Los agroquímicos ocupan un lugar determinante en el modelo de producción de alimentos que se impuso en Argentina. El uso de plaguicidas perjudica la salud de cada vez más personas. Al igual que sucede en los demás países que comparten este tipo de producción, en nuestro país la exposición a su uso perjudica a las y los trabajadores de las fábricas que los producen, a quienes viven en las cercanías de los campos donde se aplican y a quienes consumen lo que se produce en esas tierras.
El uso del glifosato se aprobó en 1996, antes que en cualquier otro país de la región. Casi tres décadas después, Argentina es uno de los países con mayor índice de consumo de glifosato por habitante, siendo este químico el agrotóxico más utilizado en el mundo y también el más combatido. Las organizaciones campesinas, ambientalistas y de pequeños productores denuncian de manera constante la toxicidad de su consumo y la contaminación de aguas y suelos.
Luego de la aprobación del Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), avanzan en el país proyectos que buscan sortear las limitaciones de distancias permitidas entre las tierras fumigadas y la población. Tiempo Argentino informó sobre los efectos del uso de pesticidas y agrotóxicos y el riesgo que implica ingerir alimentos con tan elevada carga química.
El gobierno de Javier Milei celebra haber realizado en lo que va del año la mayor “baja de aranceles de herbicidas y mejora de aprobaciones de los permisos de Senasa para potenciar la productividad del campo argentino”. Aunque deba cuestionarse lo que el agronegocio entiende por “productividad del campo argentino”, la afirmación es cierta: los aranceles para la importación de los pesticidas que contienen glifosato, atrazina y 2-4D, disminuyeron del 35% al 12,6%.
El glifosato, según afirma la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC), muestra evidencias claras de sus efectos genotóxicos, generación de daños cromosómicos en las células sanguíneas, muerte celular o disfunción tisular. Por su parte, la atrazina, además de ser un herbicida que aún en bajas dosis de consumo puede causar problemas reproductivos y de nacimiento, también es catalogado como cancerígeno, al igual que el glifosato y el herbicida 2-4D. El consumo de este último es de riesgo alto para la salud y puede provocar serios problemas reproductivos, así como efectos crónicos respiratorios o mal de Parkinson.
Más que una catástrofe
Lo sucedido en el año 1984 en Bhopal, India, donde murieron 16 mil personas y otras 50 mil sufrieron distintas afectaciones a su salud, fue una masacre responsabilidad de la fábrica norteamericana de pesticidas Union Carbide. Se estima que la fuga del gas altamente tóxico denominado isocianato de metilo alcanzó a casi medio millón de personas. Cuarenta años después, sigue habiendo altos índices de mercurio en el agua y presencia de isocianato de metilo en la leche materna de las mujeres de toda la región. La permanencia de las secuelas del desastre refuerza la importancia de actualizar la lucha por el no uso de pesticidas que atentan contra la salud.
Como contracara de ese riesgo, la agroecología está demostrando que se pueden lograr igual o mejores resultados respetando los ciclos de la naturaleza.
Frente al cambio climático, quienes defienden la agroecología afirman que se puede recuperar la biodiversidad de los suelos, así como retener su propio carbono. El modelo agroecológico es una alternativa al monocultivo y desaconseja el uso de pesticidas y agrotóxicos. En ese camino, las familias productoras y las organizaciones campesinas que las apoyan son el factor esencial.