El domingo 22 de mayo este diario publicó una columna de opinión del periodista y politólogo Hernán Brienza, en la que se destaca una idea: la corrupción «democratiza de forma espeluznante la política» porque permitiría que políticos ricos y pobres puedan competir en condiciones parecidas. En nombre de «comprender no de justificar», Brienza asegura que «sólo son decentes los que pueden ‘darse el lujo’ de ser decentes». Y que «sin el financiamiento espurio sólo podrían hacer política los ricos». Aquellos que no tienen recursos o «los políticos que defiendan los intereses nacionales», sostiene, están «obligados» a la corrupción. 

Sin embargo, existen sobrados ejemplos de construcción política de organizaciones populares que no han apelado a la corrupción para desarrollarse. La defensa de los intereses nacionales y todo interés colectivo es contrario a la corrupción que, por definición, privilegia los intereses individuales. ¿Quién está del otro lado del dinero que recibe el político? No están los asalariados ni los sectores populares, sino empresas, cámaras empresarias, referentes de los sectores financieros y hasta empresarios en forma individual, entre un amplio universo de sectores sociales que bien podrían subordinar los intereses nacionales al sostenimiento de sus ganancias. 

Según la tesis de Brienza, los políticos que defienden los intereses nacionales dependerían de la caja de aquellos que los quieren vulnerar. Así, no tendrían ninguna libertad de acción. Pero Brienza, además, aclara que la corrupción también la ejercen los políticos ricos, aunque no explica por qué se corrompen cuando no tendrían la necesidad de hacerlo, al menos por dinero. 

En Tiempo Argentino hemos sido víctimas directas de la corrupción. Sergio Szpolski, empresario y político rico, beneficiado por los fondos públicos y destructor de 500 puestos de trabajo para no resignar el dinero de la pauta –pública, pero también privada- recibida. Szpolski no sólo actuó como empresario. También fue candidato a intendente del Tigre por el Frente para la Victoria, campaña a la que habrá derivado buena parte de esa plata, vaciando los distintos medios del Grupo 23 hasta dejar en la calle a los trabajadores. 

En la sociedad del G23, a Szpolski lo acompañó un heredero millonario: Matías Garfunkel. La corruptela, de la que se acusan mutuamente los ex socios Szpolski y Garfunkel, ¿Sirvió para defender un interés nacional? ¿Se defienden intereses nacionales de esa manera? ¿Los 500 puestos de trabajo destruidos por este esquema de corrupción, ¿Fueron daños colaterales? 

El caso Lázaro Báez revela que la corrupción es algo más que una manera de financiar campañas. Y por supuesto que hay sectores políticos que se construyen de forma espuria, y que existe la idea arraigada en que hay que hacer «caja». En su etapa anterior, incluso, este diario reveló los contratos del gobierno de la Ciudad con Fernando Niembro, lo que hizo caer su candidatura a diputado por el PRO. No parece una novedad la idea sobre la corrupción ligada a una forma de hacer política. Lo novedoso es que a eso, espeluznantemente o no, se lo pueda llamar «democratizar». O que se la intente «comprender» con tanta liviandad. 

Quienes hacemos Tiempo Argentino no somos responsables de la opinión de cada columnista. Pero la publicación del artículo de Brienza en un diario autogestionado hizo que un sector de los trabajadores sintiera la necesidad de marcar diferencias sobre este tema que, además, los afecta en forma directa. En mi carácter de síndico de la cooperativa, expreso esta posición aunque no sea la de la totalidad de los socios que la integran. Y expresarla tampoco significa avalar la cacería que han hecho sobre él algunos grandes medios de comunicación y periodistas-empresarios, quienes no podrían explicar en forma inocente cómo crecieron. 

La cooperativa de Tiempo Argentino, que hoy se sustenta sólo con el aporte de lectores, la venta de ejemplares y de publicidad, debe garantizar la publicación de posiciones divergentes pero en un marco claro: el de la defensa de los intereses colectivos de los trabajadores, que somos quienes garantizamos, con enormes dificultades, la continuidad de este medio, más allá de las diferencias políticas que pudieran existir al interior de nuestra redacción. Tiempo Argentino es hoy un diario reconstruido sobre la base de una lucha de meses, la cual todavía no ha concluido ni concluirá hasta tanto los corruptos y vaciadores paguen lo que deben a los trabajadores y en la Justicia.