El Waterloo de Macri tuvo dos momentos decisivos: la resistencia social, sindical y política que enfrentó el paquete de ajuste en las calles (el conflicto por la Reforma Previsional fue un hito) y la genial arquitectura electoral que significó el Frente de Todos. El segundo momento fue posible porque existió el primero.Fueron cuatro los factores que constituyeron el combustible-núcleo de la resistencia:

1) La figura de Cristina Fernández de Kirchner, el legado de derechos de los 12 años y las decenas de miles de militantes que emergieron desde el 2001, mayoritariamente durante el kirchnerismo.

2) El movimiento sindical -de los más robustos que existen en el mundo, independientemente de los sectores que intentaron conciliar con Macri.

3) El potente, disruptivo y multitudinario movimiento feminista.

4) Los movimientos sociales quienes tuvieron un rol clave a pesar de algunos sectores que apostaron a la “gobernabilidad” durante una parte de la gestión de Mauricio Macri.

Partimos de una premisa: hubo un fracaso electoral del macrismo porque fue derrotado previamente en sus pretensiones político-económico-culturales por el enérgico movimiento popular argentino. Obviamente, cuatro años de despojo dejaron graves secuelas.

La superlativa arquitectura electoral elaborada por CFK con la candidatura de Alberto Fernández, que incluyó a múltiples gobernadores, sectores del progresismo que no comulgaban con la actual vicepresidenta y peronismo no kirchnerista, fue el broche de oro. Ahora bien, esa energía vital cuyos cuatro afluentes mencionamos anteriormente conforman la savia del actual gobierno y es complejo avanzar en medidas gransformadoras sin estos pilares de sustentación.

Para contextualizar, sabemos que estamos atravesando un contexto excepcional a escala planetaria y que el gobierno argentino ha tomado medidas audaces y profundas para proteger la vida y poner en el centro de la agenda política la salud de los argentinos. Y, a su vez, se ha desplegado una política de asistencia económica sin precedentes para los sectores más vulnerados. El Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) llegó a casi 9 millones de personas y la Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP) a más de 250 mil pymes. Argentina, a diferencia de Brasil, Chile y EE. UU.-que están atravesando una tragedia sanitaria y económica- ha tenido un manejo humanista y profesional de la crisis.

Pero existe otro problema vital, que tiene que ver con la sustentabilidad de la autoridad presidencial. La derecha, aún derrotada en las urnas, mantiene una capacidad de fuego nada desdeñable y está intentando minar el poder presidencial. Parte de esta operación consiste en frenar iniciativas que toquen intereses económicos o políticos de la clase dominante. Cuando se anuncia desde el Frente de Todos que se va a establecer un impuesto extraordinario a las grandes fortunas -y el proyecto no se presenta- la autoridad política presidencial se debilita. Si el presidente dice que va a expropiar e intervenir Vicentín y luego no sucede porque lo frena un juez de poco relieve, se lesiona su palabra.  Y al mismo tiempo se desmoraliza parte de las fuerzas motrices que nos llevaron al Gobierno. Algo parecido sucede cuando se establece el pago en cuotas del aguinaldo a los trabajadores y trabajadoras del Estado. En este marco argumentativo podemos ubicar también la inauguración de la planta de generación termoelectrica Genelba en Marcos Paz.

Obviamente es una buena noticia que un empresario haya invertido USD 350 millones en la producción energética. Y más interesante aún si efectivamente-como trascendió en uno de los medios periodísticos más respetables de nuestro país- el presidente conminó a este empresario a traer los dólares que tenía en el exterior para dicha inversión.

Lo que resulta desconcertante es colocar como modelo empresarial a Marcelo Mindlin, titular de Pampa Energía y socio probado de Mauricio Macri en una compañía offshore establecida en el Estado norteamericano de Delaware.

Los aspectos simbólicos tienen un peso gravitante en la política. Para bien y para mal. La derecha y sus editorialistas ejecutan una estrategia que parece clara: evitar que el gobierno de Alberto Fernández se convierta en una suerte de «tercer kirchnerismo» (promover más derechos enfrentando el poder de las corporaciones) y para eso precisan convertirlo en el segundo gobierno de Alfonsín (una gestión con buenas intenciones pero con grandes dificultades para llevarlas a cabo). Un gobierno que intente avanzar pero que no pueda, que quiera dar pasos pero después “no le dé la correlación de fuerzas” y se vaya alejando simbólicamente de sus bases. Y cuando la fragilidad sea manifiesta, darle el golpe de gracia como hicieron «los mercados» con Raúl Alfonsín o Dilma Rousseff. Y así habilitar luego de la derrota del proyecto nacional-popular la vuelta a un ciclo neoliberal más excluyente y más violento.

En estos días vimos con estupor como la derecha realmente existente utilizaba obscenamente el crimen (que no tuvo ningún móvil político) de un ex colaborador de la actual vicepresidenta para erosionar al gobierno.

La operación de desgaste incluye separar al presidente de Cristina Fernández de Kirchner y también de sus bases históricas de sustentación.

Probablemente habrá quienes le digan al presidente que no hay riesgo electoral el año próximo porque ningún kirchnerista o votante progresista dejará de tributar al Frente de Todos en las elecciones de medio término. Pero el riesgo existe. Y no es sólo electoral sino de amplio espectro. Cuando el núcleo históricamente más activo se desmoraliza, las derechas encuentran el terreno fértil para ir por todo. La historia, a veces, ayuda en datos comparativos. Evo Morales ganó por más de 10 puntos en las últimas elecciones presidenciales de Bolivia (perdió muchos votos respecto a la anterior) pero no tuvo la suficiente masa crítica para frenar el golpe de Estado mediático-policial y militar. ¿Por qué? Por múltiples razones, pero tal vez haya una fundamental: parte de sus bases se sentía desilusionada. Sentían que Evo no cumplió con su palabra (no faltar a la palabra en Bolivia está consagrado en la Constitución Plurinacional) cuando insistió con la reelección después de haber perdido el referéndum en febrero de 2016. La operación de desgaste que sufrió Evo a través de las usinas mediáticas fue devastadora.

Por otro lado, las crisis económicas -en este caso, producto de la pandemia- fertilizan el terreno para el crecimiento de la antipolítica. De esos sectores se nutren también las derechas para llevar adelante sus operaciones de desgaste.

El desafío de los poderes concentrados que también juegan sus fichas en la renegociación de la deuda es muy grande. De la misma dimensión tiene que ser la fuerza que lo confronte.

El presidente, que ha tallado su perfil de estadista al calor de un acontecimiento inesperado como la pandemia, tiene una enorme responsabilidad histórica sobre su espalda y en el tenemos depositada la confianza millones de compatriotas. Si, efectivamente, se envía al Parlamento el proyecto de ley que grava las grandes fortunas el 14 de julio, se trata y se aprueba, sería un gran avance. De igual modo si avanzamos con el control estatal de Vicentín. También tenemos que organizarnos los y las que tenemos la voluntad inquebrantable de que el gobierno se fortalezca.

Alberto sólo no puede y tampoco podemos pedirle todo a Cristina (que ya ha hecho y hace demasiado).

Ayudar también es decir lo que pensamos.

La política no tiene leyes inmanentes (Néstor se encargó de demostrarlo), pero hay algunas conclusiones que la historia nos permite sacar. Si no avanzamos, retrocedemos.

Somos muchos los que queremos que Alberto abrace por siempre aquella frase memorable que pronunció Néstor Kirchner y que invita a batallas colectivas: «Salten las tranqueras y los cercos, y den una demostración de conciencia popular. Luchen, no se queden esperando un milagro. Porque vienen por sus sueños y por el futuro de la Patria» La derecha está deseosa de escuchar a Alberto decir “Felices Pascuas, la casa está en orden”.