5 de agosto de 2010. La cámara oculta registra lo que sucede en la Dirección General de Higiene del gobierno porteño. Su titular, Fernando Cohen, y el inspector y delegado de ATE, Edgardo Castro, discuten sobre las clausuras que no se llevaron a cabo. El primero no sabe que el segundo lo está filmando. La grabación dura casi 45 minutos. Castro se muestra cansado y enojado. Dice estar harto de ser usado como fuerza de choque para que después «los mismos de siempre vayan a arreglar». Cohen no se queda callado: le endilga actuar con un fin político, a lo que el inspector le responde que los pedidos de clausura parten de datos objetivos. Aún no abunda en detalles. La oficina es austera, burocrática. Las paredes, blancas sin ningún adorno a la vista. Por momentos, el lente de la cámara muestra los brazos de Castro o la cara del funcionario. Son todos planos cerrados. La discusión sube y baja de tono. Pero la tensión no cede. En ningún momento parece que del diálogo surgirá la revelación. En varias oportunidades, Castro le asegura a Cohen que el enojo no es contra él, le dice que sabe que las órdenes provienen de sus superiores en la Subsecretaría de Trabajo de la Ciudad. Inesperadamente, entre el minuto 24 y el 26 de la grabación, el secreto irrumpe. La cámara lo captura. Se terminan los secretos. Cohen revela cómo funciona el sistema. 

Edgardo Castro: –Siempre termino clausurando los boliches de los «bolis», y las empresas de grandes fortunas quedan al margen de todo. Yo no me presto para seguir apareciendo como la infantería que aporta la presión a las empresas para hacer un negocio, para que después los tipos lo arreglen por atrás. Prefiero que me echen a la mierda y me hagan un proceso de lo que sea. Finalmente, cada vez que toco un timbre no sé si no estoy haciendo un negocio para alguien. En los casos pesados se repite la misma mecánica: todo por atrás, los mismos funcionarios interviniendo, todo top secret, todo por abajo. Intervienen (Alejandro) Sebo2 y Herrera para levantar la clausura. Ahora, resulta que lo de (Laboratorios) Beta estaba en «pago voluntario», después de haber tenido una clausura… 

Fernando Cohen: –Lo de Beta… ya te expliqué cómo fue lo de Beta. No se pudo clausurar. ¿Te acordás de que fuimos juntos? No se pudo clausurar por el quilombo que se armó. La observamos y le mandamos la multa porque no íbamos a poder clausurar. ¿Sabés de quién es Beta? 

Edgardo Castro: –No… 

Fernando Cohen: –De (Gregorio) «Goyo» Zidar, un directivo de Boca, amigo de (Mauricio) Macri. Llamó Macri en ese momento. Clausurarle a Goyo Zidar sería buenísimo, me cago de la risa. Pero no se puede.

Tres años después, el sistema premió la fidelidad de Cohen, quien desde 2013 conduce la Dirección General de Protección del Trabajo de la Ciudad.

Fuerza política del siglo XXI, novedosa en su praxis proselitista y discursivamente lábil, el PRO mostró pericia a la hora de señalar los problemas del agrietado bipartidismo argentino. Para Mauricio Macri, la corrupción no es más que un instrumento retórico al que recurre para diferenciarse de las gestiones que lo precedieron, sea en el ámbito privado o en el público. Lo utilizó cuando estuvo al frente de Boca Juniors y no lo abandonó cuando saltó a la política y llegó a la ciudad de Buenos Aires. Lo perfeccionó cuando asumió como presidente de la nación. Al PRO, más allá de formar parte de su identidad y ser central en su corpus discursivo, le permitió establecer una línea divisoria entre lo viejo y lo nuevo. Pero pararse en ese lugar demandó todo un maquillaje de la figura de su líder, apostando a que, como reza una de las máximas de Jaime Durán Barba, «la gente vota por la imagen de los candidatos más que por doctrinas o propuestas».

La operación consistió en un esfuerzo notable por ocultar el pasado de Mauricio Macri. Su etapa como cara visible de las empresas familiares relacionadas a la Patria Contratista, sus vínculos filiales, su deseo de ser candidato a senador por el Partido Justicialista. Todo se enterró en la historia con unas cuantas paladas de marketing político. Más allá de sus devaneos partidarios, su origen empresarial es la mayor sutura que sufrió su narcisismo. Desde el «Manlibagate», que significó el tiro de gracia a la gestión porteña de Carlos Grosso, actual asesor en las sombras del Presidente; pasando por las acusaciones por los porcentajes que los jugadores xeneizes, como el colombiano Jorge Bermúdez, denunciaron que Macri les exigía para autorizar sus ventas al exterior; hasta su procesamiento, en 2001, a raíz del cobro de reintegros millonarios por exportaciones e importaciones de autopartes de la empresa Sevel a Uruguay por medio de Opalsen, otra firma de la familia Macri. Desde el PRO, cual bandera, se utiliza un axioma para refutar cualquier idea que los relacione con la ya sistémica corrupción estatal en sus diferentes niveles. Se apoya en la noción de que los partidos considerados «tradicionales» mantienen una relación viciada con las estructuras del Estado, de modo tal que el delito se encuentra enquistado en ellos. «