijo Ezra Pound y reprodujo Onetti en el título de una novela magistral, “dejemos hablar al viento.”