Vas a llevar los dos teléfonos? –dijo Victoria, que estaba sentada en el sillón. Pedro estaba a unos pasos abotonándose la camisa.

–No lo sé. ¿Qué te parece?

Victoria negó con la cabeza.

–Tengo miedo de que te descubra.

–Para descubrirme tendría que revisarme. No va a hacer una cosa así en el bar de un hotel lleno de gente.

–Me parece mejor que lleves uno solo.

Pedro terminó de acomodarse la camisa dentro del pantalón de jean azul.

–Llevo los dos por si tenés que llamarme. Voy a usar el teléfono familiar para grabar, así que me llamás al otro número.

Victoria se paró delante de Pedro y le acomodó el cuello de la camisa. Ahora recostó la frente sobre el hombro de su marido.

–Me da un poco de temor.

Pedro le acarició la cabeza con una mano.

–No va a pasar nada. Estoy acá enfrente.

Victoria lo miró a los ojos.

Era el domingo 6 de enero de 2019. Marcelo D’Alessio se había comunicado con Pedro a media mañana, luego de que aterrizara el vuelo que lo había traído de regreso del Caribe mexicano. Habían acordado reunirse en la confitería de la planta baja del Hotel Alvear Icon, el edificio que Pedro podía ver desde su ventana. Había llegado el momento de verse cara a cara.

Miró hacia el hotel: las columnas recubiertas de mármol de la entrada tenían cada una clavado un poste con una bandera argentina que flameaba. Pedro cruzó la calle. Se detuvo delante de la puerta giratoria. Se tocó el bolsillo del pantalón para confirmar que tenía el celular.

–Buen día, señor –dijo el botones del hotel, de chaleco y moño.

Pedro caminó sobre el piso de baldosas de porcelana; pasó en medio de las chimeneas artificiales encendidas y llegó al Lobby Bar. En la pared detrás de la barra había estantes de vidrio iluminados en los que se lucían las copas de cristal. Había dos mozos de chaleco y corbata. Dirigió la vista hacia un lado y lo vio. Marcelo D’Alessio estaba sentado en un butacón de cuero delante de una mesa redonda. La mesa estaba junto al ventanal por el que se veía el jardín de invierno del hotel en el que había varios turistas desayunando. D’Alessio le hizo una seña con la mano a Pedro, que se acercó. D’Alessio se puso de pie.

–Pedro querido –le dijo y le dio un abrazo.

–Marcelito.

–¿No vas a tener frío con el aire acondicionado y con esa camisa sin nada para cubrirte? –preguntó D’Alessio mientras se quitaba el saco y lo colgaba en el respaldo de su butacón.

–Estoy bien –dijo Pedro–. Voy un segundo al baño.

–¿Qué te pido?

–Un agua por ahora.

Cruzó el bar y se metió en el baño. Entró en uno de los cubículos con inodoro y cerró la puerta. Buscó el celular en el bolsillo de su pantalón. Sintió taquicardia. Pulsó el símbolo del micrófono y el cronómetro del grabador comenzó a correr. Abrió la puerta del cubículo y miró hacia afuera. No había nadie. La pared arriba del lavamanos era un gran espejo. Miró su reflejo, se acomodó el pelo y salió.

D’Alessio esperaba sentado delante de la misma mesa, en la que habían dos botellas de agua y dos vasos. Pedro corrió el otro butacón y se sentó. D’Alessio levantó su vaso.

El cronómetro del celular en el bolsillo de Pedro avanzaba y el grabador comenzaba a registrar la conversación. Aquí se reproducen textualmente los fragmentos fundamentales.

–Me tenés acá totalmente dormido –dijo D’Alessio.

–Yo quiero agradecerte, Marcelito…

–No me debés nada porque no hice nada. Estos son llamados telefónicos, mandar mails, nada más. Cuando vos tenés un solo ojo te falta visión y con esta información la completamos.

De fondo se escuchaba música de jazz instrumental.

–Es toda información oficial de Estados Unidos –dijo D’Alessio, mientras le mostraba la pantalla a Pedro–. Este es tu hijo –dijo el nombre– que está allá. Pablo es el otro. Acá está el día en que nació cada uno. Están todas las direcciones en las que hicieron transacciones societarias con las compañías que tienen allá. Hay otro asociado, de 24 años, supongo es la mujer de tu hijo. Ves que hasta están acá las fotos de tus nietos. ¿Y este quién es?

–El hermano de ella –contestó Pedro.

–Acá figura también la fecha en la que –nombra a la nuera de Pedro– se graduó. Lo que hace la FED, el banco central de Estados Unidos, es darme todas las direcciones de ella, sus números de teléfono, los cambios de línea que tuvo, los mails que usa.

–Mirá vos –dijo Pedro.

–Me dan también los últimos mil mails de cada uno, cuánto ganan, el color de su auto. Tengo todo.

Pedro recostó la espalda en el butacón y tomó un sorbo de agua. Miró a una mujer de pelo negro sentada unos pasos más allá que hablaba con un hombre frente a ella. La mujer se acompañaba con las manos al hablar.

–Allá tienen diferentes sociedades tu hijo y la mujer –dijo

D’Alessio–. Y están vinculadas con Pablo y con vos.

–Impresionante la data –dijo Pedro.

–Vos figurás como el dueño, el benefactor. Aparecen dos empresas tuyas. Y en esa misma dirección arman una fundación. Eso es raro. Está mal hecho porque parece una sociedad espejo hecha para no pagar impuestos. Yo creo que están mal asesorados tu hijo y la esposa, porque la armaron en la misma dirección en la que tienen la sociedad.

–Qué más te dieron, Marcelito.

–El contacto de la fundación es Pablo y vos figurás como director. Entendés que está mal hecho. Parece que está armado para evadir. A veces no es mala voluntad sino que está mal pensado el trámite.

–Puede ser.

–Lo que hay que hacer después es ordenarlo. Porque a vos te quedan veinte años de vida y…

–A este ritmo no creo que me quede mucho.

–¿Cómo vas a decir eso? ¿Por qué? Yo no dormí y estoy acá para ayudarte. Mirá: vos figurás como director de esta otra empresa fundada en febrero de 2016. Es una compañía con la normativa jurídica de Florida, localizada en el mismo lugar. Y acá dice que se destina como agente a la abogada –dijo el nombre–. Esta compañía tiene dos investigaciones secretas hechas por la FED por tener a esa abogada. Ya la tenían en el radar. Tiene 60 compañías a nombre de ella y ya fue cuestionada en cuatro.

–Te entiendo –dijo Pedro.

–Estos papeles que te estoy mostrando son los que van a llegar a la fiscalía. Mañana van a estar todas las transacciones. Ya está el pedido a la AFIP. Hay que tener mucho cuidado porque, cuando se pone un manager, el cáncer te puede venir por el lado de ese gerente. Está faltando que lleguen todas tus llamadas telefónicas. Pidieron apertura 2013-2017.

–Yo a Campillo lo conocí a mediados 2017. Nunca lo había visto antes –dice Pedro.

–Me estoy poniendo en la posición del fiscal. Yo no estoy diciendo que sea así, entendés. El tema es que son estos datos lo que él va a buscar y asociar.

–Entiendo –dijo Pedro–. Vos tenés que ponerte en esa postura. Vos contame todo. Yo lo conocí a Campillo a fines de 2017. Me lo presentaron porque era experto en temas de campo.

–Tus movimientos migratorios ya están también.

–Sí, me lo dijiste el otro día.

–Se van a fijar, por ejemplo, si viajaste mucho en business.

–Siempre viajo en turista.

–Y estuviste dos días en Uruguay.

–Fui dos veces a Uruguay, por dos días.

–Una vez estuviste un día y otro…

–Te digo la posta, Marcelo, en 2016 me encontré con un abogado de Brasil. Almorzamos y cerramos un negocio. La segunda vez fui por un viaje oficial.

–Te voy a decir cómo veo la situación y te voy a explicar cómo funciona –dijo D’Alessio–. La instrucción, desde el punto de vista penal, es el primer período de una causa. La lleva adelante el juez Bonadio. Lo primero que te tengo que explicar es por qué Stornelli está haciendo la instrucción y no el juzgado. Porque este hombre Campillo está como imputado colaborador.

–¿Así se llama la figura?

–Sí, su beneficio, si lo logra, es llegar libre al juicio oral. Eso puede tardar ocho años. Y en ese tiempo puede pasar cualquier cosa. Al estar como imputado colaborador necesita la ratificación de la fiscalía. Nosotros tenemos que convencer a Stornelli para que le pase el informe a Bonadio diciendo que no hay coincidencia entre los datos que recabó y la declaración de Campillo, ¿entendés?

–Perfectamente.

–A Stornelli lo que le interesa es ver si se puede llevar cinco detenidos más. Stornelli es Macri puro y Bonadio no.

A Pedro lo invadieron las mismas preguntas que se había hecho el día que habló con D’Alessio por teléfono: ¿cómo había conseguido la información privada de la vida de su hijo en Esta dos Unidos? ¿Y si están todos complotados, Campillo, D’Alessio, el fiscal, el juez? Miró hacia el jardín de invierno. Había una nena tomando un jugo de naranja, sentada en una mesa junto a una planta y frente a sus padres a los que Pedro veía de espaldas.

–Yo ahora te voy a mostrar algo que tiene 25 años y es muy importante para mí –dijo D’Alessio–. Yo soy el director regional de la DEA, actualmente.

–¡Mirá vos! –dijo Pedro–. Me sorprendés, Marcelito. No tenía idea.

–Yo estuve muy mal durante el gobierno de Cristina, con lo de Héctor Timerman y todo eso. Me mandaron a un lugar de mierda. Me metieron en Enarsa para analizar sus movimientos financieros. Casi me habían desafectado del laburo. Yo estoy desde 1991 en la DEA. Acá tengo los contactos, ¿ves? –es claro que D’Alessio estaba mostrando algo–. Stornelli, Mario Montoto–empresario que importa armas de Israel–, Daniel Santoro –periodista editor del diario Clarín–. Te voy a mostrar: estos somos Daniel Santoro y yo, en mi casa. Y esta es mi mujer, con la rusa, la esposa de Daniel. Eran la alemana y la rusa. Y esta es una foto muy linda en la parte de afuera de mi casa donde él me propuso armar mi primer libro juntos, que ya salió.

–Mirá vos –dijo Pedro.

–El otro día fui al cumpleaños. Esto es en la casa de Santoro tocando el piano. Este es el presidente de Edenor, el embajador de Israel, el productor de Luis Majul. Esto es Itatí, provincia de Corrientes. Esta es mi gente. El que no estuvo en Irak, estuvo en Afganistán, son incorruptibles. Y esto es cuando traje a Ibar Pérez Corradi –acusado de un triple asesinato–. Los traje yo, ¿ves?, y esta es Patricia Bullrich. Ahora te voy a mostrar una que te vas a caer de culo. Este es el polaco, una cámara oculta que hice. Este es el jefe de Hezbolá. Está en Guantánamo. Esta es la ametralladora que yo uso, 276 magnum. Esto fue este año en Afganistán. Yo soy especialista en droga. Afganistán es el mayor productor de opio. Este es un tipo que dice ser de la SIDE –Servicio de Inteligencia del Estado–. Es mentira. Yo abatí a tres en este operativo. Tenían una ametralladora antiaérea de la segunda guerra. Esto fue ahora, en noviembre.

–Qué locura, Marcelito, todo lo que me contás –dijo Pedro–. ¿Me esperás un segundo que voy al baño?

Pedro pasó junto a la barra y miró al mozo de chaleco y corbatín que secaba una copa con una servilleta blanca. Entró al baño y luego a uno de los cubículos con inodoro. Cerró la puerta. Sacó del bolsillo del pantalón el celular. El cronómetro seguía corriendo. Habían pasado más de 40 minutos. Quería comprobar si se había grabado la conversación, pero tuvo temor de que entrara D’Alessio y descubriera lo que estaba haciendo. Pensó que había sido un error llevar el celular en el bolsillo del pantalón y ahora lo guardó en el de la camisa y lo abotonó. Apretó el botón de la descarga del inodoro. Salió del cubículo y se miró en el espejo. Comprobó que el celular no sobresalía del bolsillo. Recordó la frase que su mujer le había dicho dos días atrás: “Estoy segura de que en esa reunión va mostrar todas sus cartas”.

Volvió a la mesa.

–La verdad, Marcelito, cada vez me sorprendés más. Vos, en aquella época que yo te conocí, ¿estabas en esto?

–En esa época estaba pasivo. Me pagaban por estar pasivo. Estuve dos años con ganas de suicidarme, imaginate. Tenía una carrera muy buena y, de repente, por un problema me dieron de baja en Argentina.

D’Alessio hizo una pausa y luego dijo:

–Lo que te voy a decir a partir de ahora es una percepción mía. Yo no te puedo garantizar nada hasta que esté sentado con Carlos el martes. Voy a ir con la camioneta, voy a llevar facturas –para comer–. ¿Qué ventaja tenemos?, que estamos jugando avanzados. ¿Cuál es la desventaja?, que la información que va llegando es peor de lo que yo esperaba porque tengo dos sociedades a nombre de Pablo, figurás como director, figura que viajás. La información que viene no está buena. No nos pongamos mal. No está buena. Ahora falta que venga lo del whatsapp con Campillo.

–Sí, te entiendo.

–Yo, la verdad, si me pongo en abogado, en amigo tuyo, no me importa si es verdad lo que dijo este tipo. Él tuvo acceso a demasiada información y levantó polvareda. Y lo que yo tengo que ver ahora es cómo no hacerte perder tiempo ni expectativas. Cómo hago para que tus hijos no tengan que ir a declarar y pasar por el pianito en Estados Unidos. Cómo hacer para que no te corten la visa. Vos me podés decir: Marce, es todo mentira. Y sí, pero con toda esta información que juntaron ahora a vos te viene algo inconstitucional que es revertir la carga de la prueba.

–Te entiendo.

–Entonces, o nos ponemos a llorar juntos y decimos qué sistema de mierda o empezamos a buscar una salida.