La domiciliaria del genocida Miguel Osvaldo Etchecolatz es «como abrirles la puerta a todos los otros detenidos por delitos de lesa humanidad». Así lo entiende Gustavo Calotti, un ex detenido desaparecido que sobrevivió a los centros clandestinos que comandó el hombre fuerte del coronel Ramón Camps en la Policía Bonaerense dictatorial y que, desde 2009, vive en el Bosque Peralta Ramos, a cuadras de la casa en la que está el represor desde el 29 de diciembre. El sobreviviente del Circuito Camps y testigo en ese juicio de 2012 y en las causas por los Pozos de Quilmes y de Banfield en las que el ex comisario está imputado es uno de los vecinos que el lunes va a escrachar y repudiar al represor con un ruidazo y un festival musical. 

Mañana, desde las 16:45, los pobladores del Bosque Peralta Ramos harán sonar las bocinas y las alarmas de sus casas. Será el inicio del Encuentro Cultural que llevarán adelante los Vecinos sin Genocidas, un grupo que surgió cuando Etchecolatz llegó al barrio. Lo van a escrachar con murgas, bandas musicales y actividades culturales en la plazoleta ARA Bahía Thetis, ubicada en la esquina de la casa del genocida, que los vecinos pidieron al Concejo Deliberante rebautizar como Plazoleta de los Lápices, en homenaje a los estudiantes secundarios secuestrados en La Noche de los Lápices, operativo de la dictadura que comandó el ex policía repudiado. 

«Soy Alfonsina y no quiero genocidas en mi barrio», dice una nena en el spot que los vecinos grabaron con múltiples voces para rechazar la domiciliaria y pedirles a los jueces que revean la decisión. «El Bosque fue siempre sinónimo de Vida y hoy es de genocidas», completa una mujer. En el spot se reproducen las palabras desprotección, estado de alerta, incomodidad, asesino, genocida, cárcel común, justicia, que resumen las sensaciones de los vecinos. «Gente del barrio que veo cotidianamente, que ni se me hubiese ocurrido que fueran a ir a un escrache, estaban ahí. Es decir, la gente se ha movilizado», dice Calotti. 

–¿Cómo enfrenta vivir con el represor en su barrio? 

–Son sentimientos encontrados. Como adulto y con esta historia que pasó hace más de 40 años, no me genera mayores temores. Hasta hace unos años, cuando desapareció Julio López, yo creo que manejaba algo de poder, pero hoy no lo sé. Es posible que tenga acólitos. Los temores están más o menos acotados. Lo que subrayo es el hecho simbólico de la domiciliaria para este hombre, porque es un tipo que tiene cuatro cadenas perpetuas, no se cuántos juicios que ya pasó y todavía hay juicios por venir. Que le den la prisión domiciliaria a una persona así porque tiene incontinencia y titubea es como abrirles la puerta a todos los otros detenidos por delitos de lesa humanidad. 

–¿Por qué cree que eso ocurre?

–En Argentina hay que hacer letra gótica para no tener problemas con la policía ni la Justicia. Un mapuche levanta la cabeza y le pegan un tiro, y este tipo tiene cuatro cadenas perpetuas, mató a cientos de personas, torturó, robó niños y le dan prisión domiciliaria. Es una decisión política más allá del estado de salud del hombre, incluso la junta médica había dictaminado que podía ser perfectamente tratado de las dolencias que tiene en la cárcel. La decisión viene de arriba: viene desde (el secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural, Claudio) Avruj, viene desde los ministerios, viene de (el presidente Mauricio) Macri. Esto son cosas pactadas. No por casualidad las declaraciones de Nicolás Masott tienen esa prensa. 

–¿La reacción inmediata de los marplatenses fue el repudio? 

–En el Concejo Deliberante todos los partidos políticos se pronunciaron en contra de que este hombre viniera a Mar del Plata. Y la gente salió: hubo una movilización muy grande en el centro, hubo dos o tres escraches y se van a hacer otros. Gente del barrio que veo cotidianamente, que ni se me hubiese ocurrido que fueran a ir a un escrache, estaban ahí. 

Cuando el TOF6 le otorgó la domiciliaria a Etchecolatz informó que sería en la calle Boulevard Nuevo Bosque entre Los Guaraníes y Los Tobas, Calotti intentó evitar que lo enviaran a ese tranquilo barrio de Mar del Plata: él fue su victimario e implicaba una revictimización, dijo. Su abogada Guadalupe Godoy presentó un recurso en el Tribunal Oral Federal N° 1 de La Plata, que en 2012 lo condenó por el Circuito Camps, pero los jueces rechazaron el pedido. 

Calotti vivió hasta 2009 en Francia, donde se exilió durante la dictadura. Fue secuestrado en 1976, cuando tenía 19 años y pasó por los centros clandestinos del Circuito Camps, fue legalizado en la Unidad 9 de La Plata de donde lo liberaron en 1979. Pero tres meses después una patota lo fue a buscar nuevamente. Se salvó porque no estaba y escapó a Brasil. Comenzó allí un exilio de 30 años. 

Calotti es una víctima directa de Etchecolatz. «Yo estaba desaparecido, encapuchado, y un día me vinieron a buscar. Me bajaron, me hicieron peinar, y me encuentro con mi mamá. Estuve diez o 15 minutos con ella. Después me contó que había ido a hablar con Etchecolatz, que la mandó con un secretario que la derivó con otros, hasta que alguien le firmó la autorización. No firmó él por supuesto, pero le dio una autorización para ir a verme a un centro clandestino», cuenta el ex detenido. «Él era el hombre que pisaba fuerte en la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Camps se apoyaba indudablemente en este hombre, que era el que manejaba las patotas», recuerda.

Su vida estuvo, literalmente, en manos del ex jefe de Inteligencia que es el principal imputado en el juicio por el Pozo de Quilmes, causa que ya fue elevada a juicio y en la que Calotti es querellante y testigo. La revictimización de la que habló su abogada en la presentación al TOF1 es palpable.   

Mañana, Calotti estará con sus vecinos en la plazoleta de Los Lápices. Pero aclara que están haciendo todo para que Etchecolatz vuelva a  la prisión. «Vamos a interponer varios recursos apenas se termine la feria judicial para solucionar esta situación, porque este hombre no puede estar acá», explica.  «