A comienzos de 1975, el denominado “Operativo Independencia” del Ejército contra el foco guerrillero del ERP en el monte tucumano fue el laboratorio del terrorismo de Estado en Argentina. Puesto que los militares consideraban que “la fortaleza del enemigo estaba depositada en su retaguardia”, implementaron la estrategia de “sacarle el agua al pez”. Por ello su víctima preferencial fue la población civil asentada en las zonas aledañas al conflicto.

A tal fin fue necesario armar una milicia secreta, integrada por efectivos organizados en pequeñas células de exterminio, con identidades ocultas, autos no identificables, centros clandestinos de detención y mandos paralelos.

Entre ellos se destacaba el oficial Marcelo Villarruel (a) “El Cachucha”, uno de los hombres preferidos del general Antonio Domingo Bussi, quien –tras reemplazar al general Acdel Vilas– comandó la segunda fase del asunto.

Pues bien, 48 años después, los caprichos de la Historia han reunido en otra gesta a dos de sus vástagos: la candidata a vicepresidenta por La Libertad Avanza (LLA), Victoria Villarruel –una reivindicadora de la última dictadura, sobre quien ya corrieron ríos de tinta– y el candidato a diputado nacional por ese mismo espacio, Ricardo Argentino Bussi.

Bien vale poner el foco sobre él.

La vida color violeta

Fue a principios de 2020 cuando una militante de Fuerza Republicana (FR), el sello político fundado por el ya fallecido general, acudió a un despacho de la Legislatura tucumana para asesorarse con un diputado acerca de un tema que la preocupaba sobremanera: la realización por terceros de movimientos en su cuenta bancaria (depósitos y extracciones con fines de lavado), lo que se dice, un “robo de identidad”.

Ella, claro, no imaginaba que, entre aquellos “terceros”, estaba el sujeto al que había ido a ver. Pero eso fue lo de menos.

La cuestión es que este no demoró en cerrar la puerta con llave, antes de abalanzarse sobre ella, tomándola entonces por los cabellos para así obligarla a practicarle una felatio.

El susodicho no era otro que Ricardo Bussi.

Denunciado a continuación por “abuso sexual con acceso carnal” (delito que contempla entre cinco y 15 años de cárcel), la causa terminó archivada en el arcón de la impunidad, sin que ni siquiera prosperara su desafuero.

Es que “Ricardito” –como le dicen sus allegados– tiene un Dios aparte.  

Ahora, ya embanderado en la “batalla cultural” de Javier Milei, el tipo acaba de desfundar su cuchillo de claridades para exponer ciertos aspectos de su cosmovisión. Fue durante un cónclave organizado por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino y la Fundación Investigaciones de Tucumán, donde, entre otros peligrosos disparates, expresó que los homosexuales y las personas trans “son seres humanos que merecen todo nuestro respeto, como los rengos, como los ciegos, como los sordos”.

También, al igual que el caudillejo de LLA y su fiel escudera, la hija de Cachucha, justificó los crímenes de lesa humanidad, diciendo que ocurrieron en el marco de una “guerra contra la subversión”; al respecto, puso en su boca el vocablo “excesos”, además de cuestionar la cifra de 30 mil desaparecidos.

Claro que no se esperaba otra cosa de él. Pero la reciente profusión de expresiones en tal sentido por parte de la dirigencia libertaria –recitada casi a coro, con las mismas palabras, como si fueran la letra de un libreto– da la idea de que, en caso de llegar Milei al sillón de Rivadavia, las políticas de Verdad, Memoria y Justicia recibirán un tiro de gracia. 

Las próximas elecciones serán, en tal sentido, un plebiscito.

El candidato que no fue

¿Cómo fue que este ser de facciones perrunas, ademanes ampulosos y dicción salivosa atrajo al líder libertario?

Es que Milei tenía una pequeña deuda con el hijo del genocida, ya que el año pasado supo desembarcar en Tucumán con la colaboración del aparato bussista. Allí –en deferencia al anfitrión– supo tener palabras de elogio hacia los crímenes del papá. Fue el comienzo de una gran amistad. Y que la señora Villarruel asimilaba con suma emoción.

En abril de 2023, a Milei se lo vio en un spot de campaña para apoyar la candidatura de Bussi a gobernador de su provincia. Fue un hito en el campo de la publicidad proselitista: ambos bailoteaban al compás de la canción «Se viene el estallido», de la Bersuit (sin su autorización), y al final, con los dos pulgares levantados y mirando a la cámara con el gesto alocado de Malcolm McDowell en el afiche de La naranja mecánica, el aspirante a la Casa Rosada dice: “Si me querés ayudar, votalo a Ricardo Bussi”.

Lo cierto es que Milei calculaba que su pollo se impondría por más de 10 puntos sobre sus rivales.

Pero no pudo ser. El vencedor fue Osvaldo Jaldo, del Frente de Todos (FdT) con el 55 por ciento de los votos, mientras el pobre Bussi salió tercero, con un dramático 4 por ciento.

Fue la octava vez, desde 1999, que fracasó en su intento de gobernar el “Jardín de la República”. 

No obstante, su prédica a favor de la portación libre de armas y el gran apoyo internacional del que goza por parte del ex presidente brasileño Jair Bolsonaro (cuyo primogénito, Eduardo, lo acompañó en su fallido intento de  gobernar su provincia), incidieron en que Milei lo conservara como uno de sus apóstoles más dilectos.

Además, simpatiza con él por compartir una misma interpretación del mundo. Tanto es así que, durante un acto proselitista realizado poco antes, lo deslumbró su lógica aplastante, al oírlo decir: “¿Para qué quiere una chica de La Cocha aprender matemáticas si ella va a trabajar la tierra?”. También lo subyuga su constante cruzada contra la legalización del aborto. Y bueno, su reflexión sobre los homosexuales y los rengos le pareció sublime.

Sin embargo, las extravagancias tanto filosóficas como pragmáticas de Milei y su troupe ya generan espantos impensados.

“Milei va hacer un desastre; está desquiciado. Y no estoy para votar a Bullrich. Voten a Massa. Mirá lo que te llego a decir, eh”.

El autor de estas palabras no fue otro que Baby Etchecopar. «