La acusación de Esmeralda Mitre contra el ahora extitular de la DAIA, Ariel Cohen Sabban, por acoso y pedido improcedente de dinero había caído sobre la cúpula de aquella institución con el mismo peso que una gigantesca roca en el océano. Y la exigencia de renuncia al pecador fue un reflejo defensista de su propia legitimidad. 

Prueba de eso fue la visita del presidente reemplazante, Alberto Indij, su vicepresidente, Luis Grynwald, y la asesora en comunicación, Mariela Ivanier, al propietario del diario La Nación –y padre de la ofendida–, Bartolomé Mitre.

–¿Por qué Cohen Sabban no vino? Es él quien debería mirarme a los ojos y decir la verdad –dijo al recibirlos. 

Indij, entonces, esgrimió:

–Bueno, nosotros mismos le recomendamos que no viniera…

A continuación, sus acompañantes sondearon la posibilidad de enfriar el asunto. Por toda respuesta, Mitre levantó la reunión.

En tal contexto el operador judicial macrista, Alejandro Fargosi, supo estampar en su cuenta de Twitter: «La DAIA nos ha dado una gran lección a todos. No recuerdo ninguna otra entidad o grupo argentino que haya dado semejante muestra de equilibrio y rigor, por decirlo de algún modo». En vista de la calaña del citado personaje, lo suyo no es sino un salvavidas de plomo.

Fue significativa la postura del Consejo Directivo de la DAIA frente al incidente. «Nosotros no supimos nada –explicó Indij–. Le pedimos la renuncia porque fue solo a la vivienda de ella. Lo consideramos un error.» Y agregó: «De ninguna manera le pidió dinero». ¿Esa fue la gran lección a la cual Fargosi se refiere o se trataba de un encubrimiento?

Pero en dicha modalidad, aun más grave es el apoyo de la DAIA y la AMIA al comisario Jorge «Fino» Palacios y a los ex fiscales Eamón Mullen y José Barbaccia en el juicio por encubrimiento del atentado al edificio de calle Pasteur. 

Al respecto, estremece una columna publicada en enero por Télam con la firma de Agustín Zbar –quien ahora preside la AMIA–, en la que califica de personas que «se jugaron todo por esta causa» a los ex fiscales, ambos acusados por haber “armado” en dicha causa pruebas falsas a fuerza de sobornos. 

Los encubridores creen que todos son de su misma condición. Y en tal sentido, el antojadizo expediente por el Memorándum con Irán –instruido por el juez Claudio Bonadio– es un himno al respecto. Cabe destacar que la DAIA fue un instrumento decisivo para reverdecer la denuncia fabricada por el fiscal Alberto Nisman contra Cristina Fernández de Kirchner, Héctor Timerman y Alberto Zannini, entre otros. En ciertos casos, incluso, con kafkianas prisiones preventivas. De hecho, por su delicada salud, la «domiciliaria» al excanciller requirió una dosis extrema de crueldad.

Fue la actual dirigencia de la DAIA la que lo crucificó en base a una trampa tendida por el extitular de la AMIA, Guillermo Borger, al grabar en 2013 una conversación telefónica con él; allí, en su condición de canciller, se lo escucha decir sobre la táctica para indagar al lote de iraníes sospechados del atentado a  la mutual judía: «¿Y con quién querés que negocie? ¿Con Suiza?». Aquella frase, fue su «perdición».

En ese mismo año, durante una discusión entre Timerman y un altísimo dirigente de la DAIA –que ahora lidera un sector opositor– se evaluaban los beneficios y los inconvenientes de enviar a Teherán al juez Rodolfo Canicoba Corral para tomar aquellas declaraciones. Entonces, ya falto de argumentos, el líder comunitario –quien además es un habilidoso abogado– sorprendió al canciller con una observación atendible: «¿Y de qué nos disfrazamos si el juez comprueba que ellos no tienen nada que ver?». «