Mala semana para el presidente. Su primera vez en la ONU se redujo a una inédita –además de insólita– desmentida de parte de dos cancillerías, la británica y la argentina, al anuncio que llamó la atención de la prensa internacional: el de haber arreglado personalmente con la premier del Reino Unido, Theresa May, el inicio del diálogo por la soberanía de Malvinas, algo que no existió, nunca pasó, ni de manera formal ni informal, según debieron aclarar los ministerios de relaciones de exteriores de ambos países. Un verdadero papelón diplomático. 

El desdén, el trato divagante que Macri le imprime a ciertos aspectos de la política de cabotaje, quizá porque lo aburre, esta vez chocó con el protocolo del mundo diplomático, donde no se le puede atribuir a otro lo que no dijo, sin provocar revuelo. Más si se trata de la representante de un país con el que el nuestro lleva 200 años de disputa. No sería lo más grave en relación al caso Malvinas, de todos modos: el acta de intención que firmó Susana Malcorra con el Foreing Office, cediendo a la exigencia británica de revisar nada menos que leyes nacionales y hasta la Constitución Nacional para dejarle hacer buenos negocios a su país en nuestra plataforma continental, deja el papelón de Macri en el terreno de la comicidad y, claramente, los aspectos serios pasan por otro lado. 

Pero viendo lo de la ONU, podría afirmarse que Macri y sus laderos se empeñan en construir un personaje que juega con la verdad y la mentira todo el tiempo, al punto que hace equivocar, incluso, a la prensa militante de su modelo. Las tapas de La Nación del miércoles y el jueves (“Malvinas: Macri planteó el reclamo de soberanía a la premier británica”, tituló un día, para afirmar al siguiente que “Macri admitió que no hablaron de soberanía con la premier británica”) pasan a la antología del revés informativo. En medio del aquelarre, los que creen que manejan la comunicación presidencial no tuvieron mejor idea para descomprimir que retratarlo sonriente con Juliana Awada andando en bicicleta por el Central Park, después del beso guionado que coronó su discurso con telepromter y se llevó la tapa de Clarín. Se vio, es cierto, un presidente despreocupado, capaz de no resignar los placeres nimios de la vida en medio de un foro donde se tratan asuntos relevantes de la gobernanza mundial. Quizá esta sea la intención de Jaime Duran Barba, que de algún modo gestiona el producto Macri presidente. 

Ganar, con la mentira o con la verdad. Es lo de menos. La tercera gran foto presidencial de la semana es otra gran falacia: Macri viajando en colectivo de línea por el Conurbano Bonaerense, aunque después se supo que todo fue un set armado. ¿El presidente aceptó mentir desde una imagen, públicamente? Así parece. Alguno dirá: hizo cosas peores. Bahamas papers, caída del PBI, recesión, 800 mil nuevos desocupados. Es cierto. Pero eso no hace más verdadera a la foto que distribuyó Presidencia. Otra vez se cruza el manual de Duran Barba en la historia: gobernar como si se estuviera en campaña todo el tiempo y borrar la línea que divide lo cierto de lo incierto, lo probable de lo improbable. 

Dicho en buen criollo: “Digamos una cosa y hagamos lo contrario, total nadie se va a dar cuenta”. Marcos Peña, el jefe de Gabinete, ejerce el mismo estilo. El jueves llamó a conferencia de prensa, junto al ministro de Comunicaciones, Oscar Aguad; el titular del Enacom, Miguel de Godoy; y la directora de la Fundación Led, Silvana Giúdice, para anunciar la creación de un foro digital donde podrán acudir todos aquellos que quieran hacer su aporte a la nueva ley de medios macrista. Será por la Web y… en 300 caracteres. 

Es maravilloso. Nada de foros, ni de multitudes, ni de largos discursos. Si el presidente puede hablar 15 minutos ante los líderes del mundo, cualquier mortal puede expresarse en 300 caracteres. Eso parece querer decir. El “proceso participativo” de la nueva ley convergente, que vendría a adecuar la LSCA mutilada por Macri con sus decretos de necesidad y urgencia a las necesidades de los negocios tecnológicos, es un verdadero contrasentido, porque es oscurantista y gubernamentalizado, al punto que nadie sabe bien de qué se trata. Hay una Comisión Redactora (CR), designada por Macri –y que integra, entre otros, el intelectual del Foro de la Convergencia Empresarial, Santiago Kovadloff, que nunca se deja ver en las reuniones, y la propia Giúdice–, que convoca a expositores bajo criterios no difundidos. Hasta ahora, según el relevamiento de Daniel Badenes, último presidente de la Redcom (que agrupa a todas las carreras de comunicación del país), la CR invitó a exponer a 15 entidades empresariales (42%), cuatro profesionales (11,43%), cuatro sindicales (11,43%), dos organizaciones de género (5,71%), dos organizaciones preocupadas por el acceso a la información y los derechos civiles (5,71%), una organización vinculada a temas de discapacidad (2,86%), un funcionario de Cambiemos (2,86%), dos organizaciones internacionales (5,71%), una sociedad gestora de derechos (2,86%), una de radioaficionados, una de medios comunitarios y una de la academia. A simple vista, surge que la CR está capturada por una óptica mercantilista, cambiando el paradigma que había funcionado hasta diciembre pasado e inscribía la comunicación en la órbita de los Derechos Humanos. De la institucionalidad que erigió la Ley 26.522 y quedó trabajosamente a salvo de los decretos macristas, la voz de las audiencias recién llegó a la CR con la convocatoria a la Defensoría del Público, cuya titular, Cynthia Ottaviano, manifestó: “El sentido de las tecnologías más que en los dispositivos que se desarrollan, está en las formas culturales en las que son utilizadas y definidas por la sociedad, por eso consideramos que la convergencia antes que un fenómeno tecnológico es un proceso cultural que debe ser enmarcado en el derecho humano a la comunicación”. 

Y enfatizó: “El derecho humano a la comunicación no es un negocio”. También presentó el resultado de las 20 audiencias públicas que llevó adelante el organismo –dependiente del Poder Legislativo– desde su creación en 2012, con más de 2200 expositores y más de 4700 participantes. Precisamente las audiencias de este año tuvieron como eje el proyecto de ley convergente y tuvieron 350 expositores divididos en 170 grupos y casi 700 participantes. Mientras la CR sigue su curso diletante, hay que advertir que continúa operativa una ley mutilada por decretos que favorecen la concentración comunicacional, que es exactamente lo opuesto a la democratización comunicacional que se intentó en los últimos años. Si a cada modelo económico y social le corresponde un modelo cultural y comunicacional, habrá que asumir que el modelo macrista, de concentración de la riqueza en pocas manos, necesita una comunicación concentrada también, que justifique y naturalice esa transferencia de ingresos de los más desvalidos a los que están en la cima de la pirámide social. 

Y preguntarse si el relato tecnologicista no es el espejismo que encontró la comunicación empresaria concentrada, con la anuencia del Estado y sus actuales administradores, para arrebatar la comunicación del universo de los Derechos Humanos y depositarla en el altar de los negocios desregulados. Al fin de cuentas, macrismo puro. Decir una cosa, para hacer otra. Como llamar a la participación democrática, por la Web y en 300 caracteres. O hablar de un diálogo que nunca existió, hacerse fotos trucadas y mentir la preocupación por la pobreza cuando con sus políticas no se cansa de fabricarla. «